ANDRÉS CAÑIZÁLEZ 02 de agosto de 2016
Expertos
en temas electorales, como el argentino Daniel Zovatto, presentan gráficamente
lo que se vive en países de autoritarismos electorales. Efectivamente se
realizan elecciones, pero la competencia no es justa, ya que la cancha está
totalmente inclinada para favorecer al régimen. Así está jugándose hoy en
Venezuela la posibilidad de que haya una salida constitucional, electoral y
principalmente pacífica a la aguda crisis que vive el país en todos los
ámbitos.
Esa
salida se llama, en el contexto de Venezuela, referendo revocatorio. Al menos
así está reflejado en el reciente estudio de Venebarómetro. Un 68 por ciento de
los entrevistados consideran que Nicolás Maduro debe abandonar el poder de
forma anticipada y convocarse nuevas elecciones. Es ésta precisamente la vía
que abre la realización de un referendo revocatorio en Venezuela en este año
2016. El chavismo, obviamente, le pone todo tipo de trabas y dilaciones.
La
Mesa de la Unidad Democrática (MUD), el principal referente opositor de
Venezuela, está jugando políticamente en una cancha que los diversos actores
institucionales inclinan a favor de la permanencia de Nicolás Maduro en el
poder. El hecho de que pueda seguir jugando es significativo, y decimos esto
porque no debe perderse de vista por lo ocurrido recientemente en Nicaragua,
país en el que el principal partido opositor fue ilegalizado en junio y quedó
sin efecto su presencia en el Parlamento la última semana de julio.
Este 1
de agosto el Consejo Nacional Electoral de Venezuela (CNE) finalmente dio a
conocer que la MUD había recogido 1 por ciento de las firmas del padrón
electoral, primer paso para el revocatorio. En esta primera etapa quedó
legitimada la MUD como interlocutor político para que se convoque el referendo.
Una
muestra de la cancha inclinada. El CNE tardó más de un mes, ya que las firmas
se validaron con máquinas biométricas entre el 20 y 24 de junio, para verificar
el respaldo al revocatorio por casi 400.000 venezolanos. Ese mismo CNE, hace
dos años, “verificó” 10 millones de firmas en contra del decreto presidencial
de Barack Obama que declaraba al gobierno de Venezuela una amenaza para la
seguridad de Estados Unidos, en apenas tres días.
En esa
misma dirección: desde el 19 de julio existía ya una constancia técnica de que
la MUD había superado el número de firmas necesarias del 1 por ciento del
padrón electoral. Sin embargo, pasaron 12 días adicionales para que se
refrendara oficialmente lo que ya era conocido. Y así pasan los días en este
proceso prolongado y fatigoso.
Apenas
se ha superado la primera barrera de obstáculos. En breve deberá suceder una
nueva movilización ciudadana, ya que la segunda etapa implica que 4 millones de
venezolanos digan que sí quieren revocatorio. Sorteado esto es que
efectivamente se haría la consulta electoral. Hay tiempo de hacer el referendo
en este 2016 y de que en caso de ser derrotado Maduro se convoquen nuevas
elecciones presidenciales. Todo esto está en la constitución vigente, que se
aprobó en 1999 impulsada por Hugo Chávez, en un momento en que el comandante se
creía invencible.
Sin
embargo, no es ésta una crisis constitucional, sino política y requerirá de
acciones políticas. Sólo la presión política, interna y externa, podrá hacer
efectivo el referendo revocatorio en Venezuela en este 2016. Si no la hay,
quedará como tantos otros derechos constitucionales, sólo en el papel.
Si el
chavismo decide obstruirlo del todo, se estará jugando su última carta y
posibilidad de sobrevivir política e institucionalmente en un marco mínimo de
respeto a la constitución de 1999. Sin referendo el chavismo apuesta por el
autoritarismo.
Jugando
con la cancha inclinada, y con actores que no siempre lucen alineados –la MUD
es a veces una cacofonía- la alternativa democrática no tiene otra opción que
seguir en la carrera de obstáculos que es y será este referendo revocatorio en
Venezuela.
No es
una opción dejar de jugar en este momento –aunque sea en condiciones totalmente
adversas- ya que el sentimiento popular está a favor del cambio. Dejar de jugar
o distraerse en rencillas internas sencillamente le aniquilaría políticamente.
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