Por Antonio Ecarri Bolívar
“No quiero morir idiota. Yo
estoy casi a punto de conseguirlo, pero compruebo con pena que muchos de mi
edad y sobre todo más jóvenes han dejado prematuramente de intentarlo”.
Fernando Savater
El tema de la idiotez, en
política, debemos definirlo como el extremismo necio, infecundo e inocuo que,
aún en pleno siglo XXI, hay quienes creen que puede ser el sustento de alguna
política exitosa: la totalitaria, de un extremo u otro del cotarro político,
que piensan algunos poder imponerla, a sangre y fuego, en desmedro de la otra.
Aunque hay que reconocer que el tema no es solo venezolano, sino
latinoamericano y ni siquiera a la vieja y noble madre patria podemos dejarla
por fuera del análisis sobre la idiotez.
Aunque no exageremos, no se
trata de todos los habitantes de Iberoamérica y España a quienes podamos
colgarles el Sambenito de idiotas, no señor, sino a una vieja izquierda a la
que Teodoro Petkoff llamaba “borbónica”, porque “ni olvidaba ni aprendía” (no
es el caso de los Borbones de hoy, por cierto); y por la otra parte, del
espectro radicalmente contrario, unos conservadores (para no utilizar la demodé
palabra “derechista” que nadie quiere asumir) que son tan atrasados o peores,
que los del extremo opuesto. Veamos.
Durante los únicos cuarenta
años de progreso y bienestar que hemos tenido, Venezuela fue –en nuestra
accidentada historia de guerras civiles, montoneras y matazones desde que somos
República– una nación donde los adversarios políticos discutíamos y hasta una
que otra “trompada estatutaria” (Gonzalo Barrios dixit) nos dábamos, pero no
pretendíamos hacer desaparecer, físicamente hablando, al adversario. No hablo
solo de los militantes más civilizados, integrantes del Pacto de Puntofijo,
obligados por la militancia en los partidos signatarios del acuerdo político
más pertinente de la historia de Venezuela, sino incluso de los comunistas,
execrados de ese pacto, quienes por ello y otras causas internacionales
cometieron la idiotez de alzarse en armas, aunque después rectificaron.
Estos últimos fueron
derrotados de manera ominosa, pero luego no solo salieron perdonados por
una política de pacificación adelantada por los demócratas, sino que una vez
integrados a la lucha civilizada, muchos de ellos, terminaron siendo ministros,
embajadores y gobernadores de ese Estado que quisieron defenestrar y no
pudieron. A partir de allí, dejaron la idiotez de andar resolviendo a tiros las
diferencias políticas o ideológicas. Afortunadamente, aquellos contendientes
lanzaron un manto de perdón y olvido a sus mutuos agravios.
Ah, pero llegó Hugo Chávez y
mandó a parar: vino, entonces, a estimular esa idiotez que permanecía latente
en nuestros cromosomas de hombres a caballo, que protagonizamos guerras civiles
–desterradas por Bolívar con su famoso Decreto de Guerra a Muerte, logrando
frenarla mientras peleábamos la independencia– y, reanudada a partir de 1830
cuando nuestros libertadores creyeron llegado el momento de repartirse este
botín llamado Venezuela y empezaron a matarse hasta 1908, cuando Juan Vicente
Gómez pacificó Venezuela, a plomo limpio, liquidando, físicamente, a cuanto
caudillo le quiso hacer competencia en el manejo de este botín y esta hacienda.
Decía que Chávez mandó a parar
la lucha civilizada, para comenzar a incentivar los viejos odios,
resentimientos y reconcomios que estaban adormecidos por algo llamado
civilización y logró que la barbarie de Doña Bárbara reviviera, para venir a
derrotar a Santos Luzardo en pleno siglo XXI. Una vez despertado, ese morbo
idiota en la población “izquierdosa”. Y también los viejos gamonales que se
anotaron con Páez y, después, con todos esos sátrapas que gobernaron el siglo
XIX venezolano, no podían dejar la idiotez de tantos siglos y sus
causahabientes vienen ahora por la revancha, con consignas distintas en sus
frases, pero exactas en los llamados al exterminio.
Toda esa idiotez no tiene
futuro, pero hay que combatirla porque es peligrosísima si no se le detiene a
tiempo. La historia de Venezuela, si exceptuamos los cuarenta años de civilidad
–de 1958 a 1998– está llena de enfrentamientos armados y guerras civiles, en
los que se cometieron desmanes oprobiosos. Dígame usted, ese capítulo negro, de
los cinco peores años de nuestra historia, que se llamó la Guerra Federal, a la
que hoy, idiotamente, el chavismo le canta loas. Solo recordar los desmanes de
“El Agachado” produciendo degollinas a machetazo limpio o de Martín Espinoza,
que era un asesino tan desalmado que en cada pueblo pretendía contraer nupcias
y ordenaba al cura de la parroquia que santificara esa unión forzada. En el
caso de que el sacerdote se opusiera a tamaño sacrilegio, lo mataba. Y así,
solo por poner esos dos ejemplos, pues ocurrieron miles de crímenes.
Hay que salirle al paso a esa
idiotez porque ya sufrimos el millón de muertos de la Guerra Civil española;
los fusilamientos en Cuba en los años sesenta; los crímenes de las dictaduras
del Cono Sur en los setenta; las matazones en Colombia durante más de 50 años;
la represión criminal del año pasado en Venezuela y, ahora, estamos viendo la
represión sangrienta del sandinismo en contra del pueblo nicaragüense. Sin
olvidar los asesinatos masivos en Centroamérica, donde ni los pobres curas se salvaron.
Y en España, ay España de mis
amores y dolores: lo que construyeron esos gigantes de la política ibérica como
fueron Adolfo Suárez, Manuel Fraga Iribarne y Santiago Carrillo con los Pactos
de la Moncloa (copiados al calco del de Puntofijo) para borrar los
horrores de la guerra civil y del franquismo; continuada, luego, esa política
sensata, por dos hombres de Estado como Felipe González y José María Aznar,
ahora vienen los idiotas de Podemos, grandes alcahuetes del socialismo del
siglo XXI venezolano, a chantajear a la parte del PSOE que sigue atada al
pasado de los odios de la guerra civil y el franquismo. Es que, duele decirlo,
en el PSOE también hay idiotas, excepto Felipe y algunos otros… (espero que don
Felipe no ande solo). Es bueno acotar, eso sí, que vienen en auxilio de la
sensatez y la civilidad española, ese movimiento nuevo de Ciudadanos, dirigido
por un joven inteligente, nada idiota, que es Albert Rivera.
En Venezuela, tampoco dejan de
ser idiotas quienes piensan que el mundo se acaba este 20 de mayo. Del lado del
gobierno: aquellos que creen poder mantener esa política económica demodé del
socialismo del siglo XXI y piensan que sería una traición imitar a chinos y
vietnamitas; del lado nuestro, en cambio, también son idiotas quienes atacan
indiscriminadamente a “electoralistas” o “abstencionistas”, sin darse cuenta de
que el 21, después del descalabro, hay que recomponer una oposición inteligente
y sensata que reanude la confrontación sin tener que matarnos. A menos que
Savater tenga razón y todos, en Venezuela, Iberoamérica y España, “hayamos
decidido, prematuramente, dejar de intentar ser idiotas”. Ya veremos.
18-05-18
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