Marta de la Vega 09 de enero de 2019
Pese a
las condiciones cada vez más duras para sectores productivos y de servicios,
grupos minoritarios con poder económico mantienen su actividad laboral, aunque
disminuida por las medidas erráticas y la improvisación gubernamental. Están
dispuestos a pagar el precio que sea, pues pueden hacerlo, por alimentos
proteicos hoy de lujo o productos básicos muy escasos. Pagan en dólares los
servicios médicos, atendidos en óptimas condiciones, en centros privados, con
profesionales reconocidos y muy bien formados.
En
situación privilegiada, algunos están dispuestos al negociado oportunista con
tal de no perder su poder. Con cinismo, aprovechan el tráfico de influencias,
no dudan en hacerse de la vista gorda frente a los abusos de poder y los actos
de corrupción. Viven en una burbuja, ignorantes de la Venezuela crítica y
trágica del ciudadano común.
Están
por encima de un salario pulverizado por la hiperinflación, no les afectan los
servicios públicos destrozados porque con plantas eléctricas propias se surten
de fuentes particulares de energía, ponen líneas telefónicas desde fuera del
país, resuelven el suministro de agua mediante camiones cisternas periódicos y
no resienten la quiebra de la economía productiva porque compran sus bienes de
consumo en el extranjero o se vinculan a los funcionarios que monopolizan las
importaciones.
Otros
tienen conciencia cívica y responsabilidad ciudadana. A contracorriente de las
imposiciones económicas y fiscalistas de control y centralización imperativa
que asfixian el aparato productivo, empresarios creadores de riqueza que son
productores de valor, que generan ingresos al incrementar los empleos, siguen
apostando por Venezuela a pesar del control de cambio, de la devaluación brutal
de la moneda, de la dificultad para obtener divisas e insumos. Ha aumentado la
capacidad ociosa de sus fábricas y mantienen al mínimo sus costos fijos en un
mercado muy estrecho por la crisis brutal que sacude el país, en especial para
los más vulnerables.
En
unos y otros, oportunistas de turno beneficiarios de la riqueza del Estado, o
constructores de país, tienen en común una mentalidad que no padece el círculo
vicioso de la pobreza. Son recursivos, previsivos, emprendedores, proactivos,
con visión a largo plazo, defensores de derechos civiles fundamentales como la
propiedad privada y las libertades. Viajan al exterior sin limitaciones por
negocios o vacaciones. Ruedan en vehículos blindados, se protegen con escoltas
y no sufren ninguna de las penurias del ciudadano común.
Las
carencias continuadas desembocan en la muerte, muchas personas por no conseguir
los medicamentos para sus enfermedades, algunas por hambre y falta de recursos,
otras por escasez de alimentos incluso con posibilidad económica de
adquirirlos, y en un porcentaje significativo y creciente, personas cometen
suicidio por desesperación. Se trata de casos jamás antes imaginados, como
acaba de ocurrir el 3 de enero de 2018 en el hospital de Valera desde cuyo 5°
piso se lanzó una mujer embarazada por no tener modo de conseguir la lista de
implementos requeridos para dar a luz.
Urge
afirmar la vida, recuperar la democracia destruida, educar para inculcar
virtudes cívicas, respeto a las normas y a los otros, para estimular superación
y progreso, apego al trabajo que dé resultados tangibles en calidad de vida y
bienestar, búsqueda del logro y reconocimiento a los méritos a fin de
deslastrar el país de la rémora del populismo dirigista de un Estado criminal,
demagogo, paternalista y mafioso.
Marta
de la Vega
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