Por Simón García
Escribir sobre lo que no se
sabe pareciera difícil. Pero lo hacemos al referimos a lo que va a ocurrir con
el país. Predecir a donde nos llevarán las negociaciones en Barbados, rodeadas
de sorprendente hermetismo, es una apuesta. Otras apreciaciones muestran que,
si el presente es incierto, mas incalculable es ese tiempo que, siguiendo a los
de la gramática, pudiéramos llamar futuro próximo.
Las acciones que obedecen a
nuestra voluntad, los objetivos que alcanzamos por nuestros propósitos si están
más sujetas a nuestras decisiones. Su selección y cómo lograrlas constituye el
núcleo de un plan político propio, aunque tengamos que tomar en cuenta
variables externas y movimientos de otros actores.
Dejar hacer no es una
política sino una inhibición. El pensamiento extremista, en su seducción por lo
destructivo, propone esperar la disolución general del país porque el colapso
también engullirá al régimen. O sustituir votos por balas. Le son indiferentes
las consecuencias humanas de una crisis que ya cobra muertes entre los más
vulnerables.
La prioridad es liberar a
Venezuela de sus crisis y del gobierno que las genera. Ante el empate
catastrófico y la temeraria inclinación a resolverla con armas ajenas, el
primer deber es respaldar una estrategia de cambio que intente sustituir
enfrentamientos por entendimientos, que busque compromisos por la
reconstrucción, la convivencia y la unificación.
Una estrategia de nueva
gobernabilidad compartida, a mediano plazo y cuya punta sea realizar elecciones
libres con garantías posteriores de coexistencia entre los sujetos políticos
rivales. Un incentivo fuerte para que el poder cambie de pista
El dirigente principal de la
oposición democrática es Guaidó y hoy resulta inconveniente e ilusorio
pretender debilitar su liderazgo o sustituirlo con ofertas de polos
minoritarios. Al contrario, hay que plantear el fortalecimiento del liderazgo
opositor desde una triple aspiración: ampliarlo, incorporando sectores que no
deben estar excluidos; innovarlo, construyendo un discurso de centro independizado
de falsos extremismos y potenciarlo, mejorando las capacidades para que Guaidó
pase de dirigente opositor a líder de la unidad del país.
La política transicional
debe llenar el vacío de ideas y propuestas que permitan expresar y activar a la
mayoría social no identificada con ninguno de los dos polos que pugnan por el
poder. Es decisivo, para establecer una nueva coalición progresista, que emerja
un tercer actor desde lo social con autonomía respecto al Estado y los
partidos, que en vez de competir con estos propicie su cohesión. Un centro
democrático progresista definido más por su potencia para solucionar la crisis
que por tradiciones doctrinarias o pertenencias partidistas, aunque las
incluya.
Ética, política y
humanamente es inadmisible dejar que esta crisis humanitaria y civilizatoria
continúe. Una verdad que, si es asumida consecuentemente por oficialistas y
opositores, obliga a definir un entendimiento plural en el que ambos polos se
comprometan a ser gestores de una transición pacífica hacia la democracia. Es
la opción sensata para poner fin a un desastre anclado en visiones hemipléjicas
de país.
La responsabilidad de la
solución es de los venezolanos. La crisis es inviable, lo viable es un acuerdo
para superarla. Una política de entendimiento tiene una base social real: más
del 80% de la población rechaza al régimen. Es posible resolver el empate desde
el centro
28-07-19
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