Angus Berwick 14 de junio de 2019
Un
taxi dejó a Maroly Bastardo Gil y a sus dos hijos pequeños cerca de un cementerio,
no lejos de la costa del noreste de Venezuela. Todavía estaba a tiempo de
cambiar de opinión.
Embarazada
de ocho meses, enfrentó duras decisiones en una nación cuya economía colapsó. O
daba a luz en Venezuela, donde los recién nacidos están muriendo a tasas
alarmantes en salas de maternidad afectadas por la escasez, o subía a bordo de
un barco de contrabandistas con destino a Trinidad, la mayor de las dos islas
que conforman la nación caribeña de Trinidad y Tobago.
Su
esposo, Kennier Berra, había llegado allí en febrero, encontró trabajo y le
pidió reunirse de nuevo. La madre de Maroly, Carolina, le suplicó que se
quedara.
Ni
Bastardo ni sus hijos sabían nadar. Apenas tres semanas antes, 27 personas
desaparecieron después de que una lancha se hundió en el angosto tramo de agua
que separa Venezuela de Trinidad. El estrecho de 20 kilómetros, famoso por sus
traicioneras corrientes, es apodado “La Boca del Dragón”.
Sin
embargo, la peluquera de 19 años estaba decidida.
El
16 de mayo se embarcó junto a los niños en un viejo barco pesquero junto con
otras 31 personas, incluidos tres familiares de su esposo. Tomaron fotos con
sus teléfonos celulares desde la costa cercana a la ciudad portuaria de Güiria,
desde donde han partido miles de venezolanos en los últimos años, y se
despidieron de sus seres queridos.
La
lancha, de nombre Ana María, nunca llegó. No se han encontrado ni a los
migrantes ni los restos de la nave.
Un
hombre que se cree era el piloto del barco, un venezolano de 25 años llamado
Alberto Abreu, fue sacado del mar el 17 de mayo por un pescador y trasladado a
la cercana Granada.
Abreu
le dijo a su salvador que la Ana María se había hundido la noche anterior en
las turbulentas aguas. Huyó antes de que la policía pudiera completar su
investigación, dijeron las autoridades de Granada y no ha sido visto desde
entonces.
La
angustiada madre de Bastardo, Carolina, se aferra a la esperanza de que tal vez
haya ocurrido una tragedia menor a su hija y sus nietos. Reza porque los
traficantes los mantengan como rehenes a cambio de más dinero y llamen cualquier
día pidiendo el rescate.
“Mi
corazón dice que están vivos”, dijo Carolina. “Pero es una tortura”.
La
desaparición de Bastardo, cinco familiares y su hijo nonato subraya los riesgos
cada vez más peligrosos que toman los venezolanos para escapar de una nación
que está en caída libre.
Años
de mala gestión económica por parte del gobierno socialista han paralizado a la
rica nación petrolera con hiperinflación, escasez y miseria. Se estima que
cuatro millones de personas -cerca de un 12% de la población- ha huido en los
últimos cinco años.
La
gran mayoría ha viajado por tierra a países vecinos como Colombia y Brasil.
Pero en imágenes que recuerdan a los cubanos que escapaban desesperadamente de
su tierra natal en décadas pasadas, los venezolanos se lanzan cada vez más al
mar en destartalados barcos.
Los
principales destinos son las cercanas islas caribeñas de Aruba, Curazao,
Granada y Trinidad y Tobago, frente a la costa noreste de Venezuela.
Antes
daban la bienvenida a los venezolanos, quienes alguna vez llevaron dólares como
turistas, pero ahora todas han frenado la llegada de esos nuevos y casi siempre
empobrecidos inmigrantes. Sus gobiernos han endurecido los requisitos de
visado, aumentado las deportaciones y reforzado las patrullas de guardacostas para
interceptar las naves de los traficantes.
Trinidad
y Tobago, con una población de 1,3 millones de habitantes y uno de los ingresos
más altos de la región, ha sido un imán particular.
Desde
2016, casi 25.000 venezolanos han llegado a Trinidad, según cifras del
gobierno, muchos de ellos sin documentación. El año pasado, Naciones Unidas
calculó que hay 40.000 venezolanos viviendo en Trinidad, lo que redujo la
capacidad del gobierno para ayudarlos.
Se
sabe que los traficantes abandonan su carga humana en aguas turbulentas y
obligan a las mujeres y niños a prostituirse. La escasez de piezas de repuesto
en Venezuela significa que los barcos en ocasiones salen de Güiria en mal
estado, con maltrechos motores y cascos mal parcheados.
Los
contrabandistas a menudo llenan estos barcos más allá de su capacidad de 10
personas, dijeron a Reuters locales familiarizados con estas operaciones.
Pero
para Maroly Bastardo, el mayor peligro radicaba en las dificultades de la vida
en Venezuela. Se sentía agotada y cada vez más ansiosa por su salud y la de su
bebé, ante la posibilidad de que hubiera problemas en el parto.
“Aquí
la cosa está demasiada ruda ‘chama’”, escribió Bastardo en un mensaje de texto
a una tía en los días previos a su partida de Venezuela. “No me puedo dar el
lujo de quedarme ‘achantada’ o no hacer nada”, agregó.
Reuters
reconstruyó el desgraciado viaje de Bastardo en entrevistas con miembros de su
familia, amigos y familiares de otras personas desaparecidas en la Ana María,
junto con autoridades y personas involucradas en el tráfico de personas.
UNA
TRAGEDIA FAMILIAR
Maroly
Bastardo creció en El Tigre, una ciudad en auge en la famosa Faja del Orinoco
de Venezuela, la fuente de gran parte de la riqueza petrolera de la nación.
Su
madre, Carolina, trabajaba en la cocina de un lujoso hotel que atendía a los
ejecutivos petroleros visitantes. Bastardo asistió a una escuela privada y habló
de convertirse en médico. Ella y su hermana pequeña, Aranza, cantaban canciones
en el dormitorio que compartían.
Pero
esos buenos tiempos se desvanecieron con la mala gestión de la empresa
petrolera estatal PDVSA por parte del fallecido presidente Hugo Chávez y su
sucesor, Nicolás Maduro.
Con
dirigentes leales al gobierno al mando de la petrolera, los ingresos por venta
de crudo financiaron programas sociales mientras que el mantenimiento básico y
la inversión en esa industria se desplomaron.
Profesionales
expertos salieron del país en busca de oportunidades en el exterior. A pesar de
poseer algunas de las reservas de petróleo más grandes del mundo, Venezuela ha
visto caer la producción cerca de un 75% desde principios de siglo, cuando
extraía tres millones de barriles por día.
La
caída golpeó duro a El Tigre. El ostentoso hotel cerró sus puertas y Carolina
perdió su trabajo. Su hija dejó la escuela a los 16 años para ganar unos pocos
dólares a la semana cortando cabello. Ella y Berra, un trabajador de la
construcción, tuvieron dos hijos, Dylan y Victoria.
Con
otro bebé en camino -un varón al que planeaban llamar Isaac Jesús-, Berra se
fue en febrero a Trinidad. Encontró un trabajo en el que freía pollo e hizo
planes para que lo siguiera su familia. Bastardo requeriría una cesárea, su
tercera. La perspectiva de dar a luz en el hospital local la aterrorizó, según
su madre.
Los
controles cambiarios y otras políticas económicas han paralizado al sistema
nacional de salud venezolano, alguna vez considerado un modelo para América
Latina, y que ahora sufre por la escasez de medicamentos importados, equipos e
insumos básicos como guantes de goma. Miles de doctores y enfermeras, que han
visto sus salarios destruidos por la inflación, ya no van siquiera a trabajar.
En
el hospital Luis Felipe Guevara Rojas, en El Tigre, hay carteles en la sala de
maternidad que informan a las mujeres que tienen cesáreas que traigan sus
propios antibióticos, agujas, suturas quirúrgicas y sueros intravenosos. Ni
siquiera está garantizada la electricidad. Los médicos dijeron que el
suministro eléctrico falla casi a diario, lo que los obliga a confiar en
generadores de respaldo.
La
tasa de mortalidad infantil aumentó a 21,1 muertes por cada 1.000 nacidos vivos
en 2016, desde los 15 por cada 1.000 de 2008, revirtiendo casi dos décadas de
avances, según un estudio publicado en enero por tres investigadores en la
revista médica inglesa The Lancet.
Según
el estudio, las madres también están muriendo a tasas más altas durante el
parto. Unos 11.466 bebés murieron antes de su primer año en 2016, un 30% más
que el año previo, según las cifras más recientes del Ministerio de Salud de
Venezuela.
“Cualquier
mujer que da a luz en un hospital venezolano está corriendo un riesgo”, dijo
Yindri Marcano, director del hospital El Tigre.
Trinidad
brindaría con seguridad una mejor atención médica, consideraron Bastardo y
Berra. Además, había un incentivo adicional: un niño nacido allí sería un
ciudadano y podría facilitarles la obtención de la residencia legal en algún
momento. También viajarían algunos familiares para cuidarla a ella y a los
niños: Dylan, de tres años, y Victoria, de dos.
El
2 de abril, Bastardo, los niños y su cuñada Katerin viajaron 500 kilómetros en
taxi hasta el puerto de Güiria. Ubicado en la remota región sin ley de la
Península de Paria, la ciudad es conocida como un centro de migración y de
tráfico de drogas.
Allí
se reunieron con el padre de Berra, Luis, y su tío Antonio, quienes también
viajarían. Los seis se instalaron en un hotel ruinoso sobre un restaurante
chino para hacer los preparativos finales. Salieron con un amigo de Luis,
Raymond Acosta, de 37 años, un mecánico local.
Luis
se hizo cargo de asegurar sus lugares en un bote de traficantes. Trabajador de
la construcción, él y su esposa ya habían emigrado a Trinidad y habían ayudado
a varios familiares a hacer el viaje en los últimos años.
Acosta
dijo que Luis negoció un precio de 1.000 dólares por los seis miembros de la
familia, pagaderos en dos partes: 400 por adelantado y el monto restante en
Trinidad, solo en moneda estadounidense.
Pero
a medida que se acercaba la partida, el contrabandista elevó el precio.
Necesitarían 500 dólares extra en efectivo y por adelantado. En lugar de
retirarse, Luis hizo que su esposa en Trinidad agotara sus ahorros y organizó
un contacto allí para transportar el dinero hasta Güiria.
El
23 de abril hubo otro revés: un barco de migrantes que se dirigía a Trinidad
con 37 pasajeros se volcó en Bocas del Dragón. Los rescatistas encontraron
nueve sobrevivientes y un cadáver, pero el resto sigue desaparecido, según la
autoridad de Protección Civil de Venezuela y la autoridad en manejo de desastres.
Los
contrabandistas se ocultaron durante unas semanas, de acuerdo con personas
involucradas en la negociación del bote en Güiria. El cruce de la familia fue
retrasado.
Las
noticias del accidente desconcertaron a la madre de Bastardo en El Tigre. La noche
antes de la partida programada, Carolina le rogó a su hija que reconsiderara el
viaje.
Pero
Bastardo respondió a través de un mensaje de texto: “La mamá lo que tiene es
que buscar maneras de ayudar (a los hijos...) no te preocupes, que vendrán
cosas mejores”.
FOTOS,
TEXTOS, LUEGO SILENCIO
El
jueves 16 de mayo, Acosta llevó a los seis pasajeros a una parada de taxis,
donde se despidieron alrededor de las 3 de la tarde. Se dirigían al pequeño
pueblo pesquero de La Salina, 4 kilómetros al norte de Güiria, para encontrarse
con su bote, y estaban entusiasmados por ponerse en marcha, dijo Acosta.
Dijo
que le inquietó que ninguno de los familiares llevó chalecos salvavidas al bote
en caso de que los traficantes no tuvieran suficientes. Indicó que le puso nervioso
la posibilidad de que la embarcación fuera repleta.
“La
gente ahora está más desesperada”, dijo Acosta. “Siempre le avisé a él (Luis)
que si había muchas personas en la embarcación no se fueran”, agregó.
Antes
de abordar, Bastardo tomó una foto de Katerin, Dylan y Victoria de espaldas a
la cámara, mirando al mar. Se la envió a su familia.
El
plan era llegar al puerto trinitense de Chaguaramas a primera hora de la tarde.
El viaje de 70 kilómetros desde Güiria suele durar unas cuatro horas, con lo
que llegarían al puerto en torno a las 20.30 como muy tarde. Luis quería que su
hijo estuviera esperándoles.
“A
las 6:30 en Chaguaramas, estén pendientes”, envió en un mensaje de texto a
Berra a las 16.37 de la tarde, al comienzo de la travesía.
Quienes
conocen la ruta dicen que los pilotos que se dirigen a Chaguaramas por lo
general navegan a lo largo de la costa hasta que el barco llega al extremo
oriental de la Península de Paria cuando cae la noche. En ese momento, las
luces de las ciudades de Trinidad habrían sido visibles desde el barco mientras
se preparaba para afrontar el tramo final de 20 kilómetros: las Bocas del
Dragón.
La
tarde dio paso a la noche. La Ana María no apareció. Berra dijo que estuvo
caminando ansioso hasta que la policía llegó a la medianoche al muelle de
Chaguaramas y le dijo que se fuera. Dijo que regresó temprano el viernes por la
mañana y esperó todo el día hasta la segunda noche. Nada aún. Repitió su
vigilia el sábado.
“Después
del primer naufragio, ella (Bastardo) tenía miedo, pero quería estar aquí con
nosotros”, dijo Berra en una entrevista telefónica desde Trinidad.
En
El Tigre, los familiares estaban cada vez más inquietos. Nadie devolvía los
mensajes de texto.
En
cambio, el viernes la familia escuchó de alguien que se identificó solo como
Ramón. Los lugareños en Güiria dijeron Ramón había ayudado a arreglar el viaje
de la familia en bote a Trinidad sin documentos, incluyendo el arreglo de la
Ana María. La nave tuvo problemas con el motor, escribió Ramón, pero pronto
estaría en camino.
“Vamos
a cambiar los motores y seguir”, dijo Ramón en un mensaje de texto visto por
Reuters.
En
una entrevista telefónica, Ramón dijo que trabaja para una operación que lleva
personas a Trinidad de manera legal, con un máximo de 10 pasajeros por
embarcación. Según señaló, simplemente transmitió la información que le habían
dado para aliviar las tensiones de la familia. Se negó a dar su apellido o
estar involucrado en cualquier actividad ilícita.
Para
el sábado 18 de mayo, los informes de la desaparición de la Ana María habían
aparecido en las noticias y en las redes sociales.
En
una publicación matutina en Facebook, Robert Richards, un pescador
estadounidense, dijo que vio a un hombre joven el viernes por la tarde
“luchando por su vida” a 50 kilómetros de Trinidad. Las fotos que acompañaban
al post de Richards mostraban una figura en un chaleco salvavidas que se movía
cerca de un pedazo de escombro flotante. Richards dijo que el hombre “había estado
en el agua por 19 horas (...) en un bote que se hundió la noche anterior con
otras 20 personas a bordo, hasta ahora no hay otros sobrevivientes”.
Richards,
cuya página de Facebook dice que reside en las Islas Vírgenes, de Estados
Unidos, no ha respondido a llamadas ni a los mensajes de texto en busca de
comentarios.
Abreu
fue identificado como el hombre en las fotos por familiares de pasajeros que
iban en la Ana María y que vieron la publicación en Facebook. La agencia de
Protección Civil de Venezuela confirmó que había sido rescatado.
En
una declaración del 24 de mayo, la policía de Granada dijo que un hombre “en
necesidad urgente de atención médica” fue rescatado el 17 de mayo por un barco
en aguas entre Trinidad y Granada y llevado a Granada para recibir tratamiento.
Dijeron
que el hombre, un ciudadano venezolano, salió del hospital sin “autorización”.
Su paradero sigue siendo desconocido.
Las
autoridades venezolanas apenas montaron una búsqueda de la Ana María. La
autoridad de Protección Civil, a cargo del rescate marítimo, no tenía barcos
para enviar al rescate. Su media docena de botes o están en mal estado o le
faltan piezas, dijo Luisa Marín, una funcionaria de Protección Civil en Güiria.
Los
militares venezolanos enviaron una embarcación el sábado 18 de mayo, dos días
después de la desaparición de la Ana María, pero la nave se averió a los 20
minutos y tuvo que regresar al puerto, dijeron Marín y otros locales.
El
servicio de guardacostas de Trinidad realizó su propia búsqueda en las aguas
jurisdiccionales, pero no vio señales de la Ana María ni de sus pasajeros, dijo
públicamente el ministro de Seguridad Nacional, Stuart Young, el 21 de mayo.
ESPERA
VS. ESPERANZA
Al
no haberse hallado restos del naufragio ni cadáveres, algunos familiares de los
desaparecidos dicen creer que los migrantes fueron secuestrados por bandas
criminales. Pero las autoridades de Trinidad no han presentado pruebas de que
esto haya sido así. El Ministerio de Seguridad Nacional declinó hacer
comentarios.
La
madre de Bastardo, Carolina, de 38 años, dice que ya no duerme. Escudriña entre
las noticias y las redes sociales en busca de cualquier nueva información. Cada
vez que lee que las autoridades de Trinidad han detenido a otro grupo de
inmigrantes venezolanos indocumentados, se pregunta si su hija podría ser uno
de ellos.
“Me
angustia más, si es ella, si no es ella”, dijo Carolina, sentada en su porche
en El Tigre mirando hacia la distancia.
La
hermana de nueve años de Bastardo, Aranza, cree que su hermana mayor todavía
está viva. Su cumpleaños es el 30 de junio. Le dice a su madre que el único
regalo que quiere es tener a su hermana y a los demás de regreso.
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