Omar Villalba 08 de febrero de 2017
Hay un
adagio popular, atribuido a Napoleón Bonaparte, que reza lo siguiente: “divide
y vencerás”. Esa es una excelente estrategia para el campo de batalla, y que se
puede extrapolar a cualquier escenario conflictivo. Cuando tienes el control
del campo de batalla, eres más fuerte, pero no tienes tantas tropas (o en
algunos casos tienes muchas, pero no deseas asumir ni una perdida) la mejor
forma de acabar con un enemigo es dividiéndolos.
Separados,
sin comunicación, sin un orden evidente el enemigo se dispersa frente a tus
hombres, y puedes ir eliminándolos de uno en uno. Como ya se acotó, las
perdidas serán pocas y las ganancias serán muy altas. Esto último, es muy
importantes para cualquier empresa humana ¿Quién no quiere invertir o
sacrificar poco y ganar mucho? La respuesta: un tonto. Es evidente, que en la
naturaleza humana, o tal vez es algo propio de nuestra cultura, se busca el
máximo goce con el mínimo dolor.
Dividir
al enemigo a veces es complicado, requiere una inversión de diferentes
recursos, siendo el tiempo el más valioso. Pero, cuando esta estrategia rinde
frutos las ganancias son de verdad sustanciosas. Desde el punto de vista
histórico, esta táctica es muy célebre, pues llevarla a cabo requiere de una
astucia pasmosa, y como no, la capacidad de estar varios pasos por delante del
adversario. Grandes guerreros han sido celebres por el uso de esta táctica:
Alejandro Magno era uno de ellos, Gengis Khan fue otro, este se valía de una
falsa retirada para dividir al enemigo. Y, sin duda todos aquellos que han
seguido los lineamientos de Sun Tzu, expresados en el Arte de la Guerra.
Supongo,
que a esta altura del escrito estarán preguntándose por la razón de este
preámbulo histórico. Por el uso de estas metáforas y el sentido tras ellas.
Muchos dirán ¿De qué está hablando? y otros pensaran ¿Qué tiene que ver la
historia, la guerra con la política? La respuesta, es sencilla y ligeramente
larga. Primero es necesario acotar que Clausewitz no estaba desencaminado
cuando dijo que la Guerra era la política con otros medios; o Mao Zedong cuando
señaló que la Guerra es una política pero sangrienta. Y dado que política y
guerra son hermanas, muchos consejos realizados con una en mente, pueden surtir
para la otra, especialmente si quien lee o escucha el consejo tiene la
capacidad para abstraer y captar el mensaje de fondo.
Dividir
y vencer tiene su expresión en el mundo de la política. No es raro, que en una
campaña electoral, un partido político trate de sembrar la discordia entre los
miembros y militantes de otro partido para reducir la amenaza que representan.
Con eso, sería capaz de alcanzar un objetivo que se percibía inaccesible contra
un adversario unitario y sin fisuras. También, se puede quebrantar a un
partido, de tal forma que decepcione a sus militantes y estos deserten. Los
fugados pueden verse atraído por el partido rompedor, el cual crecerá y verá
como su poder potencial aumenta significativamente y con ello la posibilidad de
establecer su hegemonía.
Algunos
dirán que estas actitudes son deleznables, pero resulta que la política tiene
una dinámica y ética diferente. En este mundo, se desea lo mejor y se trata de
alcanzar con las herramientas y los talentos que se poseen. Hasta cierto punto
hay una ética diferente, que posee ciertos límites.
Volviendo
al punto inicial, dividir al adversario no es nada inusual en el mundo
político. Y, como se celebra la capacidad para restarle al otro, también se
hace lo mismo con la capacidad de resistir. Un partido, grupo u organización
que es capaz de sellar sus fisuras, ya sean naturales o creadas por el
adversario, demuestra cierta entereza y una disposición a persistir a través
del tiempo a pesar del entorno hostil. El rompedor es astuto, y el que resiste,
cual espartano, es más fuerte porque ha sido capaz de sobreponerse a sus
defectos y debilidades.
Ahora
¿Saben cuándo toda esta dinámica es vergonzosa? Cuando tu propia organización
da pie para que el adversario siempre la cizaña que dará como resultado la
escisión del partido. Allí el adversario no tiene que ser astuto, y el dividido
no será celebrado por su resistencia —aunque esta haya fallado— sino que serán
recordados como unos tontos que dieron pie a su propia destrucción ¡Vieron la
Espada de Damocles que pendía sobre ellos y se sentaron cómodamente a beber y
descansar!
En la
actualidad, la Mesa de la Unidad Democrática transita por un momento similar.
Las diferencias en su seno, a raíz de los resultados del quehacer político del
2016, los intereses de algunos actores políticos y el ala radical han exacerbado
las fracturas dentro de este ente. En estos momentos los dirigentes de la
UNIDAD se han lanzado por una espiral de luchas intestinas que, tarde que
temprano, y me temo que más temprano llevaran al desmembramiento de la UNIDAD.
Separación que solo beneficiaría al Gobierno, y que sepultaría las esperanzas
del pueblo “opositor” hasta la próxima década, siendo optimistas.
De
concretarse este fraccionamiento, cada partido estaría a la buena de Dios, y la
Revolución podría dar cuenta de ellos con facilidad. Esto gracias a que cada
uno de ellos estaría gastando sus recursos en una lucha contra el Gobierno y
sus otrora compañeros de senda política. Luego, vendrían los sempiternos dimes
y diretes, cargados de potentes señalamientos.
En
resumen, la oposición en este momento podría estar cavando su tumba y con ello
dándole cristiana sepultura a la nueva Venezuela. A una república de
transición, a una nación del cambio y buen gobierno, más justa, social y
verdaderamente inclusiva; todo por los intereses personales de algunos
personajes y su incapacidad de poner el bienestar de todos los venezolanos por
el encima de los propios.
Ante
esta situación, yo exhorto a mis compañeros de lucha, a mis hermanos de camino
a que desistan de esas ideas, cualquier diferencia puede ser solventada por el
diálogo. Hemos dado un salto cuántico en el terreno de la política, gracias a
una elecciones —Diciembre del 2015— pasamos de ser una fuerza a la sombra del
Chavismo, para ser un verdadero peligro. Gracias al diálogo, o el experimento
de diálogo, hemos logrado que el Gobierno nos reconozca como una fuerza, hemos
logrado que la comunidad internacional preste atención a lo que ocurre en
Venezuela, se han liberado a presos políticos, que de otra forma seguirían en
la oscuridad de sus celdas. En poco tiempo, y a través de la negociación y la
presión en la calle, se logró más que en año de marchas, guarimbas y fast
tracks; y ahora todo eso corre el riesgo de irse al garete. No es el momento
para luchar entre nosotros, es el momento para capitalizar fuerzas y volvernos
contra el tirano.
Por
eso yo los conmino, especialmente al ciudadano, llamar la atención a sus
dirigentes. Les pidan, como los verdaderos soberano, dejar esas peleas
intestinas, fijen su objetivos, establezcan cuales son las prioridad y cuales
son los compromisos —se deshagan de aquellos que no se acojan a ellos, pues el
que no quiera lavar, ni tampoco prestar la batea está de más— y luego a exigir
elecciones regionales, a no levantarse de la mesa del diálogo y a continuar la presión
de calle. El que no quiera ir que no vaya, eso sí, cuando Venezuela sea libre,
cuando las condiciones mejoren, deben recordar que ellos se bajaron del tren.
Ya esa nueva Venezuela no tendrá ni su sangre, ni su sudor… porque ellos
prefirieron aportar por la deserción y la derrota.
Somos
un pueblo fuerte, somos un pueblo poderoso, pero lo somos y seremos mientras
estemos UNIDOS.
UNIDAD,
UNIDAD y MAS UNIDAD.
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