Por Miguel Pizarro
Para mí la política es un
oficio que se debe a la gente, al servicio, a construir soluciones y
transformar realidades. No hay espacios para el individualismo ni las verdades
absolutas. No se trata de tomar decisiones y creerse un mesías, sino de
explicar los motivos que nos llevan a elegir nuestras rutas.
Hoy los venezolanos no quieren
votar para que los políticos tengamos un cargo; queremos votar por un cambio
para nuestro país. Sin embargo, a pesar de que soy un convencido de que el
camino electoral es la única vía para salir de este régimen sin aumentar el
costo que hemos pagado, también considero soberbio y egocéntrico creer que en
estos momentos nos basta ser mayoría para luchar contra esta dictadura, que
basta con ser un buen candidato o que el miedo al adversario basta para motivar
la participación.
Este oficio se trata de ser
autocríticos, humildes y sobre todo humanos: debemos ser capaces de analizar
los aciertos y también de sentarnos a explicar por qué no sucedieron las cosas
que planteamos, cuándo falló la comunicación o el manejo de incertidumbre y
expectativas, cuándo se han vendido falsos espejos sesgados por el inmediatismo
y cuándo es necesario admitir que no podemos solos, que derrotar este régimen
no depende de 30 personas ni de un partido político, sino de todos los que al
igual que nosotros sueñan con cambiar este país.
Como sociedad también nos toca
combatir de nuevo la antipolítica y el desinterés por lo público que nos trajo
hasta aquí. No son pocos los que han vuelto a creer que este oficio es tarea de
una élite, que existen soluciones rápidas para salir de esta tragedia; que es
más fácil buscar culpables y que dejar de involucrarse es una solución o un
castigo a la dirigencia cuando realmente su acción perjudica al país entero.
Para quienes soñamos con un futuro distinto hay un solo obstáculo: el Gobierno.
Si en vez de sumar nos encargamos de dividirnos entre nosotros, de nada valdrá
el esfuerzo hecho para derrotarlo.
La lucha que está planteada
ahora es para que nuestro voto valga, para que el camino electoral tenga
sentido, para poder participar en elecciones con garantías en las que se
respete nuestra voluntad. Sería ingenuo concentrarnos en hacer campañas y
participar en otro teatro electoral lleno de trampas y abusos como el del 15-O
en vez de subir la apuesta y enfocarnos en la preparación y la organización que
todos necesitamos si deseamos salir victoriosos en las elecciones
presidenciales. ¿Cómo? Presionando ante la comunidad internacional, exigiendo
condiciones electorales, iniciando la formación de electores, movilizadores y
testigos para defender el voto, definiendo en cada edificio y cada barrio cómo
nos organizamos, cómo movilizamos a otros, cómo distribuimos la información,
cómo somos útiles y cuáles son los planes A, B y Z para contrarrestar
cualquiera de sus intentos de amañar el proceso. En definitiva, creando una
estrategia que nos permita caminar juntos en la misma dirección.
En este país nací y crecí.
Aquí es donde decidí que mi destino era hacer política, donde entendí que este
oficio es una vía para construir soluciones y no para el uso del poder en
beneficio propio. Venezuela y su gente es el ejemplo más palpable que tengo de
que nadie puede robarnos la esperanza, de que en las peores crisis siempre es
posible unirnos y vencer la adversidad y de que aunque intenten callarnos,
estamos dispuestos a darlo todo por nuestros ideales.
Estoy seguro de que juntos
podemos construir ese país de progreso que todos soñamos, en el que los
aeropuertos sean sinónimo de reencuentro, en el que la escasez no siga siendo
el suplicio de millones de personas, en el que la inseguridad no cobre más
vidas y en el que podamos contarle a nuestros hijos y nietos cómo unidos
derrotamos la última dictadura que intentó gobernar este país. Estoy convencido
de que todo el esfuerzo y el sacrificio que estamos haciendo hoy nos permitirá
triunfar mañana.
17-11-17
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