Pedro Luis Echeverría 15 de marzo de 2018
Estamos
asistiendo al abierto y decidido posicionamiento político de movimientos
organizados dentro de los seguidores del régimen que están esperando el momento
que más les convenga para manifestarse más contundentemente en contra de un
gobierno y un líder que se desgastan aceleradamente. Esos grupos están
acicateados por motivaciones de diversa índole, pero son convergentes en la
noción de la necesidad de preservar el poder que tangencialmente detentan, sin
importar el costo económico y social que tal empeño signifique.
La
cuestión es comprender que entre los seguidores del gobierno se extiende una
pérdida de la confianza en las virtudes y en la potencia del discurso de un
dirigente vacío y decadente que ayer había actuado con la imagen de representar
una fuerza inclusiva y que hoy sus actuaciones son percibidas, por quienes le
han acompañado hasta ahora, como los rasgos relevantes de exclusión política y
un delirante personalismo que aplica la segregación y el ostracismo en contra
de los que no le son incondicionales.
Estos
grupos saben que sus zonas de convivencia con el régimen no son compatibles con
los delirios del líder ni con los enormes errores de su gobierno y mucho menos
asimilables a una sumaria tesis de responsabilidad colectiva del genéricamente
llamado chavismo. Por el contrario, la abundancia de situaciones, la multitud
de motivaciones para generar complicidades sin las que el régimen no hubiera
podido sobrevivir tanto tiempo en las condiciones adversas que su propia
ineptitud ha creado, son los argumentos que le confieren fuerza a los grupos
disidentes del chavismo para tratar de evitar verse compelidos a actuar en un
ambiente de cinismo colectivo y, por tanto, exigen y prohíjan un cambio en el
liderazgo del proyecto político del que son adherentes.
Sin
embargo, los diversos grados de adhesión al régimen, que sin duda han mantenido
hasta ahora los grupos que coexisten dentro del chavismo, no pueden separarse
de la responsabilidad que tienen con el engaño, las frustraciones y la forma
perversa como el régimen ha interpretado las esperanzas de redención en tiempos
de desintegración social y que han llevado al país como un todo a una verdadera
y profunda crisis. Eso lo saben estos grupos y han comprendido que su
supervivencia política demanda mayor cohesión entre ellos y la asunción de una
actitud proclive a ejercer públicamente la crítica de las fallidas actuaciones
del gobierno y dispuestos a explorar las opciones de diálogo que necesariamente
han de mantener con el gobierno de unidad, que más temprano que tarde, asumirá
la conducción del país.
La
incertidumbre atenaza a los servidores del régimen. Las ambiciones de sucesión
separan a los grupos chavistas. El desencanto y las frustraciones de los
seguidores del régimen cunden a granel. El liderazgo único e indiscutible dejó
de existir. Emerge y crece con fuerza el cuestionamiento profundo a un gobierno
que no ha sabido conducir los destinos del país. El régimen se angustia porque
sabe que la historia le exige dejar el paso libre a quienes saben, quieren y
pueden enfrentar y corregir la secuela de males que su mala gestión ha
generado.
Por si
fueran pocos los graves problemas que confronta el régimen para gobernar, la
mayoría de los venezolanos quiere que en 2018 termine, de una vez por todas, la
larga noche del chavismo; asimismo, al interior del cada vez más precario
pivote militar en el que sostiene su permanencia en el poder hay fuertes vientos
de fronda; el recién creado Frente Amplio Venezuela Libre ha anunciado un
programa de acción política unitaria en contra del régimen y sus triquiñuelas
y; adicionalmente, el régimen es objeto de un creciente rechazo y aislamiento
por parte de la comunidad internacional.
Por
éstas y otras razones de igual peso e importancia, el régimen debe considerar
seriamente los términos de su salida del poder; sin credibilidad ni legitimidad
tratar de continuar gobernando, en las actuales circunstancias, no es viable y
lo único que lograría es basar exclusivamente su gobernabilidad en el uso
sistemático de la fuerza y eso no es sostenible en el largo plazo. Con toda
seguridad el régimen, para mantenerse en el poder, acrecentará y agravará las
dificultades por las que atravesamos y destruirá, sin remilgos de ninguna
clase, la poca libertad que aún subsiste.
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