Julio César Arreaza B. 02 de diciembre de 2018
En
1998 atravesábamos por una profunda crisis política que exigía realizar ajustes
en el sistema político (sobre todo en lo concerniente a la renovación de sus
cuadros dirigentes) que le dieran oxígeno e implicara un cambio en las maneras
de hacer política. A pesar de todo, disponíamos de instituciones democráticas y
poderes independientes, que aseguraban el cambio de gobierno por decisión
libérrima de la soberanía popular cada cinco años mediante elecciones limpias
en donde el voto elegía.
Antes,
en 1989, se dio un salto político espectacular con una reforma efectiva
atinente a la descentralización del Estado, a través de la elección por voto
directo de los gobernadores, alcaldes y demás representantes locales y
regionales, que sirvió de fuente de renovación del liderazgo.
Por
cierto, fue el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez el que ejecutó un golpe
de timón para el despegue económico, político y social, con un gabinete joven y
competente al frente, pero la crisis que arrastrábamos aún mantenía el peso de
factores de poder constituidos por bueyes cansados, miopes, reticentes a
cualquier cambio, unido a los llamados notables, sólo pendientes del cobro de
vetustas facturas históricas; todo ello impidió la comprensión del correcto
viraje emprendido y provocó el advenimiento de un iluminado ignaro, carente de
escrúpulos y mitómano. Asistimos entonces al gran parto de los montes y al
nacimiento del socialismo del siglo XXI, con rimbombante nombre incluido.
Así
comenzamos a lidiar con una nueva-vieja casta militarista prosternada al régimen
cubano, caracterizada por una jerga cantiflérica y patriotera que devino la más
vil estafa. A la vuelta de 20 años, los misterios del hípermentado socialismo
del siglo XXI quedaron reevelados en su significado: “Monumental Saqueo a una
Nación”.
Signos
auspiciosos destellan en los estertores de un régimen forajido. El 14 de
noviembre se verificó una gran victoria que revela vigor en la sociedad y que
la fibra democrática no se ha perdido. Los estudiantes de la Universidad de
Carabobo al fin pudieron realizar elecciones, después de 11 años, que
resultaron en una contundente victoria redonda de la plancha de la Unidad, la
cual obtuvo la Federación y otros 21 centros. Drácula no pudo impedir las
elecciones con palos, piedras y cachazos. Quedó muy claro quién es, fracasó con
la plancha que auspició. Algunos crédulos lo llegaron a ver como posible
mediador. Otra vez el ominoso TSJ desconoce la voluntad popular, lo cual
ratifica el cierre de la vía electoral hasta tanto sea abierta por un nuevo
gobierno de transición.
Los
estudiantes de Carabobo, unidos, no se van a dejar quitar el rotundo triunfo
obtenido por la voluntad estudiantil. Constituyen un ejemplo a seguir por el
país sobre cómo logar la unidad superior que demanda esta hora aciaga.
¡No
más prisioneros políticos, torturados, asesinados ni exiliados!
Julio
César Arreaza B
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