Por Carolina Gómez-Ávila
Hasta hoy no me había
preocupado el interés notorio, continuo y articulado con el que trabajan medios
y personas para construir una matriz de opinión favorable a una eventual
candidatura presidencial de Lorenzo Mendoza.
No lo había hecho porque he
confiado en que él mismo no contempla esa malhadada idea, como tantas veces ha
declarado de manera enfática. Pero que esta vez no haya salido a atajar la
especie, me da muy mala espina. Y peor me parece que haya gente que no comprenda
por qué esa sería una pésima noticia para el futuro de la nación. Por ellos y
para ellos, estas líneas.
Antes de 1998 -y después,
pero discrecionalmente y con graves represalias en algunos casos- era uso y
costumbre que los principales empresarios del país contribuyeran con
prácticamente todas las campañas electorales (sí, así, sin distingo, con
todas). Supongo que por eso escuchamos a los líderes políticos declarar que
Mendoza estaría en su derecho de aspirar y que sería bien recibido a unas eventuales
primarias. Alguno hay, más descarado, que ya le ha dado la bienvenida y que en
paralelo propone una cesta de encuestas, como si no supiera que ya está más que
encuestada su aceptación. Pero se entiende, ¿qué otra cosa pueden responder
cuando les hablan de alguien a quien tanto le deben, verdad?
Lo que no se entiende es que
siga habiendo venezolanos que el único artículo que conozcan de la Constitución
de la República Bolivariana de Venezuela, sea el 350. Pasen por el 299; ese que
dice que el régimen socioeconómico del país se fundamenta en principios de
libre competencia y que otorga a la iniciativa privada papel protagónico en el
desarrollo de la economía (y ya que estamos, lean los subsiguientes) y dejen de
insistir en que nuestro problema “¡es la economía, estúpido!”, porque nuestra
vigente CRBV no es la causante de nuestra horrorosa situación económica; por el
contrario, en ella está indicado el camino para salir de este desastre.
Pero tanto si usted cree que
vivimos en un régimen comunista (como repite sin cesar el think-tank que
financia la construcción de la opinión pública en internet) como si le parece
que esta hecatombe fue orquestada por una corporación que más bien se parece a
La Cosa Nostra neoyorquina (como a mí), la solución no pasa por poner a un
capitalista al mando sino a un estadista que haga cumplir la Carta Magna y
reinstitucionalice la República (por favor, note que esto se logrará tras un
proceso paulatino, que no se trata de un decreto firmado por el Ejecutivo).
Como dijo claramente el ex
primer ministro británico Tony Blair, el 8 de septiembre pasado (declaración
silenciada por los medios de comunicación)
El problema de Venezuela no
es un problema de la derecha contra la izquierda, sino un problema de la
democracia contra la dictadura.
Y para solucionar ese
problema hay que darle el poder político a quienes quieran y puedan
reinstitucionalizar la República. Hablo de redistribuir la torta de poder
político del Estado, que Gramsci explicó que se reparten Gobernantes, Militares
y Sociedad Civil. Por mero rechazo visceral, seguramente usted se inclinará a
darle más poder político a la Sociedad Civil. ¿Y es que no lo tiene ya? La
Sociedad Civil es heterogénea, de ella forman parte los Poderes Fácticos
(Empresarios, Medios de Comunicación, Iglesias), los Partidos Políticos y las
Organizaciones de Ciudadanos (no pierda de vista que los individuos no tienen
poder alguno según este esquema, a menos que estén organizados).
Creo que no hay suficiente
conciencia del poder político del que disponen los Poderes Fácticos; o mejor
dicho, no se ha entendido que son un poder político de hecho (“de facto”, por
eso “fácticos”), y que “no ejercen presión política esporádicamente sino
continuamente; y no sobre determinado orden de cuestiones sino sobre todas las
cuestiones; y aunque en algún momento no ejercieran una presión determinada, su
presencia y probable reacción es tenida en cuenta por los actores
específicamente políticos, aun cuando su accionar las contradiga”. (Arnoletto,
E.J.: Glosario de Conceptos Políticos Usuales, Ed. EUMEDNET 2007)
Los Partidos Políticos son
los articuladores de la relación entre la Sociedad Civil y el Estado. Gracias a
ellos, los intereses de los Poderes Fácticos no se imponen completamente sobre
los intereses del resto de la población en su presión política permanente al
Gobierno y Militares. Para evaluar el estado de los Partidos Políticos opuestos
al Gobierno, asociados en la MUD, y que representan a millones de venezolanos
-legal y también legítimamente- desde 2015 cuando les dimos abrumadora mayoría
en la Asamblea Nacional, tomemos en cuenta que su poder político fue conculcado
por el Gobierno en sucesivos golpes judiciales, que se dieron en escalada
abrumadora hasta que fue evidente que este último se había constituido en dictadura.
Ese poder político abatido el escenario interno, crece progresiva y
constantemente en el internacional logrando apoyo de Gobiernos, organismos
multilaterales y de nuevas instancias de mediación que -aunque no parezca- no
permiten hacer al Gobierno todo lo que quisiera y que, de no oponérseles ellos,
podría.
¿Y sobre el poder político
de las Organizaciones de Ciudadanos? Este grupo variopinto goza de buena prensa
gracias a reputadas ONG que mantienen su independencia, pero otras secundan
ideas, iniciativas e intereses de los Poderes Fácticos que los apoyan
económicamente. Los sindicatos no tienen la misma fama (muchos terminaron
siendo apéndices del Gobierno). Y el mundo académico, en pobreza extrema y
castigado por la dictadura, también depende de aportes de los Poderes Fácticos
por lo que no es raro verles actuar alineados con las ONG. De manera que el
segmento de Organizaciones de Ciudadanos, a veces es una réplica de la lucha de
poder político entre el Gobierno y los Poderes Fácticos.
Decía el olvidado prócer
Francisco Javier Yanes -en el Manual Político del Venezolano- que la mejor
organización social consiste en hallar la mejor distribución posible de los
poderes políticos. Entonces, ¿a quiénes conviene apoyar para garantizar un
equilibrio que ofrezca paz, bienestar y prosperidad a la nación?
Lorenzo Mendoza es un
empresario exitoso. Como tal es un representante conspicuo de los Poderes
Fácticos, lo cual define su poder político actual y los intereses por los
cuales trabajaría si fuera presidente, aunque durante décadas se haya destacado
por apoyar al deporte nacional y cuidar el recurso humano de sus empresas
granjeándose el afecto nacional. Claro que es un hombre brillante, inteligente
y estoy segura de que ama a Venezuela. Sé que está en condiciones de aportar
muchas ideas y soluciones para levantar a Venezuela de esta debacle, desde el
sector empresarial. Y también sé que no es un estadista; que no tiene auctoritas sobre
cantidad de delincuentes políticos y militares y que, en esas condiciones, la
suya sería una presidencia acechada por los chantajes y las conspiraciones en
la que su propia vida estaría en riesgo. Permanentemente amenazado, le
resultaría imposible lograr los delicados balances de poder que se requieren
para reinstitucionalizar la República. Urgido de resultados, no vería con
claridad en cuáles parcelas ceder y cuáles armisticios firmar en función de un
bien superior.
Quiero creer que Lorenzo
Mendoza será sensato y no aceptará cruzar sus propios límites de poder. Estoy
segura de que él, sus asociados y su familia también han sopesado el desgaste
que tendría su prestigio tras pasar por una eventual presidencia. Porque el
mismo hombre que hoy es idolatrado por algunos y profundamente respetado por
todos los demás, terminaría siendo odiado por quienes no puedan tener en su
mesa tantas arepas como sueñan. Y perdería el respeto del resto por satisfacer
una ambición de poder inadecuada.
Estas son las razones. Por
el destino de la patria, por nuestro futuro y el de él mismo, espero que Lorenzo
Mendoza permanezca con las manos en la masa.
03-02-18
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico