IBSEN MARTÍNEZ 31 de julio de 2018
La
hiperinflación venezolana debió alcanzar la cota de 1.000.000% para que un
grupo de exministros del Gabinete del extinto Hugo Chávez, algunos de ellos
todavía actualmente en funciones de Gobierno, elevasen su voz de indignada
protesta. Alguno de ellos ha exigido, con toda la vehemencia que Twitter
permite, nada menos que la renuncia de Nicolás Maduro y la inmediata formación
de un nuevo Gobierno —chavista, desde luego— que honre lo que los adeptos
llaman “el legado de Chávez”.
El más
caracterizado de estos exministros es Jorge Giordani, quien durante años fue
capataz del Gabinete económico de Chávez y directivo del Banco Central de
Venezuela. Pese a la catástrofe humana que el socialismo del siglo XXI ha
supuesto para Venezuela, el profesor Giordani aún se ufana de haber sido el
cerebro del calamitoso control cambiario impuesto por Chávez en 2003.
Desde
que fue arrojado, sin ceremonias, del tren ministerial de Maduro, tan pronto
como este se afianzó en la presidencia, en 2014, el exministro suele mostrarse
escandalizado y no se recata de hacerse cruces ante el milmillonario saqueo de
los fondos públicos de la república que solo ha sido posible gracias, entre
otras provisiones, al socarrón control de divisas concebido e instrumentado por
el propio Giordani hace más de tres lustros.
Durante
16 años, Giordani fue infaltable comparsa de Aló Presidente, el maratónico show
dominical de Hugo Chávez. El Comandante peroraba interminablemente, desgranando
chascarrillos, moralinas, anécdotas de su infancia llanera, insultos y, claro
está, también instrucciones de carácter siempre perentorio, mientras Giordani y
el resto del sanedrín cabeceaban asintiendo y sonreían extasiados, sin chistar.
El mito fundador de la gesta neobolivariana cuenta que Giordani y un puñado de
profesores universitarios de nuestra izquierda borbónica fueron un domingo, a
mediados de la década de los noventa, a la cárcel donde Chávez purgaba pena por
rebelión militar y presentaron sus respetos al milico golpista.
Siempre
mentiroso y bocazas, Chávez hizo saber que preparaba una tesis de maestría de
tema económico o histórico para no recuerdo ya cuál universidad del mundo.
Giordani ofreció, humildemente, su experiencia como tutor académico, Chávez le
sonrió y en ese mismo instante el oscuro profesor universitario se convirtió en
el López Rega del Comandante Eterno.
Como
planificador económico de la Revolución Bolivariana, Giordani la tuvo muy
fácil. Su trabajo se limitó a validar, con una pizca de jerga doctoral, todos
los arbitrarios despropósitos de Chávez en materia económica. La nefasta
política de controles cambiarios y de precios, tan propicia a corruptelas sin
parangón, la destrucción de la empresa estatal petrolera, la eliminación de la
autonomía del Banco Central, la creación de colosales fondos de inversión
virtualmente secretos y sujetos exclusivamente a la discreción del jefe, la
ofensiva expropiatoria que acabó con el aparato productivo privado; de todo
ello son coautores los mismos quejosos cuya voz cantante es hoy la de Jorge Giordani.
Esta
coral de malversadores, ladrones y verdugos de los derechos humanos que hoy
clama por la renuncia de Maduro se presenta como disidencia y gusta describirse
a sí misma como “chavismo crítico”. Exige honrar la memoria del desaparecido
con el retorno a una ortodoxia que resuma el pensamiento socialista del siglo
XXI. Esto no le impide, al mismo tiempo, exigir a Maduro que despliegue en
breve un programa afín al aborrecido consenso de Washington: levantar el
control cambiario, cegar la brecha fiscal en procura de equilibrios
macroeconómicos, flexibilizar el modelo de negocios petroleros, liberalizar la
política de control de precios, cosas así. No faltan analistas que ven en todo
ello la evidencia de profundas fracturas en la falange de apoyo a la dictadura,
el signo de un inminente colapso de la misma, un taimado amago de congraciarse
desde temprano con la oposición, previendo lo peor que pudiese ocurrir.
Me
inclino, sin embargo, por pensar que la hiperinflación es sumamente neurotóxica
y que ese griterío solo traiciona pasajeras alteraciones de ánimo. Bien vistas
las cosas, Nicolás Maduro no ha traicionado en absoluto el nefasto legado de
Chávez. Al contrario, persevera en sostener, contra viento y marea y en
temporada de vacas flacas, lo esencial del Plan de la Patria concebido por
Chávez y aprobado fervientemente por el descontentadizo Jorge Giordani.
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