Por Hugo Prieto
En los años 70, cuando todos
los venezolanos creían que el mandado estaba hecho (la instauración de la
democracia como régimen político), un equipo de investigadores del Cendes
(Universidad Central de Venezuela) realizó una investigación para responder a una
interrogante que se hacían en varios países. ¿Podía Venezuela ser realmente
democrática? Había dos factores concomitantes, aunque de signos opuestos, que
justificaban la pregunta: una derecha militarista y una izquierda
insurreccional.
A raíz de esa investigación,
titulada Cambio Político en Venezuela, se publicaron tres libros. Dos
de ellos resultaron clarividentes, premonitorios. El primero tenía por
título El fracaso de las élites y el segundo Crisis de la
Democracia.
Luis Gómez Calcaño, sociólogo,
con maestría en Planificación (UCV), tiene muy en cuenta dos de las
conclusiones que arrojó el estudio. Una, desde el punto de vista económico, el
planteamiento era la sustitución de importaciones, aunque Corea de Sur y Taiwán
habían demostrado que esa política conducía al estancamiento, a un callejón sin
salida. Dos, desde el punto de vista político, las élites venezolanas estaban
divididas, convivían valores diferentes, visiones del mundo muy distintas,
intereses contradictorios, lo que hacía muy difíciles que ellas pudieran
estabilizar un régimen político. El país, así como la democracia, era una bomba
de tiempo aplazada por la renta petrolera.
El viernes negro dinamitó el
castillo de naipes. Además, puso de bulto otra falla de origen: “El problema de
las élites venezolanas es que tienen una relación lejana, muy distante, con las
masas”, dice Gómez Calcaño.
La crisis emerge claramente en
la década de los 90. Son los años de la antipolítica, en cuyas filas militan
empresarios de peso y los medios de comunicación. También es la crisis de los
partidos, que no tienen una visión estratégica, ni una cultura de largo plazo.
“Ni siquiera tienen una ideología clara”, aclara Gómez Calcaño.
Estamos ubicados en 1989, El
Caracazo y el torbellino que arrasó con esta sociedad. ¿Entre 1989 y 2017,
lapso de dos generaciones, todavía somos incapaces de llegar a un acuerdo, de
sacrificar intereses inmediatos para alcanzar un objetivo estratégico? ¿Todavía
estamos en esto?
No es que estamos todavía,
estamos mucho peor. Al menos en aquellos años, pese a grandes problemas, en el
escenario había oportunidades para que las cosas fueran diferentes.
Paradójicamente, en el gobierno de Lusinchi, que fue uno de los más corruptos,
se creó la Copre, que reunió a lo mejor de las élites venezolanas, se llegó a
un diagnóstico muy importante. Si no hay reformas políticas, si no hay
innovación económica, esto va a seguir deslegitimándose. Pero ya sabemos
qué pasó. No le hicieron caso a la Copre. Para ese momento las élites estaban
divididas y creían que ellas, por sí mismas, podían dar la solución. Pero lo
trágico de todo esto es que esa élite, que controlaba la renta petrolera, que
controlaba las instituciones, decide entregar el poder, sin siquiera, y esto lo
digo en lenguaje metafórico, disparar un tiro.
¿No será que las élites
estaban sumidas en la frivolidad, que estaban aburridas? ¿Que en algún momento
decidieron que vivir en Miami era una meta y Venezuela era, simplemente, el
puente que las conduciría hasta allí?
No necesariamente, Venezuela fue
—al menos hasta 2013— una enorme fuente de acumulación, entre otras cosas,
porque la renta petrolera permite unos niveles de beneficios muy difíciles de
alcanzar en un país capitalista normal. Hubo corrupción, también en el sector
militar, pero nada comparables con los niveles que hemos alcanzado hoy.
A lo mejor el planteamiento
que hago es totalmente equivocado, pero algo debería explicar cómo es que una
clase social sencillamente baja la guardia y la noquean.
Puede haber muchas
explicaciones, pero yo creo que el factor más importante es que las élites se
volvieron a dividir. Es decir, se rompió su alianza. Ocurrió, por ejemplo, con
la reforma constitucional que intentó Caldera en su segundo gobierno. ¿Quién
fue el que lo bombardeó más? Los medios, que no toleraban la más mínima
restricción para hacer de todo. Pero también había ciertos sectores
empresariales que pensaban que ya no les hacían falta los políticos. Emeterio
Gómez refirió una anécdota. Por allá, en los años 60, un grupo de empresarios
planteó la creación de un partido liberal que nos represente a nosotros,
uno de los jóvenes empresarios fue a hablar con un experimentado capitán de
empresas, pero cómo se les ocurre, nuestro partido, el que nos conviene a
nosotros, es Acción Democrática, porque es el que nos ha legitimado, fue el que
luchó contra el comunismo, contra la izquierda. No se les ocurra hacer una cosa
distinta. Pero ya para los 80, el Grupo Roraima, uno entre otros, pensó
que había llegado el momento de un gobierno tecnocrático y que los partidos
eran prescindibles. No advirtieron que se estaba perdiendo el lazo de
legitimidad.
Luis Gómez Calcaño retratado
por Roberto Mata
¿El momento no estaba servido
para que la izquierda irrumpiera como alternativa? ¿Qué fue lo que ocurrió?
La izquierda, a pesar de la
rectificación del MAS, nunca llegó a conectar con la gente ni con el pueblo.
Por eso, cuando la izquierda entiende que la vía no es insurreccional y aparece
Chávez con su enorme popularidad, se sube al tren del chavismo. Cosa que ya
había anteriormente. Se subió al tren de Larrazábal, al tren de Prieto y
también al de Caldera. En realidad es una demostración de que ella, como una
pequeña élite política, en poder, además, de un diagnóstico de todos nuestros
males, tampoco logró conectarse con el pueblo.
La izquierda tiene una enorme
responsabilidad. Se acabaron las excusas de que alguna vez fueron marginados y
perseguidos. Esta izquierda, que no ha perdido oportunidad de subirse a todos
los trenes que han pasado por la política venezolana, incluido el de Chávez,
anda hoy a la deriva, anda rumiando sus fracasos. Sencillamente demostraron que
eran los díscolos del Pacto de Punto Fijo.
Fue una izquierda que no se
logró renovar, como sí ocurrió con otras, aunque lo intentó. Al menos el MAS,
que intentó hacer algo que no fuera solamente socialdemocracia ni tampoco
estalinismo, pero no logró conectar con la cultura profunda de la gente. En
realidad, la oferta de la izquierda, tanto de la insurreccional como de la
masista, no era creíble. Algo muy interesante, ubicándonos ya en el chavismo,
la gente votaba por la promesa, por el mito, pero nunca se convenció de que el
socialismo era bueno. No era eso lo que quería la gente sino el reparto que se
había dejado de dar. Ni AD ni Copei habían manejado bien la renta petrolera y
el tema del desarrollo. Entonces, que viniera otro.
En los años 60, la izquierda
apostó por Fidel Castro, no por Betancourt. Hay quien dice que eso lo explica
todo. ¿Usted que cree?
Yo rescataría la rectificación
del MAS, de gente como Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez. Ellos intentaron
hacer un socialismo democrático, pero no lograron conectar con el pueblo, entre
otras cosas porque nunca estuvo claro cómo lograr eso, y aquí lo estamos
viendo. Muchos intelectuales estadounidenses y europeos, incluso venezolanos,
se ilusionaron con el chavismo porque pensaron que al fin había llegado un
socialismo que era más radical que la socialdemocracia, pero que era
democrático a la vez. Y por eso miraron al otro lado frente a todo el carácter
autoritario que tenía el chavismo. Hoy, por ejemplo, mucha gente agita la
consigna defendamos la Constitución del 99, pero resulta que esta
constituyente monárquica e imperial, que se votó el domingo pasado, está en la
Constitución del 99, no está sometida a nadie, es una monarquía absoluta.
No sólo eso, la concentración
del poder en manos del Presidente, eso también está en la Constitución del 99.
Así como las bases para el reparto de la renta petrolera, siguiendo el guion de
Melo “dale que yo reparto bien”.
La gran inteligencia de los
asesores cubanos y del chavismo fue advertir que no podían hacer una revolución
por medio de la insurgencia. La Constituyente del 99 tiene las cosas que eran
importantes para Chávez, pero al mismo tiempo se hicieron concesiones a los
sectores de izquierda, a organizaciones defensoras de derechos humanos, como
una expresión de la correlación de las fuerzas políticas en un momento
determinado. Este elemento es común a cualquier Constitución. Claro, el
chavismo no podía hacer en el 99 lo que va hacer ahora. Tenía entonces un
carácter contradictorio y claro, cuando la gente quiere que la engañen, se deja
engañar. Algunos quisieron ver solamente “lo bueno”, por ejemplo, los derechos
humanos y la democracia participativa.
¿Es decir que no todo lo bueno
era bueno?
Recientemente, hará cosa de un
mes, leí un artículo muy interesante escrito por Edgardo Lander y Santiago
Arconada. Ellos no son chavistas, sino marxistas revolucionarios, que creyeron
que el chavismo iba a promover la democracia socialista. Haciendo un
diagnóstico de lo que significa el desastre del gobierno de Maduro, ellos dicen
lo siguiente: Nosotros pensamos que todo el trabajo de organización
popular, que se había hecho en las bases, iba a ser un contrapeso a cualquier
tendencia autoritaria, pero nos encontramos que el individualismo y la
corrupción es lo que predomina. Ciertamente es una demostración de honestidad
intelectual, pero la democracia participativa en realidad fue una gran estafa
que le hicieron a quienes quisieron creer en eso.
Si había dudas en los años 70,
se demostró que en Venezuela, realmente, la democracia es… un espejismo. Ante
cualquier nubarrón, vamos detrás de cualquier iluminado. No fuimos capaces de
poner a prueba la democracia representativa antes y mucho menos la democracia
participativa ahora. Ante cualquier dificultad, la gente se cansa.
No, yo matizaría ese
planteamiento. Más bien, los sectores populares, digamos, los perdedores
durante todo el régimen democrático, más bien fueron muy pacientes y renovaron
su esperanza en el cambio pacífico y electoral. Claro, en términos relativos,
un pobre venezolano no estaba tan mal como sus pares de cualquier otro país de
América Latina. Pero lo que siempre ha habido esa experiencia democrática es un
componente autoritario muy fuerte, que viene de la autonomía que se les dio a
los militares. El mundo de los militares, era un mundo aparte. El pobre señor
Leoni, que era tan buena gente, permitió que hubiera desapariciones, torturas,
todo lo que sabemos de los años 60, ¿por qué? Porque a los militares se les
dejó hacer lo que les diera la gana.
¿Si la gente fue tan paciente
durante la democracia representativa, así como con la democracia participativa;
si constató el fraude antes y después, cuál podría ser su actitud ahora?
Yo me voy a referir al estudio
sobre las actitudes políticas de los venezolanos que, recientemente, presentó
la Universidad Católica Andrés Bello. Ahí se muestra a una población, a unos
ciudadanos, que es mucho más sensata que sus propios dirigentes. Más del 60 por
ciento de los entrevistados están de acuerdo con que debe haber negociaciones,
entre gobierno y oposición. ¿Qué va hacer la gente ahora? Bueno, la gente es
realista. Yo no sé si alegrarme o entristecerme ante los primeros signos que se
advierten de lo que podría ser cierta normalidad. ¿Por qué es bueno? Porque la
gente tiene que sobrevivir, tiene que comer y tiene que trabajar. ¿Por qué es
malo? Porque nos puede ocurrir lo que caracterizó a los países totalitarios, la
gente sabe que el régimen va a durar 50 o 60 años y no va perder su vida
luchando contra una realidad que no pueden cambiar y entonces buscan como
acomodarse.
¿No será que aquí lo que se
impuso fue “la paz romana” y que a partir del domingo tomamos conciencia de que
este régimen llegó para perpetuarse?
Esa es una de las hipótesis.
Pero yo quisiera pensar en qué hacer para que eso no ocurra. Realmente
pudiéramos estar muy cerca de ese peligro, porque en estos últimos cuatro meses
toda la política ha sido el terror. Un día a la vez, pero escalando más y más.
Hará cosa de mes y medio que salió aquella grabación donde discutían el tema de
los francotiradores. Si lo vamos a hacer o no lo vamos a
hacer. Bueno, decidieron que sí lo van a hacer. Está clarísimo. Lo
decidieron así, porque lo pueden hacer en este momento. Eso es lo grave. ¿Por
qué se va a negociar? ¿Qué necesita el régimen que la oposición le dé? No
necesita nada. Y esto es lo lamentable, después de cuatro meses de marchas, de
manifestaciones, de trancas, de enfrentamientos, la oposición no ha logrado
mover ni un milímetro la posición del gobierno, ¿por qué hacerle caso a una
oposición que ha demostrado que es impotente? No me refiero solamente a los
partidos nucleados en la MUD, sino a la cantidad de personas independientes que
han ido a marchar porque creían que eso va a servir para algo. La frustración
tiene que ser muy grande.
Una hipótesis que sólo
bastaría presentarla en público como una realidad.
En el libro La Cortina de
Hierro, Anne Applebaum cuenta como el socialismo autoritario se fue instalando
en los países de Europa del Este. Es exactamente igual a lo que ha pasado aquí.
El propósito del poder es destruir sistemáticamente a la sociedad civil.
Destruir la autonomía de las universidades, de los sindicatos, de los gremios,
de las organizaciones estudiantiles y juveniles. En ese momento, el estalinismo
podía hacer eso porque el Ejército Rojo ocupaba esos países. Aquí tenemos la
asesoría cubana, pero realmente han sido suficientes los militares venezolanos
para reprimir a la población.
Luis Gómez Calcaño retratado
por Roberto Mata
¿Para qué vamos a seguir en
esta lucha pacífica, democrática y constitucional, si el gobierno no tiene
necesidad de negociar y con la Constituyente tiene en sus manos todos los
resortes del poder?
Justamente, aquí es donde
entra el concepto de resistencia y la importancia de la sociedad civil. En
alguna medida, los partidos políticos son un producto de la sociedad civil,
pero se especializaron en ser la interfaz entre la sociedad y el Estado.
Difícilmente, los partidos renuncien a cumplir ese papel, entre otras cosas,
porque su misión es buscar el poder, así sea en unas condiciones pésimas,
terribles e insoportables. Si los partidos políticos no participan en las
elecciones regionales, les tocará hacer política de las otras formas posibles.
¿Cuáles son las otras formas
posibles?
Quedan dos alternativas. Una,
muy preocupante, pasar a la lucha armada. Es lo que uno escucha en sectores de
clase media alrededor del señor Oscar Pérez. ¿Hasta cuándo nos vamos a seguir
matando en las calles? Y sabemos también que hay un pequeño sector de la clase
media que tiene armas y están locos por usarlas. Las dictaduras no caen
con votos, ese es su lema desde hace 20 años. Eso lo sabe el gobierno. Fue tan
evidente la sincronización política que el domingo se organiza el gigantesco
fraude y al día siguiente se convoca a elección de gobernadores. ¿Para qué?
Para que la gente diga si voy a votar, me van a robar igual. Era la
fórmula perfecta para dividir a la oposición.
¿Cuál sería la otra
alternativa?
Cuando ya se llega a la
verdadera instauración del totalitarismo, lo único que queda es la resistencia.
Que puede ser casi invisibilizada. Incluso, en los países de Occidente los
calificaban de disidentes. Lo único que los salvó a ellos es que siguieron,
siguieron y siguieron. Entonces, hay que prepararse porque esto va a ser mucho
más duro. Yo no le quiero dar ideas al gobierno, pero seguramente ya lo han
considerado. Es muy fácil aplicar la censura en Internet. Los chinos
seguramente están dispuestos a compartir esa tecnología. ¿Qué va a pasar con la
gente de oposición cuando uno no se pueda meter en WhatsApp para saber cuál es
el último chisme político o en Periscope para escuchar a los líderes de los
partidos opositores? Desgraciadamente, hay que prepararse para esa realidad.
La resistencia sólo es posible
con organización y un objetivo claro de largo plazo. Necesita, además, unas
élites que trabajen en función de eso, porque necesariamente tiene que ser
policlasista. ¿Usted cree que la sociedad venezolana tiene capacidad para
organizarse alrededor de la resistencia?
Por supuesto que hay muchos
obstáculos, el primero es la deformación que ha sufrido la palabra resistencia.
Nos viene a la cabeza los jóvenes que se enfrentan a la Guardia Nacional en las
calles. Es una deformación semántica terrible, que no tiene nada que ver con la
resistencia pacífica. O en un plano más general, nos recuerda a la resistencia
francesa o a una guerrilla. Segura y lamentablemente esa resistencia va a
existir, pero no tendrá ninguna oportunidad de éxito, porque la diferencia en
el poder de fuego de unos y otros es monstruosa. Y lo peor es que va a difundir
la imagen de una oposición violenta. Ahora, ¿cuál es la base de la resistencia?
Yo creo, justamente, que está en lo social. Qué ahí está la clave que puede
unir a las élites políticas con las masas. ¿Por qué en lo social? Porque la
deslegitimación que ha experimentado el madurismo, se debe a lo que ha
producido el modelo político: la crisis económica, el hambre, la crisis de la
salud. Yo creo que los partidos políticos y organizaciones de la sociedad civil
pueden organizar la resistencia, en conjunto con la gente, a partir de la
imperiosa necesidad de atender sus necesidades básicas. Esto no significa que
se vaya a dejar de lado la lucha por la democracia, por los valores y la
pluralidad política, no. Pero lo que hay que reivindicar es que la gente se
está muriendo de hambre.
06-08-17
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