Por María Jesús Vallejo
Nuestra Señora del Rosario
de Baruta, conocida simplemente como pueblo de Baruta, es una localidad al
sureste del Distrito Capital en la que sus habitantes, como todos los
venezolanos, trabajan a diario para sobrevivir pese a las fallas de los
servicios básicos y el transporte público. Desde las medidas económicas
anunciadas por el presidente Nicolás Maduro, que incluían un aumento de más de
3.000% del salario mínimo, regulación de precios y reconversión monetaria, los
comerciantes evalúan sus posibilidades de mantener en pie sus negocios, muchos,
incluso, han considerado cerrar luego de décadas de esfuerzo.
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Braulio González sigue madrugando luego de 42 años en la quincalla del pueblo
de Baruta. Bolígrafos, lápices y carpetas es lo que queda en el negocio que una
vez fue una papelería | H. Amaya
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Braulio González tiene 42 de
sus 71 años madrugando para llegar a su negocio. Es una papelería que luce
sombría y vacía. En la vitrina quedan algunos bolígrafos, lápices, papel de
regalo y algunas carpetas. La fotocopiadora, que otrora fue la base del
establecimiento, está dañada. Con un sueldo fijado en 1.800 bolívares soberanos
y una inflación acumulada de 34.680,7%, según la Asamblea Nacional, Braulio no
genera más de 25 bolívares soberanos al día. “Desde que Maduro llegó al poder,
la cosa no está buena”, dice. Cerrar el local es una posibilidad si la
situación no mejora de aquí a diciembre, aunque admite que no sabe a qué se
dedicaría entonces. Sus tres hijos, desde el exterior, le insisten en que salga
del país, pero él se niega: “Yo aquí tengo mi casa, tengo todo”.
Luis Muñoz atiende el
restaurante que es parte del patrimonio de su familia desde hace cuatro
décadas. Antes, en las noches, el local se llenaba de comensales ansiosos;
ahora solo venden empanadas y maltas en las mañanas | H. Amaya
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Esfuerzos familiares a punto del colapso
Esfuerzos familiares a punto del colapso
El restaurante de Luis Muñoz
es el negocio de la familia desde hace 40 años. Desde principios de 2018
comenzó a registrar una caída en la venta de cervezas, estima que en 70%,
aunque cree que la situación se agudizó luego del anuncio presidencial. Vende empanadas
y maltas en las mañanas y en las tardes ruega que llegue algún cliente. “Por
ser una tasca, yo antes cerraba a la una de la madrugada, ahora, como muy
tarde, a las ocho de la noche”, dice. Luis esperará hasta diciembre, pero teme
convertirse en parte de los negocios inoperativos que Consecomercio calculó –a
mediados de septiembre– en 45%.
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Pedro Lucas se encarga del bar que su padre instaló hace 30 años y que hoy en
día está a punto de cerrar. Lo que otrora fue un restaurante, hoy por hoy es el
lugar de almuerzo de algunos trabajadores de la zona | H. Amaya
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“Si le digo la verdad, creo que vamos a tener que cerrar. Vamos a ver hasta dónde llegamos”, comentó Pedro Lucas, de 41 años, quien atiende el bar que su padre, Aguinaldo Morais, instaló en el pueblo hace 30 años. El negocio también era restaurante, pero desde hace 6 meses se volvió cuesta arriba pagarle a empleados para que cocinen y sirvan. Ahora, en el local trabaja un amigo de la familia que ayuda a despachar las cervezas que, según Pedro, aumentan 45% semanalmente. Pese al panorama, Pedro, a veces, es optimista: “A lo mejor cuando pase la temporada de compras escolares, se estabiliza un poco todo y podemos mantener en pie nuestro negocio”.
“Si le digo la verdad, creo que vamos a tener que cerrar. Vamos a ver hasta dónde llegamos”, comentó Pedro Lucas, de 41 años, quien atiende el bar que su padre, Aguinaldo Morais, instaló en el pueblo hace 30 años. El negocio también era restaurante, pero desde hace 6 meses se volvió cuesta arriba pagarle a empleados para que cocinen y sirvan. Ahora, en el local trabaja un amigo de la familia que ayuda a despachar las cervezas que, según Pedro, aumentan 45% semanalmente. Pese al panorama, Pedro, a veces, es optimista: “A lo mejor cuando pase la temporada de compras escolares, se estabiliza un poco todo y podemos mantener en pie nuestro negocio”.
Carmen Madriz afeita niños,
adultos y ancianos desde hace 20 años. La Central es la barbería más vieja
del pueblo de Baruta y trabajarán hasta que se pueda | H. Amaya
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Inmigrantes trabajarán hasta que se pueda
Inmigrantes trabajarán hasta que se pueda
La Barbería La Central es la
más vieja de Baruta, según Carmen Madriz, quien lleva 20 de sus 55 años
afeitando a niños, adultos y ancianos. Contó que el dueño es italiano y que la
incertidumbre acerca del futuro del negocio lo ha vuelto un hombre sin energía:
“Anda todo decaído, triste. Nos dijo que trabajaremos hasta que se pueda”.
Rememora la época de prosperidad en la que ella y su compañera atendían a
treinta caballeros en un día. Antes cerraban el local a las ocho de la noche y
ahora a las cuatro de la tarde ya debe estar haciendo la cola para alcanzar el
transporte que la lleve a su casa.
Un supermercado de cinco
pasillo se redujo, poco a poco, a una estantería que expone el inventario
completo. Lo que ingresa a diario apenas alcanza para comprar alimentos, no
para reponer la mercancía
| H. Amaya
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En uno de los supermercados del pueblo, “no hay ventas desde que el soberano apareció”. Su dueña, una mujer de familia libanesa, que prefirió no ser identificada, recordó cuando el establecimiento tenía cinco pasillos y los estantes estaban llenos de mercancía, hoy por hoy, se redujo a una bodega con dos vitrinas. Los ingresos que genera el local se van en comida para su familia, porque no le alcanza ni siquiera para reponer los productos. Considera la opción de cerrar el negocio, pero no lo hace porque su hijo tiene leucemia y debe pagar el tratamiento: “Mis familiares me ayudan a traerlo de afuera y a pagarlo, porque aquí no hay ni plata ni medicamentos. El negocio, por lo menos, me ayuda a tener que comer”.
En uno de los supermercados del pueblo, “no hay ventas desde que el soberano apareció”. Su dueña, una mujer de familia libanesa, que prefirió no ser identificada, recordó cuando el establecimiento tenía cinco pasillos y los estantes estaban llenos de mercancía, hoy por hoy, se redujo a una bodega con dos vitrinas. Los ingresos que genera el local se van en comida para su familia, porque no le alcanza ni siquiera para reponer los productos. Considera la opción de cerrar el negocio, pero no lo hace porque su hijo tiene leucemia y debe pagar el tratamiento: “Mis familiares me ayudan a traerlo de afuera y a pagarlo, porque aquí no hay ni plata ni medicamentos. El negocio, por lo menos, me ayuda a tener que comer”.
José Luis Correia recuerda
todo el trabajo que tenía los fines de semana cuando el club se llenaba. La
costumbre de algunos baruteños es lo que aún mantiene abierto el local que
tiene 40 años en Baruta | H. Amaya
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La costumbre le gana a la economía
La costumbre le gana a la economía
José Luis Correia está a
cargo del club hípico que su mamá compró hace seis años, pero que tiene una
tradición de cuatro décadas en la zona. Hace pocos meses se podían vender hasta
100 cajas de cervezas en una semana, pero, durante agosto y septiembre, no han
pasado de 15. Junto a los socios, José Luis ha conversado sobre cerrar el local
o abrirlo solo los fines de semanas a partir del año que viene. “Antes esto se
llenaba de miércoles a domingo y los tres empleados teníamos que andar
corriendo. Pero ahora, apenas viene gente los viernes”.
Las ventas de cervezas
bajaron, en promedio, 70%, lo que mantiene vivo el club es la costumbre y los
clientes fijos que van a jugar caballos o a pagar por una o dos horas por las
mesas de pool. “Aunque no son muchos, quienes conocen el lugar vienen a pasar
horas con amigos para alejarse de los problemas que vivimos a diario los
venezolanos”.
30-09-18
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