Por Douglas Barrios y Miguel
Ángel Santos
¿Cuánto tardaría Venezuela en
recuperarse de la debacle económica de estos años? Es una pregunta frecuente en
las conversaciones cotidianas, en los salones de clases y en los foros de
discusión dentro y fuera del país. Es también una pregunta sencilla,
relativamente intuitiva, cuya respuesta es compleja por diferentes razones. En
primer lugar, la pregunta supone que el país corrige el rumbo a partir de
cierto punto, mediante una transición política de la que hoy en día nadie sabe
a ciencia cierta cómo ni cuándo puede ocurrir. En segundo lugar, no todos
entendemos lo mismo por recuperación. ¿Es detener la recesión? ¿Es recuperar el
nivel de algún punto reciente? ¿Es volver a nuestro mejor momento? ¿Es alcanzar
el nivel o las tasas de algún país que nos sirva de referencia? ¿Cuál es la
base de referencia en la que piensan quienes se hacen esta pregunta? Es
importante encontrar una definición de éxito que balancee nuestras
ambiciones y posibilidades. Por último, aun suponiendo que sabemos a dónde
queremos llegar y que ocurre un cambio político capaz de enrumbar al país en
esa dirección, está el hecho de cuan factible es una recuperación
acelerada.
Con el primero de estos
factores tenemos muy poco que hacer, como no sea suponer que el cambio ocurre
de súbito mientras usted repasa estas líneas, y volver a actualizarlo cada
cierto tiempo. Sobre los otros dos, contamos con el desempeño histórico de
Venezuela y el del resto del mundo, para hacernos una idea del reto que tenemos
por delante.
¿Qué tan grave ha sido la
caída?
En los tres años que
transcurrieron entre 2013 y 2016, el tamaño de la economía venezolana se ha
contraído a un ritmo muy acelerado. Si a los datos oficiales del Banco Central
de Venezuela hasta 2015, le agregamos la caída de 18,6% en 2016 que se ha filtrado a la prensa,
Venezuela habría perdido 29,2% de su actividad económica por habitante en
apenas tres años.
Sólo existe un episodio en la
historia de América Latina en el cual un país haya perdido mayor actividad
económica en un trienio: Cuba (1991-1993). En esos años, el colapso de la Unión
Soviética y la ayuda económica a la isla, junto con la intensificación de
las sanciones impuestas por Estados Unidos a partir de 1992, precipitaron una
crisis que se llevó consigo 32,8% del Producto Interno Bruto (PIB) por
habitante. El nombre con el que el régimen cubano bautizaría este
período, período especial en tiempos de paz, le hacía justicia al
hecho de que ningún otro país hasta entonces, que no hubiese atravesado por una
guerra, había experimentado una caída mayor. El precedente inmediato era
Nicaragua, que en medio de la revolución sandinista de 1978-1980
perdió 29,0% de su actividad económica por habitante.
Más aún, en los últimos veinte
años, sólo se han registrado cuatro trienios de mayor devastación económica a
nivel mundial: Libia (-60,5%; entre 2009-2011), Sudán del Sur (-45,9%; entre
2010-2012), Iraq (-36,2%; entre 2001-2003), y la República Centroafricana
(-35,5%; entre 2012-2014). En todos estos episodios el colapso coincide con
conflictos armados de diferente naturaleza, lo que hace del caso venezolano un
episodio de ruina excepcional.
En términos de nuestra propia
historia, la caída nos ha llevado a niveles sólo superiores a los registrados
durante la huelga general 2002-2003. Más allá de esos años, habría que
remontarse sesenta años para encontrar un nivel de producción por habitante
inferior al que alcanzamos en 2016.
Si bien en estos últimos años
la caída ha sido más vertiginosa, la verdad es que 2017 marca el aniversario
cuarenta del fracaso económico de Venezuela. Desde 1977, sólo se han registrado
dos períodos de cuatro años de crecimiento consecutivo. El primero es el
período 1990-1993, cuatro años en que la producción por habitante creció a un
ritmo promedio de 3,2% anual, en medio del Gran Viraje del segundo gobierno de
Carlos Andrés Pérez. El segundo período son los cinco años que van entre
2004-2008. El crecimiento de este último está muy influenciado por la excepcional
caída registrada durante la huelga general de los años 2002 y 2003, la bonanza
petrolera más prolongada de nuestra historia y el crecimiento exponencial del
endeudamiento externo. En ambos casos, el crecimiento fue revertido por cambios
políticos o fuertes caídas en los precios del petróleo.
Más allá de las
particularidades de estos episodios, el hecho es que para finales de 2016,
Venezuela exhibe una producción por habitante 35,3% menor a la de 1977 y
equivalente a la de 1956. La economía venezolana, que alguna vez exhibió uno de
los episodios de crecimiento sostenido más exitosos del mundo, se ha convertido
en un fracaso monumental.
¿Qué se podría considerar una
recuperación?
Es difícil establecer cuál
debe ser el punto de referencia a considerar para definir la recuperación. Una
opción relativamente ambiciosa es tomar el punto de mayor ingreso per cápita de
nuestra historia: 1977. ¿Cuánto nos costaría volver al punto de mayor
afluencia?
La siguiente Tabla contiene
una combinación de varios períodos (columna 1), las tasas a las que tendríamos
que crecer anualmente durante ese período de tiempo para recuperar la
producción por habitante de 1977 en ese número de años (columna 2), y la
frecuencia con que esas tasas se han observado en nuestra historia (columna 3)[1]. Así,
por ejemplo, si empezamos a crecer en 2017 y deseamos recuperar el nivel de
ingreso per cápita de 1977 en apenas 10 años, necesitaríamos crecer en promedio
5,6% anual. ¿Es eso probable? De acuerdo con nuestra propia experiencia,
Venezuela sólo ha podido alcanzar una tasa de crecimiento igual o mayor en
apenas 2,2% de todas las secuencias posibles de diez años entre 1961 y 2015. ¿Y
si lo intentamos en quince años? Para eso, habría que crecer 4,0% anual en
promedio. Aun así, sólo 10% de todas las secuencias posibles de quince años
entre 1961 y 2015 registran un crecimiento igual o mayor a esa cifra.
Podemos hacer el ejercicio a
la inversa, y partir de un escenario relativamente más probable. Así, si
buscamos el primer escenario de recuperación que se haya registrado en períodos
equivalentes de nuestra historia con una frecuencia de al menos 50%, deberíamos
tomar los 25 años creciendo al 2,3% anual que nos tomaría recuperar el nivel de
2012. Este decepcionante guarismo es apenas una pequeña demostración aritmética
de una idea que ya todos hemos asimilado: es mucho más fácil destruir que
construir. En otras palabras, para recuperarse de una caída de 50% en un año,
habría que crecer 100% al año siguiente.
Un poco menos ambicioso sería
procurar alcanzar el punto máximo de los últimos cinco años, registrado en
2012. Dado que este punto es más reciente, es probable que sea una referencia
disponible a la hora de evaluar nuestra recuperación. De acuerdo con la Tabla
2, si queremos recuperar la producción por habitante de 2012 tendríamos que
crecer 4,6% anual durante una década, un fenómeno que sólo hemos alcanzado en
apenas 8,9% de todas las secuencias posibles de diez años entre 1961 y 2015.
Puestos a confrontar la inclinada cuesta de nuestra recuperación, y siempre
ávidos de atajos y salidas fáciles, es muy común que surja en este punto de la
conversación el salvavidas petrolero. A fin de cuentas, los venezolanos
deambulan por una superficie bajo la cual se encuentran las reservas petroleras
más vastas del planeta.
El salvavidas petrolero (y el
crecimiento requerido del sector no petrolero).
La introducción de la
producción petrolera trae cierta complejidad que nos obliga a introducir
algunas simplificaciones con fines ilustrativos. Supongamos ahora que queremos
averiguar cuánto nos tomaría recuperar nuestro pico histórico (1977) y más
reciente (2012) con base en combinaciones de crecimiento en el sector petrolero
y no petrolero. En ese caso, la primera pregunta que surge es en cuánto seremos
capaces de aumentar nuestra producción petrolera. Una vez más, podemos utilizar
como referencia la propia experiencia venezolana para hacernos una idea de lo
posible.
Pensemos en un horizonte de
cinco años. El máximo incremento en la producción petrolera en ese período
durante los dieciocho años de chavismo ha sido de 340.000 barriles por día
(2003- 2007). Si consideramos un período más largo, que comprenda el chavismo
más los cuarenta años que mal se han dado a conocer como la IV República, el
máximo incremento en la producción petrolera en cinco años consecutivos ha sido
de 712.000 barriles por día (1994- 1998). Por último, el mayor aumento de
producción en cinco años consecutivos en toda la historia de Venezuela es de
1.014.000 barriles por día (1953-1958). Son tres puntos de referencia que hacen
espejo de nuestras posibilidades, entorno económico, condiciones de negocios y
marco institucional de la época, del tipo de petróleo extraído y la tecnología.
Por ejemplo, la última cifra, la mayor, se registró en una época en que la
explotación petrolera estaba a cargo de compañías multinacionales, que operaban
dentro de un entorno económico y marco institucional estable, y extraían en
esencia petróleo liviano. A la hora de imaginarnos qué es posible, habría que
contrastar las mejoras tecnológicas que se han producido en los sesenta años
que han transcurrido desde entonces, con el hecho de que ahora las reglas del
juego no están claras, la extracción está obstaculizada por la presencia
mayoritaria y omnipresente de PDVSA, y los incrementos de los últimos años se
han concentrado en petróleos pesados de la Faja del Orinoco.
Independientemente de la
probabilidad que se les asigne, si suponemos que, a partir de los niveles de
producción de 2016 [2],
se registran incrementos equivalentes a estos tres escenarios, podemos calcular
cuál es la tasa de crecimiento necesaria en la producción no petrolera para
alcanzar nuestros puntos de referencia. La Tabla 3 resume el conjunto de
escenarios posibles. Aun dando por hecho que alcanzamos los máximos históricos
en la producción petrolera de cada período, las tasas de crecimiento requeridas
en la producción no petrolera para alcanzar los dos puntos de referencia son
substanciales, fluctuando entre 8,2% y 11,8% [3].
Episodios de crecimiento de
ese tenor son bastante infrecuentes en nuestra historia. De hecho, si tomamos
las tasas de crecimiento no petrolero mínimas y máximas que serían requeridas
para recuperar nuestro pico de producto por habitante (1977) en cinco años, el
rango que resulta estaría entre 10,7% y 11,8%, lo que apenas hemos conseguido
entre 1,9% y 5,9% de todas las secuencias posibles de cinco años desde 1961. En
el caso del punto máximo más reciente (2012), las tasas requeridas de
crecimiento no petrolero son menores (entre 8,3% y 9,4%), algo que en el pasado
hemos conseguido entre 9,8% y 13,7% de todas las secuencias de cinco años. A
juzgar por nuestra propia experiencia, la recuperación definida en estos
términos y plazos, luce poco probable.
¿Y qué podemos decir de la experiencia
internacional? En principio, no tenemos por qué circunscribirnos a la
experiencia venezolana para hacernos una idea de lo que es posible en el
escenario de una transición política que corrija el rumbo económico de la
nación. Podríamos también analizar qué tan factibles son estas tasas de
crecimiento en nuestra producción no petrolera, bajo la luz de la experiencia
internacional. A fin de cuentas, la mayoría de los países no cuentan con el
petróleo ni los recursos naturales de Venezuela, por lo que dependen del resto
de la economía (eso que nosotros llamamos no petrolera) para crecer y
progresar.
El Gráfico 2 describe la
distribución de la tasa de crecimiento anual a nivel mundial en todas las
secuencias posibles de cinco años que se encuentran entre 1961 y 2015. Si
tomamos como base el escenario intermedio, en el que la producción petrolera de
Venezuela aumenta 712.000 barriles por día en cinco años, la tasa de
crecimiento anual en la producción no petrolera requerida para alcanzar el pico
más reciente (2012) e histórico (1977) son de 8,8% y 11,2%, respectivamente.
¿Qué tan frecuentes son estas cifras en vista de la experiencia de crecimiento
internacional? Con base en las tasas registradas en otros países en períodos
similares, las tasas anuales de crecimiento requeridas para alcanzar el pico
máximo (1977) se han observado en solo 3,2% de todas las secuencias posibles de
cinco años en el mundo; 8,6% en el caso de recuperar el nivel de 2012. También
a nivel mundial estos episodios de crecimiento son poco frecuentes.
La Tabla 4 y el Gráfico 3
repiten este ejercicio para un período de diez años. Nótese que, curiosamente,
el máximo aumento en producción petrolera registrado durante los dieciocho años
de chavismo en un período de diez años es 201.000 barriles por día, inferior al
máximo aumento registrado en cinco años (340.000 barriles diarios, Tabla 3). Es
decir, en un horizonte de tiempo más largo, no han sido capaces de mantener ni
tan siquiera el exiguo crecimiento registrado en cinco años. En el caso de los
otros dos períodos, los aumentos máximos en secuencias de diez años son
significativamente mayores a las que observamos en cinco años, y relativamente
similares. El punto de máximo aumento si incluimos los cuarenta años anteriores
(1958-1998) fue registrado entre 1987-1998, cuando la producción creció
1.420.000 barriles por día. En nuestra historia, la década de mayor aumento en
la producción petrolera fue de 1.440.000 barriles por día, ocurrido entre
1946-1957.
Con base en estos tres escenarios,
podemos definir los crecimientos en el sector no petrolero que serían
necesarios para alcanzar nuestros puntos de referencia. Para recuperar nuestro
pico histórico (1977), deberíamos crecer entre 5,6% y 6,5% anual durante diez
años consecutivos. Para recuperar el máximo más reciente (2012), deberíamos
crecer en promedio anual durante diez años nuestra producción no petrolera
entre 4,4% y 5,3%. Incidentalmente, la frecuencia con que estos episodios se
han registrado en nuestra historia es mayor. Según el escenario que se escoja,
podrían haberse observado entre 28,3% y 39,1% de todas las secuencias de diez
años posibles entre 1961-2015.
El problema está en que la
mayoría de las secuencias de diez años en las que hemos registrado crecimientos
entre 4,4% y 5,3% en nuestra producción no petrolera se encuentran en los
primeros diecisiete años del período analizado (1961-1977). De hecho, sólo
existe en nuestro pasado una secuencia de diez años con tasas de crecimiento
anual promedio de esa magnitud que no incluya años anteriores a 1978, y se
encuentra entre los años 2003-2012.
A nivel mundial, tal y como lo
describe el Gráfico 3, secuencias de diez años en las cuales los países han
crecido más de 4,4% son bastante comunes. De hecho, aproximadamente la mitad
(49,5%) de todas las secuencias de diez años posibles tienen esas
características. Es decir, cuando nos fijamos en nuestra propia experiencia, la
recuperación tal y como la hemos definido aquí luce menos probable y
esperanzadora que desde el punto de vista de la experiencia del resto de los
países del mundo.
Crecimiento no petrolero dado
aumento de producción petrolera en 10 años de 1.420.000 barriles/día
Algunas consideraciones
especiales y conclusiones
Antes de enumerar algunas
conclusiones, conviene hacer dos advertencias. En primer lugar, nos hemos
ocupado aquí de todos los episodios de crecimiento por igual, sin detenernos a
considerar la calidad y las condiciones del crecimiento. Por ejemplo, el
crecimiento acelerado registrado entre 2003 y 2012 ocurrió en medio de la
bonanza petrolera más larga de nuestra historia, además de un proceso de
endeudamiento acelerado que multiplicó por cuatro la deuda pública externa en
apenas seis años (2006-2012). Así, las exportaciones de productos distintos a
recursos naturales se extinguieron, y los sectores asociados a importaciones
(transporte, almacenamiento, banca, seguros, comercio al mayor y detal)
ocuparon una fracción preponderante dentro de nuestra estructura de producción.
Una vez que cayeron los precios del petróleo y se cerraron los mercados
internacionales de deuda para Venezuela, todo se vino abajo como un castillo de
naipes. En el otro extremo del espectro, el crecimiento acelerado durante los
primeros años que hemos analizado aquí (1961-1977) ocurrió dentro de un
contexto de sustitución de importaciones que gradualmente fue agotando la
productividad, y fue suplementado por el boom de precios petroleros
ocurrido a raíz de la crisis árabe-israelí. Aunque se ha equiparado aquí el
crecimiento de entonces con el que requerimos a partir de ahora, está claro que
la calidad y los motores del crecimiento ya no pueden ser los de entonces.
En segundo lugar, cuando
utilizamos la historia para analizar qué tan capaces hemos sido de alcanzar
ciertas tasas de crecimiento de forma sostenida, hemos
comparado secuencias de años de alto crecimiento (1961-1977), con otros de
desempeño muy pobre (1977-2015). Así, las frecuencias de ocurrencia reportadas
aquí están muy influenciadas por acontecimientos ocurridos hace más de cuarenta
años, al que pertenecen la mayoría de los episodios de crecimiento. La verdad,
como se resaltó al principio, es que en los últimos cuarenta años existen muy
pocos años consecutivos de crecimiento.
La primera conclusión que se
podría derivar de nuestro análisis es la importancia del sector no petrolero.
Aún en los escenarios donde suponemos que se alcanzan nuestros picos históricos
de aumentos de producción, los crecimientos requeridos en el sector no
petrolero para promover una recuperación son substanciales. El petróleo es la
única fuente de divisas con que contará Venezuela en el arranque, y es
necesario diseñar una estrategia para sacarle el máximo provecho a esta
actividad y sus derivados. Pero la verdad es que el petróleo se le ha ido
quedando pequeño a Venezuela. Promover el crecimiento sostenido, en la
intensidad y por el tiempo que hemos analizado aquí, nos exige repensar el país
y nuestra visión del desarrollo, y orientar nuestros esfuerzos a crear una
economía no petrolera diversificada y próspera, capaz de generar empleos
productivos.
Segundo, todos nuestros
cálculos parten del supuesto de que Venezuela corrige el rumbo a partir de hoy,
e implementa un programa de reformas capaz de mantenerse en el tiempo. Ambos
supuestos tienen dos implicaciones trascendentes. La primera subraya la
urgencia de detener el deterioro. Mientras más tiempo transcurra y más
capacidad productiva y conocimiento sea destruido, más cuesta arriba será la
recuperación. La segunda resalta la importancia de generar consensos sociales
alrededor de la política económica y social, que hagan posible no sólo la
adopción del programa de reformas, sino también maximicen la probabilidad de
que tenga continuidad en el tiempo. Esto es esencial, toda vez que los horizontes
de recuperación más ambiciosos que hemos delineado aquí ocurrirán durante
varios períodos presidenciales.
Por último, nuestros
resultados sugieren que no es suficiente revertir el chavismo y “volver a
lo de antes”. El chavismo bien administrado es un mito, y la idea de
que antes éramos felices y no lo sabíamos no aguanta un análisis
riguroso. Entre 1978 y 1998, cuando en Venezuela existía alternabilidad en el
poder, medios de comunicación libres, bajos índices de criminalidad, y la
propiedad privada no estaba amenazada, se produjo una caída en el ingreso por
habitante de 22%, que duplicó los índices de informalidad, pobreza y pobreza
extrema [4].
Pensar en ese país como objetivo produce una suerte de referencia circular,
porque fue precisamente en ese país donde se crearon las condiciones económicas
y sociales que engendraron al chavismo.
♦
[1] Las cifras de crecimiento requerido en esta y las
demás tablas que siguen son totales, no per cápita. Han sido calculadas con el
objetivo de que, con base en la proyección de población del Instituto Nacional
de Estadísticas, permitan alcanzar los puntos de referencia en términos de
producción por habitante.
[2] Partimos de 2,056 millones de barriles diarios,
tomado de: OPEP, Crude oil production based on secondary sources, 4Q16”,
que se encuentra en la página 56. Disponible en: http://www.opec.org/opec_web/static_files_project/media/downloads/publications/MOMR%20February%202017.pdf
[3] Es de hacer notar que, al utilizar las cifras de la
OPEP (en lugar de los reportes de PDVSA: 2,278 millones de barriles por día),
se sobrestima el crecimiento petrolero en los tres escenarios de incrementos en
la producción, y por ende se subestima la tasa de crecimiento del sector no
petrolero.
[4] CISOR. “Procesamiento Especial de la Encuesta de
Hogares por Muestreo para IIES-UCAB, Primer semestre 1975 a 1997”. UCAB-IIES,
Julio, 1998.
28-02-17
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