Por Mariano Nava Contreras
Este lunes, el Consejo
Universitario de la Universidad de Los Andes declaró a esta Casa de Estudios en
estado de “colapso inducido”. El documento, breve en relación con la gravedad
de lo que declara, menciona especialmente la precariedad de los salarios
universitarios, que contraviene lo que indica el art. 91 de nuestra
Constitución, así como la “asfixia presupuestaria” que está llevando a la
paralización progresiva de escuelas, centros de investigación y laboratorios, y
la ausencia de servicios asistenciales (protección médica, comedores o
transporte) para estudiantes y profesores.
En tal sentido, exhorta a
“mantener abierta y en resistencia” la Universidad, a tratar de mantener
operativas las dependencias universitarias en la medida de lo posible, a
reorganizar los horarios para facilitar el traslado de alumnos y trabajadores,
y a apoyar las gestiones de las autoridades para conseguir recursos
financieros, así como las justas protestas que adelantan los gremios.
Es interesante el término
utilizado por el documento del Consejo Universitario de la ULA. “Colapso”, en
la primera acepción que nos da el diccionario de la Real Academia Española, significa
“destrucción, ruina de una institución, sistema, estructura, etcétera”. En ese
sentido, el término proviene del verbo latino labor, lapsus, que
significa “deslizarse”, “dejarse caer”, “desmayar”, “desfallecer”. En español,
cuando algo “co-lapsa”, es porque todos sus elementos caen, se derrumban, se
desploman conjuntamente.
No deja de llamar la atención
el hecho de que el documento califica el colapso universitario como “inducido”,
es decir, que tiene una causa eficiente. En realidad, el documento lo que hace
es declarar una situación que los universitarios venimos viviendo y de la que
venimos advirtiendo desde hace años. La asfixia financiera ha hecho que los
centros de investigación, los laboratorios y las bibliotecas se hayan reducido
a niveles casi inexistentes. Las computadoras y los equipos tecnológicos se
encuentran casi todos inoperativos, la bibliografía está desactualizada, los
laboratorios sin equipos ni reactivos. La protección social es casi
inexistente. Prácticamente no hay atención médica, transporte ni comedores.
Cuando todos los países
intentan proteger a sus estudiantes, en Venezuela parece que fueran
perseguidos. La precariedad de los sueldos, unida a la hiperinflación, ha hecho
que profesores y demás personal haya renunciado o esté dispuesto a hacerlo en
busca de mayor calidad de vida en el extranjero o aún en el país. Incluso los
estudiantes han emigrado, o simplemente no han podido seguir estudiando ante
las adversas condiciones. Hoy se estima que la deserción estudiantil ronda el 60-70%.
Los pasillos de las facultades se encuentran solos, mientras en los
Departamentos se hacen reuniones de emergencia para reorganizar la carga
docente con los pocos profesores que quedan. Ante este paisaje, no parece
exagerado el término utilizado por el Consejo Universitario.
La Universidad de Los Andes,
la única casa de estudios superiores del país, junto con la UCV, con una
historia de más de dos siglos, ha sido desde siempre una de las principales
universidades de Venezuela. Siempre ha liderizado los índices de excelencia
académica y durante años ha ocupado los primeros lugares entre las mejores
universidades de América Latina. Sus aportes al país en formación de talento y
desarrollo tecnológico y humanístico son constatables por todas partes.
Permitir su cierre, así como
el de otras universidades nacionales cuyo estado no es mejor que el de la ULA,
significaría uno de los peores crímenes en la historia de la educación
venezolana. Su enconado desmantelamiento y subsecuente deterioro nos recuerda el
vivido años atrás por otra prestigiosa institución venezolana, PDVSA, con las
terribles consecuencias que ya conocemos. Miles de talentosos académicos
tendrían que emigrar a otros países, sumándose a los que ya se han ido y
llevándose su experiencia y conocimientos. Decenas de miles de jóvenes
estudiantes quedarían sin futuro y el país sin generación de relevo. La pérdida
de miles de años de conocimiento acumulado terminaría por sumir a Venezuela,
aún más, en la miseria y la barbarie.
17-07-18
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