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lunes, 16 de julio de 2018

Alcalay: Daniel Ortega aplica a su pueblo la guerra unilateral de dictaduras del siglo 21 por @contrapuntovzla



Por Esteban Yepes


El excanciller opina que el gobierno de Nicaragua ha sido más equilibrado y sensible frente a las protestas del pueblo. "Pero al final es el mismo modelo que el de Venezuela: ambos se presentan como víctimas, cuando en realidad son victimarios"

Las protestas contra la reforma del régimen de seguridad social en Nicaragua que se inició puntualmente el 18 de abril pasado, ha devenido en enfrentamientos civiles. Hasta la fecha, la Corte Interamericana de Derechos Humanos de la OEA reporta 264 muertes violentas de la población civil, que según el internacionalista venezolano Milos Alcalay, son consecuencia de un ejercicio autoritario del poder de Daniel Ortega, “desmesurado, arbitrario, totalitario y desalmado”.

Contrapunto conversó con Alcalay, quien fue embajador de Venezuela en Rumania, Israel y en Brasil; también ministro de Relaciones Exteriores durante la Cuarta República y representante permanente de Venezuela ante las Naciones Unidas. En marzo de 2004 renunció como embajador ante la ONU, como respuesta al desacuerdo con el gobierno del presidente Hugo Chávez.

Alcalay recuerda esos años: "La democracia se fracturó. Los venezolanos pidieron un referendo revocatorio y se manipuló su realización y sus resultados. Chávez no sólo atacó a Estados Unidos sino al presidente mexicano, Vicente Fox, a quien calificó de 'títere del imperio', y al presidente peruano, Alan García, a quien tildó de 'ladrón de esquina'. Constaté que esos no eran comportamientos demócratas ni diplomáticos. Por eso Renuncié".



—¿Cómo calificaría usted lo que está sucediendo en este momento en Nicaragua ? ¿Guerra civil?

—No civil. Daniel Ortega aplica a su pueblo la guerra unilateral de dictaduras del siglo 21. Es un tipo de guerra con la que las nuevas dictaduras han ocupado espacios de poder masacrando a sus pueblos. En Nicaragua presenciamos una guerra absolutamente asimétrica, que utiliza los recursos del Estado y de los paramilitares contra su pueblo. Es una guerra distinta, incluso a las que se escenificaron en la misma Nicaragua y en Colombia, y en otras naciones latinoamericanas, donde hubo fuerzas enfrentadas. Esto es, más bien, una masacre contra una población civil descontenta que ha sido atropellada, dominada y sujetada. En Nicaragua la respuesta armada ha sido y es unilateral.

El cinismo de esta nueva forma de dominación es que se presenta como víctima de una inexistente guerra económica imperialista de destrucción, cuando en verdad se trata de un gobierno inescrupuloso que llegó al poder por la vía de los votos, pero después ha aplastado todo tipo de respuesta opositora, violando todas las normas de los derechos humanos y de las libertades, y utilizando los mecanismos más oprobiosos para aferrarse con represión y mentiras. El gobierno de Nicaragua utiliza el mismo modelo que el de Venezuela. Ambos se presentan como víctimas, cuando en realidad son victimarios. Sí. Pienso que esta situación podría derivar en una guerra civil, pero unilateral al fin.


Sin transición no hay democracia

—El 15 de junio en Nicaragua hubo un acuerdo de seis puntos entre las partes. ¿Cree usted que son suficientes como para llegar a un entendimiento nacional?

—El grave problema es que hay una metodología de diálogo similar al modelo venezolano, donde el diálogo es un monólogo. Se llegan a acuerdos que inmediatamente después se incumplen. Se trata de una estrategia que utilizan estos gobiernos para aferrarse al poder y tratar de oxigenarse. A mi forma de ver, utilizan un lenguaje absolutamente contradictorio. Hablan de soluciones y seguidamente reprimen toda forma de manifestación, y atacan cualquier alternativa de cambio que permita salir de las gravísimas situaciones que viven nuestros países. Es una suerte de diálogo que lo calificaría como gatopardiano para que todo siga igual y ganar tiempo, reprimiendo cualquier posibilidad de transición democrática, que no la entienden. Incluso, el dictador Somoza comprendió que era necesario renunciar e irse de su país para permitir que no hubiesen más muertes y masacres, de las que él mismo fue copartícipe. Pero estas nuevas dictaduras del siglo 21 no están dispuestas a dejar el poder. En Nicaragua más de 350 personas han sido asesinadas por un gobierno genocida, que está dispuesto a seguir haciéndolo, lo que se evidencia cuando acosa, por ejemplo, a la Iglesia Católica, que ha sido factor de búsqueda de una solución pacifica.


—¿Cuáles opciones sugiere usted a la oposición nicaragüense para llegar a un entendimiento o arreglo nacional?

—Algo que es fundamental de entender es que el único arreglo consiste en una transición. No puede haber arreglo posible si todo seguirá igual, irrealizable. Es una situación muy difícil para un país que al igual que Venezuela está en vías del colapso. En otros países la fortaleza de sus instituciones han logrado cambiar sus gobiernos, como los casos de Dilma Rousseff en Brasil, heredera de Lula da Silva, quien hoy está preso, y del kirchnerismo en Argentina. Esto fue así porque sus instituciones judiciales, parlamentarias y la opinión pública internas se han mantenido fortalecidas y obligaron al cumplimiento de las normas institucionales. Quiere decir que los errores que cometieron sus gobernantes encontraron soluciones gracias al ejercicio de la democracia y el voto, y no les permitieron aferrarse al poder. En los casos de Venezuela, Nicaragua y por el mismo camino va Bolivia, es sumamente difícil que esto ocurra, porque nos encontramos con nuevas formas de dominación, cuya transición requiere la fortaleza de sus instituciones y el apoyo internacional.


Nicaragua más comedida que Venezuela

—Estados Unidos anunció algunas sanciones contra miembros del gobierno nicaragüenses. ¿Cree usted que este tipo de acciones internacionales surtan algún tipo de efecto?

—Ni las sanciones por sí mismas ni los juicios que pueda emprender el Tribunal Penal Internacional, ni las resoluciones de la OEA, serán suficientes para ayudar a las transiciones democráticas, pero son capaces de lograr una fotografía sobre la realidad. En el caso de Nicaragua es absolutamente necesario compactar una unidad que permita llegar a una transición, como se logró cuando gobernó Somoza y debe lograrse con Ortega. Recordemos que gobiernos como el de Nicaragua hablan de paz y lo que dan es guerra, hablan de amor y transmiten odio, hablan de búsqueda de soluciones a través del dialogo, pero exigen posiciones únicas y monolíticas. Creo que el apoyo internacional es fundamental, porque ayuda al entendimiento de esta especie de élite o de nomenclatura totalitaria, que no puede seguir gobernando de esta forma a su país.

—Usted hace frecuentes comparaciones entre Venezuela y Nicaragua. Sin embargo, en el caso nicaragüense se permitió el acceso de una representación de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, cosa que aquí no ha ocurrido. Se estableció también una mesa de negociación y se llegaron a algunos acuerdos, cosa que aquí tampoco ha pasado. ¿Cómo es su comparación?

—Evidentemente Nicaragua ha mostrado una diplomacia más equilibrada y sensible, pero en el fondo el régimen de Ortega actúa exactamente igual que el de Venezuela, porque al final niega los alcances de los pronunciamientos de la Corte Interamericana y las resoluciones y recomendaciones de la ONU, y utiliza mecanismos para incumplir con los mandatos de los organismos internacionales en general, por lo que el efecto práctico será igual.


—¿Como evalúa las resultados de las ultimas elecciones nicaragüenses?

—Fueron elecciones entre comillas, al mejor estilo de Cuba y de los países de la Europa comunista. No se hicieron elecciones sino selecciones, porque se prohibió la participación de partidos de oposición con fuerza y de los líderes políticos con probabilidades de llegar a gobernar, y se anuló la posibilidad de utilizar el sistema electoral equilibrado. Como en Cuba, el 99 por ciento de los votos van al partido de gobierno, igual como sucedió en las democracias populares del socialismo del siglo 20. Esas no fueron elecciones, por su falta de transparencia y por la manipulación de los medios de comunicación social a favor de una tendencia. Que porque hay elecciones hay democracia como ocurre en Cuba y sucedió en la Rumania de Nicolae Ceaușescu, es pronunciar una falacia. Es cierto que no puede haber democracia sin elecciones, pero también no todas las elecciones son democráticas. Las de Nicaragua no las fueron.

Sobre el Alba en su ocaso y Mercosur en la aurora

Al margen del tema de Nicaragua, Alcalay hace una pausa y reflexiona acerca del Alba. “Todo lo que significó el Alba se convirtió en un simple sueño, porque de esto solo quedan tres de sus representantes que se aferran al poder a como dé lugar: Venezuela, Nicaragua y Bolivia. El resto de la llamada izquierda democrática como el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, en El Salvador; el partido de Rafael Correa en Ecuador, ahora conducido por Lenín Moreno, y la misma izquierda de Uruguay, se distancian del socialismo del siglo 21. De manera que hoy día el Alba está en su ocaso”.


—A la luz de los últimos acontecimientos en Nicaragua, ¿cuál es su visión de Centroamérica en general?

—En Centroamérica, como en el resto de América Latina, se experimenta una situación pendular que refuerza una tendencia hacia el valor de la Carta Democrática Interamericana, pese a todas las dificultades que se han presentado. Cada vez más los pueblos de América Latina se dan cuenta de la importancia de que sean los propios ciudadanos quienes tengan las posibilidades de nombrar o cambiar sus gobiernos. Se viven momentos difíciles porque evidentemente hay una mezcla de búsqueda de nuevas formas de participación democrática con todas sus imperfecciones. Hay dos pilares: por un parte, el de las libertades de los derechos humanos, de la democracia, del cumplimiento de las normas constituciones y de los acuerdos internacionales, y el desarrollo sostenible, la justicia social, brindar mejores posibilidades sobre todo a las poblaciones pobres, y de otro lado, cumplir con las metas del milenio y del desarrollo sostenible, con salud, vivienda, alimentación, y capacidad educativa. América Central se debate en la búsqueda de su reafirmación democrática, a través de los círculos concéntricos de integración, primeramente centroamericana en los campos educativo, agrícola y desarrollo armónico. Pero se debate con los antivalores del totalitarismo y el populismo, este último tan devastador como el primero.

—¿Cómo vislumbra el futuro del Mercosur y los intercambios económicos regionales a la luz de las transiciones políticas que se viven en el subcontinente?

—El Mercado Común del Sur nació de una arquitectura de integración latinoamericana donde no había claras estructuras para hacerlo. Mercosur se ideó para alcanzar arreglos de integración en materias no únicamente económicas, sino de desarrollo sostenible en aspectos sociales y tecnológicos, entre otros, en armonía con los aportes del sector público y privado, tanto nacional como internacional. Pero con el arribo al poder de gobiernos del socialismo del siglo 21 como los de da Silva en Brasil, los Kirchner en Argentina, Lugo en Paraguay, Mujica en Uruguay y la voz cantante e ideologizante de Hugo Chávez, se desequilibró el camino de Unasur: Prefirieron sostener que el mercado era poco necesario, y más prevalente la visión política e ideológica de la organización. Igual ocurrió con la ideologización de Unasur, hoy hecha un fracaso, porque sus miembros quisieron convertirla en una plataforma antiimperialista, sin cumplir con los elementos que tenían que ver con su espíritu.

—En su opinión, ¿cómo entonces Unasur debe mantener su presencia?


—Con sus relaciones con el mundo, como con la Unión Europea para avanzar en función del desarrollo sostenible y de los intereses económicos de sus estados miembros y más allá de otras regiones y naciones, en forma tal de reafirmar sus mercados y la integración. La unidad subregional es una garantía de su presencia internacional. Creo que Mercosur ha regresado a sus orígenes de integración que le permitirá retomar temas como la reafirmación de la cláusula democrática y de los derechos humanos, establecer mecanismos como el de la educación de los sectores pobres, sobre todo, y el desarrollo de la vivienda y el mejoramiento de la calidad de vida. Si el socialismo del siglo 21 hubiese acabado con la corrupción y la pobreza, una mejor educación para los habitantes de nuestros países y cumplir con la democracia y los derechos humanos, habría logrado una visión distinta para el mundo, pero eso no fue así, fue muy torpe. Aplastó, y lo sigue haciendo, a quienes piensan distinto, solo para mantenerse en el poder. Fracasó en Europa del Este y lo mismo sucederá en América Latina.


15-07-18




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