Por Arnaldo Esté
Así como la materia de la
economía es la riqueza, la materia de la ética son los valores, y esto es lo
más importante y grave en esta crisis general.
Los valores, que son de
condición fideica, de fe, son los grandes referentes que tienen la gente, las
personas, los grupos, las naciones para la toma de decisiones, para hacer
proyectos y realizarlos.
Los valores pueden estar
establecidos, débiles o en formación siguiendo procesos de construcción social.
La cohesión social y la integridad de la persona se genera, pierde o crece con
sus valores.
Son reversibles. Así como se
logran y establecen, se pueden debilitar y extraviar.
Una crisis general como la que
padecemos tiene un orden, una expansión que medra los valores, descohesiona y
copa a la gente común, a los dirigentes de partidos de oposición y también al
gobierno en sus angustias por preservar el poder: robos y beneficios,
represión, celos territoriales y organizacionales, ineficiencia y torpeza en
manejos y gerencias. Abandonadas las pretensiones ideológicas que una vez
tuvieron y enunciados de intenciones éticas, ahora es un estropajo usado y
seco, con la tensión que tiene un armador de trampas.
Entre las graves
manifestaciones de la crisis general está la incertidumbre, la pérdida de la
seguridad, el extravío de caminos y sentidos y la emergencia del temor que
anima al sobreviviente reducido a pulsiones instintivas y al refugio en
oraciones e invocaciones.
Pero esas condiciones, vecinas
a lo elemental, son a la vez una severa presión y exigencia a la misma
condición humana. Por allí podrían tomar los liderazgos y propuestas
emergentes.
La recuperación, a partir de
nuestra historia de valores débiles, debe ser más que recuperación, una
construcción que tiene que ver con el logro de una democracia profunda, la
creación y el trabajo productivo.
Es una tarea primordialmente
educativa. Educativa en el sentido y curso de un ejercicio, de una práctica en
todos los campos y niveles.
Las aulas, en las que ahora
domina un tradicional autoritarismo profesoral de silencio convergente, deben
abrirse a la discusión y a la participación, al cultivo en actividad de la
dignidad, la solidaridad, la diversidad, la continuidad con la naturaleza, es
decir, los valores de una democracia profunda.
Y esa pedagogía que cultive
valores en las aulas debe extenderse a todos los ambientes de vida familiar y
social.
Las protestas, que se hacen
frecuentes y cotidianas, por alimentos, agua, gas, electricidad, transporte…
son espacios y tiempos de educación y aprendizaje: mejor si están acompañados
de discusiones y reflexiones y, todavía más aún, si de ellas devienen formas de
organización, por rudimentarias que ellas sean: WhatsApp, redes básicas,
encuentros, juegos, música, arte… de todo ello puede surgir esos cultivos
éticos, esa nueva nación. Múltiples espacios en los que bien podrían surgir
nuevos liderazgos más creativos, menos prepotentes, más actuales.
No es cosa fácil ni a corto
plazo, pero hay que iniciarlo.
Las llamadas “medidas” serán
necesarias y urgentes para atender el hambre, la enfermedad y los servicios
básicos. Pero desde ahora, y simultáneamente con esas medidas, más allá de eso,
irá el complejo proceso de aprendizaje en la construcción, en el ejercicio
cotidiano de esos valores.
arnaldoeste@gmail.com
14-07-18
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