Por Arnaldo Esté
Vuelvo al tema bajo la demanda
de la crisis.
No es un valor establecido,
aun cuando, como término, es de uso frecuente. Se le encuentra también, y más filosóficamente,
como “otredad”. La condición de la gente que no es como yo o está más allá
de YO. Ahora se hace imperativo su cultivo, tanto en su compresión política
como en su acepción ética de mucha mayor amplitud. Necesidad de los otros, de
los que no son como yo tanto para el juego social como para la propia
realización.
En las artes, se discute
cuestionando la existencia es sí misma de la obra de arte, argumentando que
ella realmente comienza a existir solo cuando otro la contempla. Implica
comunicativamente pasar del dominio actual del discurso leccionario y
predicativo, tanto en los medios como en las aulas, de quien asume la posesión
de una verdad preexistente, que solo requiere ser expresada –o impuesta–
insistentemente y con todo tipo de argucias técnicas y desde el poder que en
ello se guisa, al conocimiento y la verdad como procesos constructivos que se
fecundan en el acopio de lo que ya se tiene, del acervo, activado por la
demanda y el asedio de los problemas y que tendrían que ser procesados socialmente.
El autoritarismo niega la
diversidad y, por tanto, la riqueza de los procesos constructivos.
La instalación de la
diversidad como valor exige una práctica reiterada y consiguiente y unas
maneras, que podemos llamar métodos, de cultivarla. Estos no son enunciados
nuevos. Tienen tiempo militando en las discusiones epistemologías y
pedagógicas. Pero ahora y para esta muy difícil situación del país, toma la
vigencia de lo urgente.
Puede ser molesta y hasta
repugnante la actitud y posiciones de los diversos, y puede resultar cómodo,
confortable (cuando no muy útil) encerrarse en la absolutización de los propios
intereses o convicciones. Pero la exigencia actual es de diversidad y su
verificación en la negociación comunicativa, social y, por supuesto, política.
Un imprescindible aprendizaje.
La diversidad supone no solo esa necesidad del otro sino que ese otro seguirá
existiendo. El ir y venir político, y en sus usos más frecuentes, no es raro
que deje vencedor y derrotado y la amargura de los segundos. Sobre todo cuando
se había cultivado una suerte de predestinación fácil y presuntuosa que
implicaba una natural superioridad que ha resultado violada.
Independientemente de los
resultados de las posibles elecciones, la construcción del país será larga y compleja,
y pasará por una necesaria comprensión de sus condiciones y características,
que escapa de estándares o estereotipos, fáciles de abordar con paquetes de
“medidas”.
Estamos en ese trajín que
puede resultar en grandes aprendizajes y, con ellos, una profundización de la
democracia.
arnaldoeste@gmail.com
16-12-17
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