Por Jesús María Aguirre S.J.
El día lunes 9 de julio, a las
11.30 am. he salido de las oficinas del Centro Gumilla para regresar a la UCAB,
donde imparto clases. Bajé caminando a la estación del metro Capitolio. Esperé
media hora para acceder a la unidad que llegó. Esperemos otro tanto dentro de
la misma, mientras nos avisaban por megáfono que llevaba retraso. Un lapso
después, nos advirtieron que debido a un problema en la estación de Artigas era
recomendable tomar el transporte externo. Salimos todos en Capuchinos como
hormigas en desbandada: ancianos, mujeres con bebés, vendedores con sus cargas,
discapacitados, trabajadores a destajo, murmurando como manada arreada sin
rumbo.
Ante la imposibilidad de tomar
una buseta por la escasez de unidades, por la saturación de las mismas, y el
panorama de hacer cola bajo un sol achicharrante, he optado por caminar con mi
bandolera al hombro con la expectativa de asaltar alguna unidad en algún tramo
de mi trayecto hacia Antímano. He pasado por la altura de las estaciones
de Maternidad y más tarde de Artigas, siguiendo la ruta de la caravana humana
fracasando en cada intento por encaramarme en alguna escalerilla de transporte.
En ese momento mi bandolera no
resistía el cúmulo de maldiciones contra el gobierno y su nomenklatura
pertrechada de escoltas, contra los funcionarios atendidos con unos buses
relucientes de Yutang, mientras los del metro fallecen en la desidia, contra
los militares y policías dotados de carros blindados y camionetas relucientes
que exhiben procazmente ante una muchedumbre sometida y hambrienta, y, en fin,
contra los transportistas que nos exprimen.
En un rapto espiritual he
considerado que Jesús impartía más bendiciones que maldiciones y que mi
condición de pastor de fieles y orientador de alumnos no me permitía tal
conducta, y por eso he seguido mi ruta, compartiendo con algún que otro
peregrino las injusticias y caos reinante en el país en una marcha que ya
llegaba a las dos horas.
A medida que me acercaba al
destino la oferta de unidades era menor y cada vez para distancias más cortas.
Al abrirse una oportunidad a la altura de Artigas el destino de las unidades
era el Bloque de Armas (junto a la estación de la Paz); cuando me acercaba al
Bloque de Armas el término era la plaza de la India y al estar próximo a la
altura de la plaza las unidades ofrecían el tramo hasta la Yaguara. Es decir,
que de tramo en tramo a cinco mil bolívares cada uno, ya habría gastado unos 20
mil bs. Ya próximo al Hospital Pérez Carreño he soñado en encontrar algunos
transportistas para la población que se mueve entre visitantes de enfermos,
personal auxiliar del centro de salud, citas médicas al menos de emergencia,
pero cuál ha sido mi sorpresa al ver casi desérticos sus alrededores. Al
divisar, por fin, la tierra prometida de los edificios de Montalbán, Juan Pablo
II -casi a la altura de Carapita, Antímano- ya la bandolera ha estallado
soltando todas las maldiciones reprimidas contra los que oprimen al pueblo de
Carapita, Antímano, La Mamera, y esas muchedumbres de Ruiz Pineda y Caricuao, y
cuantos hoy intentan llegar a sus casas en Los Teques.
Si ud. conoce a Érika Farías o
a algún miembro de las mesas de transporte salúdelos en nombre de las madres
con infantes, discapacitados, niños, trabajadores sin carro propio,
pensionistas, ancianos, y demás sufrientes, que estamos esclavizados por el
Amor Mayor.
(Foto: Efecto Cocuyo)
11-07-18
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