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viernes, 10 de mayo de 2019

Gracias a los golpes que me dieron por @CECODAP @FERNANPEREIRAV



Por Fernando Pereira


“Soy lo que soy gracias a los golpes que me dieron mis padres” “En la escuela me arrodillaban en el sol y pude salir adelante porque la letra con sangre entra”

Expresiones de este tenor las escuchamos a diario en actividades con padres y familias en escuelas y comunidades de distintas realidades. El dolor se relaciona con una estrategia necesaria e inevitable para lograr formar personas de bien.

Con frecuencia, en esas mismas actividades, escuchamos comentarios de preocupación sobre como la violencia se hace presente en la  sociedad. Nos escandalizamos cuando se utilizan métodos violentos para resolver conflictos, cuando se atenta contra la integridad personal de alguien para obtener algo a cambio. Escuchamos con atención y mucha preocupación las noticias sobre hechos en los cuales se reseñan víctimas de la represión por abuso de poder, por pensar o ser diferente.

La violencia en los centros educativos o a través de los celulares e Internet también suele preocupar y generar reacciones por parte de educadores, familias… Sin embargo, la violencia hacia los niños en el hogar se mantiene en el ámbito privado, se asume como parte de la cotidianidad.

En muchas de nuestras casas recurrimos a los métodos que utilizaron en nuestra crianza sin preguntarnos si son o no violentos-


¿Qué dice la ley?

La Ley Orgánica para la Protección del Niño, Niña y Adolescente (Artículo 32-A) lo define así:

Se entiende por castigo físico el uso de la fuerza, en ejercicio de las potestades de crianza o educación, con la intención de causar algún grado de dolor o incomodidad corporal con el fin de corregir, controlar o cambiar el comportamiento de los niños, niñas y adolescentes, siempre que no constituyan un hecho punible.

Se entiende por castigo humillante cualquier trato ofensivo, denigrante, desvalorizador, estigmatizante o ridiculizador, realizado en ejercicio de las potestades de crianza o educación, con el fin de corregir, controlar o cambiar el comportamiento de los niños, niñas y adolescentes, siempre que no constituyan un hecho punible.

Razones para hacerlo diferente

No se trata de un capricho que está en la ley o de una moda que se quiere imponer.  A través de los castigos, golpes, agresiones, ofensas enseñamos a nuestros hijos a:

Relacionar el amor y la violencia: “Te pego porque soy tu papá y te quiero”; 

“Quien bien te quiere te hará llorar”; “Pegarte me duele más a mí que a ti”.

Unir la autoridad y la violencia: “Te pego para hacerte un hombre de bien”.

A legitimar y utilizar la violencia como una forma de resolver conflictos.

Deteriorar su autoestima: “Soy tan malo como lo que me dicen y hacen”

Cuando los niños crecen bajo estos modelos entienden que la violencia, el castigo y la agresión son modos válidos de relación por lo tanto cuando en la escuela tiene diferencias con otros les pegan y cuando llaman al representante para  hacer el reclamo, la mamá o el papá, le pega al hijo porque le pegó a un compañerito de clases.

Se considera que los padres que castigan a sus hijos porque los quieren o tienen deseos de ser “mejores personas”. La pregunta es ¿somos mejores personas porque nos pegaron o por la posibilidades que nos dieron para formarnos y descubrir nuestros talentos, habilidades, destrezas? Puede ser que la respuesta sea: por ambas cosas, pero la realidad es que la violencia no nos hace mejores seres humanos, las heridas físicas o emocionales dejan marcas que nunca se borran. Seguramente queremos que nuestros niños nos recuerden con amor y no con rencor, si es así, la violencia no es la mejor aliada, porque engendra odio, resentimiento, deseos de venganza…

El castigo no educa

Criar a nuestras hijas requiere dedicación, preocupación, tiempo. Los frutos de nuestra crianza se recogen en la adolescencia, cuando el joven entra en la adultez con las herramientas necesarias para asumir su vida.

Se pueden establecer límites, construir relaciones de respeto y educar para la responsabilidad sin utilizar la violencia. Si no queremos un país sumido en la violencia no podemos educar a nuestros hijos enseñándoles que la violencia es la única alternativa. El castigo, los golpes, palabras hirientes y el miedo no educan; hacen daño.

Foto: https://eresmama.com/

09-05-19




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