En el sexagésimo aniversario
del Instituto Cultural Venezolano Israelí (ICVI), el Padre Luis Ugalde ofreció
un discurso en la iniciativa cultural de fraternidad donde pidió a la comunidad
judía "brindar a Venezuela lo mejor de sí".
"El Instituto es
Venezolano-Israelí, sin conflicto ni contradicción de una y otra identidad,
sino con enriquecimiento mutuo, es la semilla judía en Venezuela que ha dado
abundante cosecha”, expresó el ex rector de la Universidad Católica Andrés
Bello (UCAB).
En su discurso, el Padre
Ugalde compartió sus reflexiones sobre la vivencia de la comunidad judía en
Venezuela, en cuyo espíritu aseguró está "la razón del florecimiento
del desierto y de la conversión de las lágrimas y de la siembra laboriosa en
risas y alegría al cargar la cosecha abundante”.
“En este más de medio
siglo del Instituto Cultural Venezolano-Israelí el tema no ha sido el
enderezamiento de una mutua relación problemática, sino cómo mirar, actuar
y producir juntos en los problemas del país y del mundo”.
En este sentido, agregó que
el ICVI debe colaborar en “lo que nos pide a gritos la Venezuela de hoy”.
“Pienso que el mejor fruto de esta celebración aniversario en esta hora
venezolana de oscuridad y de desesperación, es convertirnos en luz y esperanza
de vida, de justicia, de libertad y de democracia, con verdadera solidaridad y
creatividad para que Venezuela renazca de sus ruinas actuales”.
A continuación el discurso:
En un mundo tan dividido y
de fanatismos excluyentes, la celebración del aniversario de una iniciativa
cultural de fraternidad de pueblos y de confluencia de identidades, nos lleva a
la acción de gracias desbordada de alegría. Nos viene al corazón el salmo 126
(salmo 125 en la versión cristiana) que expresa con emoción la bendición del
Altísimo al esfuerzo del pueblo judío por hacer florecer el desierto y la
acción de gracias por su regreso libre a la tierra propia del destierro y
esclavitud de Babilonia:
“Cuando el Señor cambió la
suerte de Sión, nos parecía estar soñando. La boca se nos llenaba de risas, la
lengua de cantos alegres. Hasta entre los paganos se comentaba: el Señor
ha estado grande con ellos. El Señor ha estado grande con nosotros. ¡Estamos
alegres!
Cambia Señor nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb. Los que siembran con lágrimas cosechan con
cantos alegres. Al ir iba llorando llevando el saco de la semilla; al volver
vuelve cantando trayendo sus gavillas.”
¿Qué celebramos hoy?
Ese desierto que florece,
esa libertad emocionada, esa cosecha abundante y bien trabajada, celebramos la
transformación del destierro a Venezuela en tierra prometida venezolana donde
dos pueblos se hacen uno. Es lo que celebramos en los sesenta años del
Instituto Cultural Venezolano Israelí. Aquí no hay regreso del destierro de
Babilonia, sino conversión del destierro en tierra de promisión propia, la
transformación del desierto en vergel y la creación de un nuevo hogar donde,
sin renunciar a los orígenes y a la identidad propia, los judíos se sienten
invitados a brindar a Venezuela lo mejor de sí. Por eso el Instituto es
Venezolano-Israelí, sin conflicto ni contradicción de una y otra identidad,
sino con enriquecimiento mutuo. Es la semilla judía en Venezuela que ha dado
abundante cosecha. Lo que fue destierro por la huída de la persecución y
expulsión de sus países de origen, se convirtió en Venezuela en trabajo
creativo, siembra y cosecha fecunda.
¿Por qué se produce esta
maravilla?
Permítanme compartir con
ustedes mis reflexiones que sin duda valen más por la buena voluntad que por la
plena comprensión de lo que para la mayoría de ustedes es experiencia vivida.
Una primera razón la
encuentro expresada en el “Coloquio Bajo la Palma” del poeta Andrés Eloy
Blanco, que por alguna razón de empatía es el primero de los 10 poemas del
cumanés en la edición bilingüe hebreo-español publicada (1997) por la
Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela (CAIV). Estoy seguro de
que con ello no solo querían honrar al ilustre poeta cumanés en el centenario
de su nacimiento, sino también manifestar la gratitud a quien representó como
Ministro de Relaciones Exteriores del presidente Rómulo Gallegos en el
reconocimiento de Venezuela al recién nacido Estado de Israel.
La primera y antigua comunidad
judía llegó a Venezuela a consecuencia del destierro de España, de Sefarad, por
la inicua expulsión decretada por los Reyes Católicos; llegó casi
clandestinamente, tras la larga marcha a través de Holanda y Curazao y asumió
este país como tierra propia. Todavía más dramática y emotiva fue la más
reciente llegada de la comunidad ashkenazi que huía de la Europa cainita del
nazismo y de la segunda guerra mundial, del Holocausto y de la muerte de
millones de hermanos; luego de una errante navegación sin encontrar puerto y
con total incertidumbre por sus vidas, a última hora en Puerto Cabello se les
abrió Venezuela y la noche se transformó en radiante amanecer. Tanto los
antiguos desterrados sefarditas como los ashkenazis del siglo XX y otros más
que fueron llegando, respondieron a la hospitalidad venezolana con la actitud
interior que expresa el poeta cumanés así:
Lo que hay que ser es mejor
y no decir que se es bueno
ni que se es malo,
lo que hay que hacer es amar
lo libre en el ser humano,
lo que hay que hacer es
saber,
alumbrarse ojos y manos
y corazón y cabeza
y después, ir alumbrando.
Lo que hay que hacer es dar
más,
sin decir que se ha dado,
lo que hay que dar es un
modo
de no tener demasiado
y un modo de que otros
tengan
su modo de tener algo,
trabajo es lo que hay que
dar
y su valor al trabajo
y al que trabaja en la
fábrica
y al que trabaja en el
campo,
Y al que trabaja en la mina,
Y al que trabaja en el
barco,
Lo que hay que darles es
todo,
luz y sangre, voz y manos,
y la paz y la alegría
que han de tener aquí abajo,
que para las de allá arriba,
no hay por qué apurarse
tanto,
si ha de ser disposición
de Dios para el hombre
honrado
darle tierra al darlo a luz,
darle luz al enterrarlo.
Por eso quiero, hijo mío,
que te des a tus hermanos,
que para su bien pelees,
y nunca te estés aislado;
bruto y amado del mundo
te prefiero a solo y sabio.
A Dios que me dé tormentos,
A Dios que me dé quebrantos,
pero que no me dé un hijo
de corazón solitario.
Este me parece que es el
sentido y la vivencia de la comunidad judía en Venezuela y de los magníficos
logros del Instituto Cultural Venezolano Israelí. En ese espíritu está la razón
del florecimiento del desierto y de la conversión de las lágrimas y de la
siembra laboriosa en risas y alegría al cargar la cosecha abundante.
La otra clave hay que
buscarla en la calidad de la tierra que los recibió cuando todo en el mundo
parecía persecución, exilio forzado, miedo e incertidumbre. Nada más tocar
tierra venezolana las lágrimas se convirtieron en esperanza y el miedo en
abrazo de bienvenida de los hermanos desconocidos. El destierro se transformó
en tierra prometida, y el esfuerzo creador convirtió el desierto en vergel.
Encuentro muy apropiadas e
iluminadoras las palabras que escribió Gustavo Arnstein en 2003 en un editorial
de Nuevo Mundo Israelita, cuando ya nuestra patria empezaba a naufragar y el
vergel se iba secando ante el avance del desierto fanatizado:
“Nos duele Venezuela.
Nuestro padres, en algunos casos nuestros abuelos, encontraron en Venezuela
tierra de promisión. Y no lo decimos como una imagen que la ocasión hace
pertinente que la elaboremos. Lo decimos con la más absoluta convicción de que
así fue. Aquí ellos encontraron mucho más que un lugar para vivir: encontraron
un ámbito donde fueron recibidos con los brazos abiertos, esto es, fueron
aceptados tal como ellos eran, con absoluta simpatía y respeto a su integridad
humana, desde sus fisonomías hasta sus costumbres y tradiciones”.
La naturaleza es sabia y
enseña al que quiere escucharla. Nada hay más venezolano que el mango, la caña
de azúcar, el café y los rebaños de ganado vacuno y caballar que dan vida al
paisaje llanero. Sin embargo nada de ello es autóctono, sino que fue traído de
fuera y la buena semilla se convirtió en bendición de la tierra que la abrazó y
en vida para su gente.
Venezuela no fue meramente
“tolerante” que permite a alguien que no es nuestro y le asigna un
espacio separado, formando un gueto físico o espiritual de discriminación
tolerada. No, Venezuela reconoció a los judíos y ama a los judíos y al amarlos
se ama a sí misma. Reconocer significa conocer por segunda vez de manera
reflexiva y explícita, afirmar a los que se ha conocido una vez y también
reconocerse en ellos y formar un “nos-otros” en el que somos “nos” y al mismo tiempo
somos “otros” con toda su originalidad integrada, pero sin negar la
especificidad de su componentes diferentes. De esta manera el amigo nos brinda
su vida con su amistad; de él recibimos como obsequio lo que al esclavo se le
quita por la fuerza y lo suyo se hace nuestro y compartido. Y el huésped
así recibido descubre que esta es tierra propicia para amar y crear, para
disfrutar la multicolor variedad de una humanidad no uniforme, sino con
identidades diversas que enriquecen a la común identidad humana.
Ahora a muchos católicos nos
parece increíble la ceguera histórica que fue superada hace medio
siglo por el Concilio Vaticano II gracias al esfuerzo amoroso e inteligente del
jesuita Cardenal Bea para lograr la elaboración y aprobación final por 2.221
obispos conciliares (97% de total)de la Declaración Nostra Aetate sobre
nuestra relación con religiones no cristianas, con capítulo especial sobre la
religión judía. No es mera tolerancia lo que se proclama en ella, sino el
reconocimiento de nuestros propios padres en la fe, y de las raíces y savia que
nos nutren: “Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio espiritual
común a cristianos y judíos, este sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar
el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue, sobre todo, por
medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno” (Nostra
Aetate n.4). Como era de rigor, este nuevo camino de reconocimiento y de
compartir el “patrimonio común” tenía que ir acompañado de una actitud de
reconocimiento y de confesión de pecados pasados; por eso el Concilio “deplora
los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo
y persona contra los judíos” (Ib.).
Afortunadamente esta
nueva era no ha quedado en declaraciones, sino que ha avanzado en verdaderos
encuentros y relaciones de amistad sostenidas en el tiempo, como lo testimonia
el papa Francisco y su amistad anterior con los rabinos y las comunidades
judías en Argentina, reforzado por sus encuentros recientes en el Vaticano y su
visita a la Gran Sinagoga en Roma.
Como dijo Juan Pablo
II “de enemigos y extraños hemos pasado a ser amigos y hermanos.
Europa tenía que rectificar, reconocer los crímenes y arrancar de su cultura
los prejuicios y herencia deformada. En Venezuela desde el comienzo fue de otra
manera y por ello afortunadamente no hemos tenido que tematizar mucho esta
relación, pues ha fluido con naturalidad con beneficio para todos. Yo mismo
pude apreciar esta connaturalizad en la excelente colaboración en la
Universidad Católica Andrés Bello, de la que una expresión es la
Cátedra de Judaísmo Contemporáneo promovida desde el Rectorado, pero lo más
importante es la confianza y la colaboración en esta casa común que es nuestra
universidad. Confieso que me sorprendía el sentimiento de especial gratitud que
me manifestaban algunos rabinos y personas destacadas de la comunidad judía
porque sentían que en la UCAB su gente no era discriminada. Digo me sorprendía
porque para mí era evidente que nuestros hermanos mayores tenían
allí un lugar por aprecio y derecho propio.
Así es Venezuela, por ello
en este más de medio siglo del Instituto Cultural Venezolano Israelí el
tema no ha sido el enderezamiento de una mutua relación problemática,
sino cómo mirar, actuar y producir juntos en los problemas del país
y del mundo. En su reciente visita a la Gran Sinagoga de Roma el papa Francisco
nos animaba a mirar a los problemas de hoy y aportar juntos: “Junto con
las cuestiones teológicas- dice él- no debemos perder de vista los grandes
desafíos que afronta el mundo de hoy”. Y yo acentuaría para nosotros lo
que nos pide a gritos la Venezuela de hoy. Pienso que el mejor fruto de
esta celebración aniversario en esta hora venezolana de oscuridad y de
desesperación, es convertirnos en luz y esperanza de vida, de justicia, de
libertad y de democracia, con verdadera solidaridad y creatividad para que
Venezuela renazca de sus ruinas actuales. Si no lo hiciéramos, el profeta
Jeremías en nombre del Señor nos reclamaría el sinsentido de nuestras
respectivas oraciones y templos, en el caso de que estuvieren vacíos de
acciones que devuelvan su dignidad de vida al pobre, al huérfano, a la viuda,
al preso político perseguido y al que se le ha arrebatado su patria.
Contribuyamos juntos a buscar caminos de justicia, de libertad y democracia
aportando a Venezuela extrayendo lo mejor de nuestras fuentes propias. Y
“entonces- dice el Señor- habitaré con ustedes en este lugar” (Jeremías 7,7)
Gracias por estos 60 años
fecundos y felicitaciones. Pido al Señor que bendiga a Venezuela y a Israel, al
Instituto Cultural Venezolano Israelí y a cada uno de nosotros con la bendición
tomada del libro bíblico de los Números “El Señor te bendiga y te guarde, el
Señor te muestre su rostro radiante y tenga piedad de ti, el Señor te muestre
su rostro y te conceda la paz” (Números 6,24-27).
03-07-16
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico