Por Antonio Ecarri Bolívar
El viejo refranero español nos
recuerda que “mal de muchos es consuelo de tontos” y lo invocamos para dejar
constancia que no vamos a incurrir en ese error, en esa tentación inútil, sino
que traemos a cuento el refrán para constatar la realidad política actual
venezolana, siempre que la analicemos fuera de los reflectores, dejando a un
lado la demagogia y la respuesta de ocasión.
Este gobierno sale derrotado
de las elecciones municipales, porque ya lo estaba desde antes de los comicios,
no por la votación sino por la economía: un país donde sus ciudadanos hurgan en
la basura y son chantajeados por una bolsa de comida, como contraprestación al
voto, es una nación cuyo gobierno está derrotado y sin futuro. En efecto,
el resultado de las elecciones municipales, donde aparece el mapa de Venezuela
“rojo-rojito”, – usando la expresión del ahora innombrable Rafael Ramírez- no
puede ser interpretado, en absoluto, como que el madurismo sea, ni de lejos,
mayoría en Venezuela.
Con una abstención de más del
60% de los electores, con la decisión de los partidos mayoritarios de no
participar en ese evento -por la inequidad electoral y las trapisondas del
régimen- se hace muy cuesta arriba, para el gobierno, poder demostrarle a la
comunidad internacional que esa prepotencia victoriosa que exhibe se
corresponde con la realidad. El gobierno no gana, sino que por el contrario
pierde, porque aquí y afuera todos conocen las triquiñuelas, ventajismo,
cohecho, soborno, marramuncias que el gobierno realiza para ganar elecciones en
Venezuela. Es por ello que esa Asamblea Nacional Constituyente,
inconstitucional, no la reconoce nadie en el extranjero, ni esta elección
municipal tampoco será reconocida como una victoria oficialista, porque es un
calco de las elecciones cubanas, conocidas por el mundo como una terrible
farsa, aunque ellos continúen realizándolas por creer que “la aldea global”
puede ser engañada una y mil veces. Esta victoria del gobierno es, entonces,
una victoria de estiércol (Chavez dixit, aunque más escatológicamente).
Ahora bien, porque el gobierno
haya perdido con esta elección, tampoco significa que la oposición ha ganado.
No, también pierde, porque haber decidido abstenerse es un grueso error que se
puede explicar, pero no justificar. Se explica, porque la oposición reclama
mejores condiciones para participar y eso, éticamente, es correcto, pero
políticamente es de una futilidad impresentable. Recordemos que la cascada de
errores precedentes comenzó cuando se renunció al triunfo obtenido en la
gobernación del Zulia. Si la oposición, toda, sabía que el gobierno iba a
torcerles el brazo a los gobernadores triunfantes, haciéndolos pasar por la inquisidora
e inconstitucional Asamblea Nacional Constituyente, no debió haber participado.
Digo, si el tema era moral y no político.
Ahora bien, a sabiendas que el
asunto era político, pues se participó como tenía que ser, pero hete aquí que
luego de ganar la gobernación más importante de la República, se entrega por
consideraciones supuestamente éticas y morales. Esto trajo como consecuencia
que los partidos políticos, más importantes de la oposición, decidieran no
participar en las elecciones municipales, para no volver a pasar por la horca
caudina de la “prostituyente”, pues por allí también pasarían los alcaldes
electos. Ah, pero ¿cuál es el resultado de esa política?: más de 90% de las
Alcaldías en las manos del gobierno. Lo demás es retórica y explicaciones
vanas. Esta es la verdad sin subterfugios y a estas alturas nadie, en su sano
juicio, puede exhibirlo como una política exitosa.
En Acción Democrática
estuvimos varios días devanándonos los sesos buscando una forma de participar
sin romper la unidad. Eso no fue posible y por eso, tascando el freno, para no
romper definitivamente con los otros partidos de la alianza opositora, lo que
imposibilitaría cualquier entendimiento futuro, también decidimos abstenernos
en esa contienda. La decisión no fue fácil tomarla, porque la tradición
democrática de AD y los errores de anteriores decisiones abstencionistas nos lo
dificultaban, pero como decimos los viejos valencianos: por donde la vieras
Catalina era tuerta y no quedó otro camino que la dolorosísima abstención.
Lo que sí quedó demostrado
fehacientemente, una vez más, es que no participar en un proceso electoral no
otorga beneficios políticos a nadie, perdón, a casi nadie, solo a los que se
llenan la boca y se solazan con aquello de “yo se los dije: dictadura no sale
con elecciones”, a quienes por cierto hay que dejarlos al margen, derrotándoles
su política absurda y no cayendo más nunca en su chantaje.
Se hace necesario, entonces,
utilizando la jerga de los economistas, una reingeniería (no financiera en este
caso), sino política y tal como sucede en un accidente de tránsito, lo primero
que hacen los paramédicos será detener las hemorragias y luego atender a las
personas que tienen mayor riesgo de morir; así nosotros, en una reingeniería
política urgente, debemos detener la hemorragia divisionista y, luego,
progresivamente ir resolviendo temas como la coordinación opositora, una sala
situacional equilibrada, un programa mínimo común y unas elecciones primarias
transparentes que nos arroje un candidato de fuelle para enfrentar juntos a
Maduro y, después, a gobernar unidos para salir de esta pesadilla. Si hay
voluntad política todo es posible, no hay tiempo para el desánimo ni para
siquiátricas depresiones. Todos fuimos derrotados, ahora vamos por el desquite,
para que la derrota la cargue en sus hombros quien la merece: la minoría
responsable de esta debacle colectiva
14-12-17
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