Por Gregorio Salazar
En los recintos donde realiza
su show televisivo el hombre del mazo no entra la crisis. Allí todo es emoción
y alegría desbordante, joropo, merengue y pasodoble. Celebración de las hazañas
épicas de la Guardia Nacional que asesina, hiere, ciega, patea, arrastra,
detiene y tortura por igual a jóvenes y mayores rebeldes y gasea en sus propios
hogares a las familias venezolanas. Los efectivos verde oliva,
indiscutiblemente los favoritos, son invitados permanentes junto a grupos del
funcionariado público para cantarle loas a los logros inconmensurables de la
revolución, esos que en la voz del showman permanecen vigentes e imperecederos,
pero sobre todo impermeables a la pavorosa realidad que los circunda.
Como contrapartida a la obra
grandiosa de la revolución, a cada minuto recordada por los vídeos de Chávez en
vociferante autoaclamación de sus victorias, está la representación de la
disidencia, el retrato hablado de la dirigencia opositora, caricaturizada como
homicida, traidora de la patria, vendida al imperio, gafa, drogadicta,
despreciadora del pueblo, pervertidora de niños, financiadora de mercenarios.
No hay entre ellos un solo demócrata, ninguno responsable, les importa un
comino la suerte del país. Eso sí, cada quien con su remoquete. Su jefe es
Trump y su único objetivo político es postrarse de hinojos ante el trono
imperial, regalarle el petróleo y los recursos del país entero.
La construcción previa de esa
visión es luego filón inagotable para las burlas y los chistes del conductor
del programa, que ríe a mandíbula batiente y arranca aplausos a rabiar de la
audiencia, siempre entusiasta y delirante, siempre dispuesta a corear el
hashtag del día para impulsarlo al primer lugar del trending topic.
Es impresionante por anómala
esa abstracción de la realidad, ese bloqueo tan hermético al derrumbe del
proyecto de poder que apareció hace 25 años en la escena nacional, en medios de
estruendos de morteros y ráfagas de ametralladoras. La destrucción del país, de
sus instituciones y de su aparato productivo no cabe, por supuesto, en el
disociado guión. Tampoco la pulverización de la moneda y del poder adquisitivo
de la clase trabajadora. Ni el drama de los hospitales con sus niños muertos de
mengua, sin medicinas, infectados, hacinados, ni los recién nacidos a los cuales
esperan días sin leche, alimentos ni pañales. Mucho menos se habla de la
creciente legión de menesterosos que sobrevive ingiriendo desperdicios.
Es una pasada de suitch
magistral, una maratónica y dislocada performance cuyo fin de cada noche es
ofrecer a todo trance una imagen de omnipotencia e invencibilidad. Los
objetivos de la revolución fueron plenamente alcanzados y van a ser defendidos
a costa de lo que sea, acompañados sus líderes por el agradecido fervor
popular. Se lo merecen por heroicos, capaces, legítimos e invictos. Son 17 años
de marcha triunfal. Toda derrota es pasajera y circunstancial. La victoria del
otro será siempre una mierda. Ese no existe, no tiene los mismos derechos
constitucionales. No volverá.
Bajo esa ensimismada
perspectiva, imagina uno, pretenderá funcionar la fraudulenta asamblea nacional
constituyente que escogerán este domingo. No importa cuántos voten, bastará una
buena gráfica de un grupo de votantes agolpado a las puertas del Poliedro para
que el mandado esté hecho. Lo importante es instalar el parapeto y que comience
su tarea de persecución política y desmontaje de la constitución, el trazado de
la nueva geometría del poder, para hacer la revolución irreversible.
Una cosa es que los autores de
ese guión disociado no perciban que la tierra tiembla bajo sus pies. Otra que
al irreductible empuje del pueblo venezolano no terminen por sucumbir, tragados
por las grietas que ese pueblo va ensanchando con las luchas y el sacrificio de
cada día en busca de la vida en libertad.
30-07-17
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