Margioni BERMÚDEZ 16 de mayo de 2019
Insara cuenta que le ha tocado arrastrarse
“como una serpiente” para ir al baño al no poder comprar los medicamentos para
el párkinson. Desesperada, ve lejana la ayuda humanitaria que comenzó a entrar
a Venezuela desde abril pasado.
Las
pocas pastillas que toma de vez en cuando se las donan allegados. Desde 2017,
los pacientes de párkinson y otros 300.000 enfermos crónicos en el país han
visto limitados sus tratamientos después de que el gobierno dejara de
suministrar medicinas.
“No
hemos sabido nada de la ayuda humanitaria”, relata a la AFP Insara Rodríguez,
de 62 años, con sus incontrolables temblores en la modesta habitación que renta
en Catia la Mar (a unos 35 km al norte de Caracas).
Pronto
deberá irse, pues tampoco puede pagarla. “El dueño ahora quiere dólares”,
lamenta la mujer, que apenas recibe una pensión como maestra equivalente a 7,4
dólares, cuando el costo mensual del tratamiento cuesta no menos de 150 dólares.
Por
años mantuvo a raya la enfermedad, pero la escasez de medicinas por la peor
crisis económica en la historia reciente del país petrolero ha convertido su
vida en una montaña rusa.
Hace
tiempo soñó que sanaba, por eso no pierde la fe en que un milagro la libere del
mal que le impide sostener un vaso, peinarse o abotonarse la ropa.
Por el
insomnio, provocado por esta afección degenerativa del sistema nervioso, trata
de suplir los ansiolíticos con hierbas, algunas silvestres.
“La
ayuda de la Cruz Roja no ha llenado las expectativas que teníamos”, expresa
Eufracio Infante, líder de una ONG que clama respuestas para los más de 30.000
pacientes que, como él, padecen párkinson en Venezuela.
Naciones
Unidas estima que al menos siete millones de venezolanos, cerca de un cuarto de
la población, necesita ayuda humanitaria urgente.
“Ritmo lento”
La
primera fase de la asistencia humanitaria incluye fármacos e insumos básicos,
escasos en un 90%, según oenegés, y se estima que alcance para atender a
650.000 personas durante un año.
El
arribo de medicamentos para enfermedades crónicas está previsto para una
segunda etapa, en fecha no precisada, de acuerdo con la Cruz Roja.
Infante
remarca que la situación es cada vez más dramática para pacientes que antes
recibían tratamientos gratuitos del Seguro Social, para males crónicos o de
alto costo como cáncer o VIH.
Una
caja de 30 pastillas de Levodopa/carbidopa -vital contra el párkinson- ronda el
equivalente a 12 dólares. Frente a un salario mínimo de 40.000 bolívares
mensuales (7,4 dólares), resulta impagable para la mayoría. Insara requiere
cuatro cajas al mes.
El
gobierno de Nicolás Maduro atribuye por otra parte la mengua a sanciones de
Estados Unidos, cuyo “daño a la economía” cifra en 30.000 millones de dólares.
Maduro
dio luz verde a la ayuda del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) tras
rechazar el ingreso en enero de donaciones de Estados Unidos gestionadas por el
opositor Juan Guaidó, reconocido como presidente interino de Venezuela por
medio centenar de países.
El
líder socialista, que niega que el país sufra una emergencia humanitaria,
consideraba la asistencia norteamericana como un pretexto para intervenir
militarmente en Venezuela.
Al
margen de la diatriba política, el activista de derechos humanos Francisco
Valencia, trasplantado renal, cree que al ritmo que ingresa la ayuda de la Cruz
Roja “será imposible aliviar la situación”.
Considera
necesario que sea de “forma continua y amplia” para poder mitigar la
“emergencia de salud”.
“Como los esqueletos de ‘Coco'”
Insara
siente que cada día que pasa sin su medicamento retrocede. Cuando la atacan los
temblores o la parálisis por no ingerir los fármacos suda sin control.
“Por
eso he adelgazado tanto”, dice mientras observa nostálgica una imagen suya en
un viejo portarretrato. La mujer, con dificultades para adquirir alimentos,
pasó de 65 kilos a unos 40.
Los
apagones que recrudecieron en marzo también la afectan por la falta de aire
acondicionado. “Llegué a pesar 37 kilos de tanto que sudaba, todavía nos quitan
tres o cuatro horas la luz todos los días”, sostiene.
Encorvada
por los estragos de la enfermedad, Insara bromea sobre su delgadez extrema para
sobrellevar la pena.
“Hollywood
me debe dinero porque me veo parecida a esos esqueletos de la película ‘Coco'”,
suelta aludiendo al exitoso filme inspirado en la tradición mexicana del Día de
los muertos.
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