Por Beltrán Vallejo
En la Argentina de 1.989 se
vivieron álgidos momentos de convulsión social, generados por la
intensificación de los efectos inhumanos de un modelo económico neoliberal que
se corrompió mayúsculamente, y que trajo como consecuencia un océano de
miseria, injusticia y desigualdad; me refiero al gobierno del peronista Carlos
Saúl Menen. Esta realidad calamitosa produjo saqueos generalizados en el Gran
Buenos Aires y en varias ciudades de ese país, lo que agudizó el contexto de
escasez de todo tipo de alimentos y de productos.
Dentro de esa misma
situación, también apareció una acción popular y de organización comunitaria
que adquirió un nombre histórico en Argentina: las “ollas populares”. Se trató
de una combinación de protesta social con acciones de recolección,
procesamiento y distribución de alimentos, adquiridos gracias a la solidaridad
y a las donaciones, y que se cocinaban en ollas instaladas a manera de
sancochos, guisos o frituras vecinales en plena calle o vereda.
A manera de frente de lucha,
y por supuesto como “paliativo” comunitario, volvieron aparecer las “ollas
populares” en Buenos Aires a raíz de otra crisis social y política aguda que
sacó del poder al Presidente Raúl Alfonsín en el año 2001. Por cierto,
recientemente los movimientos de izquierda decretaron la instalación de un
centenar de “ollas populares” en la capital de Argentina, protestando así ante
los colmillos neoliberales del recién instalado Presidente Macri.
Hago referencia de ese
fenómeno de protesta, que ya tiene un sitio en el historial del movimiento
popular en Latinoamérica, porque reflexiono de que nuestro liderazgo
democrático debiera presentar formas de lucha y de atención social arraigadas
en las angustias primarias de la ciudadanía, y sobre todo, formas de acción
social y política cuyo foco sean los más necesitados; y esta inquietud es
consecuente con la necesidad de que se debe articular la lucha del referendo
revocatorio con el tejido social de calle, en correspondencia con el sufrir
diario del venezolano.
A veces creo que nos falta
entender que hay niños hambrientos y lelos por las calles; a veces creo que nos
falta entender que cunde la mera lucha por la sobrevivencia cotidiana, y a
veces, en ese trance, el venezolano se torna insolidario, mezquino y no mira
“pa' los lados”; igualmente, creo que nos falta entender que en ese escenario
el gobierno baila solo, pero baila muy mal, con una bendita bolsa de comida de
un fulano Clap, el cual se ha convertido en fuente de división y conflictos en
las comunidades, y que por supuesto, no resuelve ni siquiera medio saciar el
hambre de una semana para una familia de 4 personas.
La implementación de las
“ollas populares”, a lo venezolanas, significaría que el vecindario se organice
en equipos para gestionar la consecución de implementos de cocina y solicitar
la donación de alimentos, los que serían preparados y cocidos en una especie de
campamento callejero, a modo de los que todavía la muchachada hace en las
calles de localidades del interior del país cuando se echa unos tragos. Ese
trabajo tendría como resultado un desayuno y un almuerzo especialmente otorgado
a los niños del vecindario, madres embarazadas, ancianos solos y familias más
necesitadas.
Creo que la integración de
la lucha de calle, la solidaridad y la organización comunitaria permitirían la
articulación social necesaria del movimiento de masas para generar una presión
y una movilización contundente que apoye las alternativas democráticas y
constitucionales que permitan sacar del poder al aborto totalitario,
militarista y autocrático que lleva 17 años de desgobierno y saqueo.
Seamos creativos desde la
lucha cotidiana de la gente.
03-07-16
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