Francisco Fernández-Carvajal 15 de mayo de 2019
— Las
personas pueden cambiar. No hacer juicios inamovibles sobre las personas,
basados en su actuación externa.
—
Disculpar y olvidar. Recomponer lazos rotos de amistad.
— A
pesar de nuestros titubeos y flaquezas, podemos ser buenos instrumentos del
Señor si somos humildes.
I. La
Primera lectura de la Misa nos narra un incidente entre los colaboradores que
acompañan a San Pablo en la evangelización.
Pablo
y sus compañeros navegaron desde Pafos hasta llegar a Perge de Panfilia; pero
Juan se separó de ellos y volvió a Jerusalén1.
Los demás siguieron su viaje apostólico y llegaron hasta Antioquía de Pisidia.
Juan, también llamado Marcos, era primo de Bernabé, el apóstol
inseparable de Pablo, y una de las columnas en las que se apoyaba la extensión
de la fe entre los gentiles. Marcos, desde muy joven, había vivido la intensa
actividad de los primeros cristianos de Jerusalén en torno a la Virgen y a los
Apóstoles, a los que había conocido en su intimidad: la madre de Marcos fue de
las primeras que ayudaron a Jesús y a los Doce. Parece razonable
que Bernabé se fijase en su primo Juan Marcos, para iniciarle en las tareas de
propagación del Evangelio en su compañía y bajo su dirección y la de San Pablo2.
A
Marcos le falló el ánimo y se volvió a su casa, abandonando a sus compañeros.
No se sintió con fuerzas y se volvió atrás. Este hecho debió de pesar bastante
en los demás que siguieron adelante. Pero al preparar el segundo gran viaje
apostólico para visitar a los hermanos que habían recibido la fe, Bernabé quería
llevar consigo también a Juan, llamado Marcos; Pablo, en cambio, consideraba
que no debía llevar al que se había apartado de ellos en Panfilia y no les
había acompañado en la tarea3.
San
Pablo no estaba dispuesto a llevar consigo al que ya les había fallado una vez.
Entonces, se produjo una discrepancia tal entre ambos que se separaron uno del
otro. Bernabé tomó consigo a Marcos y embarcó para Chipre, mientras
Pablo eligió a Silas y partió encomendado por los hermanos a la gracia del
Señor4. La discusión y la disparidad de criterios debió de ser grande
para llegar a causar esa separación. «Pablo más severo y Bernabé más benigno
–comenta San Jerónimo–, cada uno mantiene su punto de vista. Y, sin embargo, la
discusión manifiesta un tanto la fragilidad humana»5.
A
pesar de todo, San Pablo, un hombre de corazón inmenso, sacrificado hasta el
extremo por sus hermanos y ferviente apóstol, no mantiene un juicio inamovible
sobre Marcos. Por el contrario, años más tarde encontramos a este como
colaborador íntimo del Apóstol6,
al que sirve de profundo consuelo7: Os
saluda Aristarco, mi compañero de prisión, y Marcos -primo de Bernabé-, acerca
del cual ya recibisteis instrucciones: acogedle si va a veros, y Jesús, el
llamado Justo (...), que me sirven de consuelo8.
Más tarde San Pablo pide a Timoteo que vaya con Marcos, pues este le es muy
útil para el ministerio9.
En pocos años, Marcos ha pasado a ser un amigo y un colaborador eficaz, que
sirve de apoyo al Apóstol en momentos difíciles. Quizá un día Pablo pensó que
Marcos no servía; ahora le quiere cerca. Las personas pueden cambiar, y, cuando
tenemos que juzgar su actuación externa -las intenciones solo Dios las conoce-,
nunca debemos hacer juicios fijos e inamovibles sobre ellas. El Señor nos
quiere como somos, también con nuestros defectos cuando luchamos por
superarlos, y, para cambiarnos, cuenta con la gracia y con el tiempo. Ante los
defectos de quienes nos rodean -a veces evidentes, innegables- no debe faltar
nunca la caridad que mueve a la comprensión y a la ayuda. «¿No podríamos desde
ahora mirar ya a los demás de manera que sus defectos no nos descorazonasen?
Llegará un momento en que las heridas serán olvidadas (...). A lo mejor muchas
cosas que nos han entristecido en este día o en estos últimos tiempos van a ser
olvidadas. Tenemos defectos, ¡pero podemos querernos! Porque somos hermanos, porque
Cristo nos quiere de verdad... como somos»10.
Esta es la razón fundamental: Cristo no quiere nuestros defectos, pero nos
quiere a nosotros, aunque tenemos muchos. Que no nos distancien los defectos de
aquellos con quienes convivimos, con quienes cada día nos encontramos en la
oficina, en la Universidad..., en cualquier lugar de trabajo.
II. San
Pablo nos da ejemplo de saber olvidar, de saber recomponer lazos rotos, de
capacidad de amistad. Por su parte, San Marcos es para nosotros un magnífico
ejemplo de humildad y de esperanza. Aquel suceso que motivó la separación de
Pablo y de Bernabé, en el que él fue la causa de la discusión, le debió de
causar al Evangelista una honda impresión y un gran dolor. Tuvo que sentir en
lo más hondo de su alma el verse rechazado por Pablo, con su gran prestigio
bien ganado de evangelizador incansable, de sabiduría, de santidad. Sin
embargo, él también supo olvidar, y cuando se le necesita allí está él,
sirviendo de consuelo a Pablo y siéndole muy útil para
el ministerio.
San
Marcos supo olvidar y disculpar porque tenía un alma grande, por eso fue luego
un extraordinario instrumento de la gracia. «¡Qué alma más estrecha la de los
que guardan celosamente su “lista de agravios”!... Con esos desgraciados es
imposible convivir.
»La
verdadera caridad, así como no lleva cuenta de los “constantes y necesarios”
servicios que presta, tampoco anota, “omnia suffert” –soporta todo–, los
desplantes que padece»11.
Si no
somos humildes tenderemos a fabricar nuestra lista de pequeños agravios que,
aunque sean pequeños, nos robarán la paz con Dios, perderemos muchas energías y
nos incapacitaremos para los grandes proyectos que cada día tiene el Señor
preparados para quienes permanecen unidos a Él. La persona humilde tiene el
corazón puesto en Dios, y así se llena de gozo y se hace de alguna manera menos
vulnerable; no le importa tanto lo que habrán dicho, o lo que habrán querido
decir; olvida enseguida y no le da demasiadas vueltas a las humillaciones que
experimenta todo hombre y toda mujer de una forma u otra en los sucesos de la
vida corriente.
Esa
sencillez, esa humildad, el no enredarse en «puntos de honra» que levanta la
soberbia, el dejar a un lado los posibles agravios dan a la persona una gran
capacidad para recomenzar de nuevo después de una cobardía o de una derrota. A
San Marcos, después de la cobardía o el cansancio en el primer viaje, le vemos
enseguida de nuevo en la tarea con Bernabé, dispuesto a ser fiel sin
condiciones.
El que
es humilde se siente con facilidad hermano de los demás; por eso busca cada día
la comunicación con quienes se relaciona, y recompone la amistad si por
cualquier motivo se hubiese roto o enfriado, y está dispuesto siempre a prestar
una ayuda fraterna y también a ser ayudado. Así se construyen cada día las relaciones
necesarias de toda convivencia. «Los que están cercanos se sostienen
recíprocamente, y gracias a ellos surge el edificio de la caridad (...). Si yo,
pues, no hago el esfuerzo de soportar tu carácter, y si tú no te preocupas de
soportarme con el mío, ¿cómo podrá levantarse entre nosotros el edificio de la
caridad si el amor mutuo no nos une en la paciencia? En un edificio, ya lo
hemos dicho, cada piedra sostiene y es sostenida»12.
III.
Además de sus tareas apostólicas en la extensión y consolidación de las nuevas
conversiones, San Marcos fue colaborador muy cercano de San Pedro, de San Pablo
y de Bernabé; y, según la tradición más firme, intérprete de San Pedro en Roma,
probablemente traduciendo al griego y al latín la predicación y las enseñanzas
orales del Príncipe de los Apóstoles. Y, sobre todo, fue un instrumento muy
dócil al Espíritu Santo, dejándonos la joya impagable del segundo de los Evangelios.
Para
nosotros es un gran motivo de consuelo y de esperanza contemplar la figura de
este Evangelista: desde sus pasos primerizos hasta llegar a ser un instrumento
valiosísimo en la primitiva Iglesia, y para siempre. A pesar de nuestras
flaquezas, de las posibles faltas y titubeos de nuestros años pasados, podemos
confiar como él en poder prestar con abnegación un servicio útil a la Iglesia,
con el auxilio de la gracia. A pesar de todo, podemos también nosotros llegar a
ser instrumentos eficaces.
¡Cómo
ayudaría a San Pablo, ya anciano, preso en Roma! ¡Cuánta solicitud! Ambos
habían hecho vida suya lo que el Apóstol de las gentes había
escrito a los cristianos de Corinto: ... La caridad es paciente, la
caridad es benigna...13.
La caridad lo supera todo.
La
caridad puede más que los defectos de las personas, que la diversidad de
caracteres, que todo aquello que se pueda interponer en el trato con los demás.
La caridad vence todas las resistencias. ¡Qué distinto hubiera sido todo si San
Pablo se hubiera quedado con el prejuicio de que con Marcos no se podía hacer
nada porque en una ocasión tuvo miedo o cansancio, o unos momentos de
desánimo... y se volvió a su casa a Jerusalén! ¡Qué distinto también si Marcos
se hubiera quedado con el corazón herido, guardando agravios, porque el Apóstol
no quiso que le acompañase en el segundo viaje!
Pidámosle
hoy nosotros a la Virgen, Nuestra Madre, que nunca guardemos pequeñas o grandes
ofensas, que causarían un enorme daño en nuestro corazón, en nuestro amor al
Señor y en la caridad con el prójimo. Aprendamos de San Marcos a recomenzar,
una o mil veces, si por cualquier motivo tenemos un mal momento de
desfallecimiento o de cobardía.
1 Hech 13,
13. —
2 Cfr. Santos
Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, Introd. al Evangelio según San Marcos.
—
3 Hech 15,
37-38. —
4 Hech 15,
39-40. —
5 San
Jerónimo, Diálogo contra los pelagianos, II, 17. —
6 Cfr. Fil 24.
—
7 Cfr. Col 4, 10 ss. —
8 Cfr. Col 4, 10-11. —
9 Cfr. 2 Tim 4, 11. —
10 A.
Mª Gª Dorronsoro, Dios y la gente, Rialp, 2ª ed., Madrid
1974, p. 150. —
11 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 738. —
12 San
Gregorio Magno, Homilías sobre el profeta Ezequiel. —
13 Cfr. 1
Cor 13, 1 ss.
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