Por Piero Trepiccione
“Poder significa
la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación
social, aun contra toda resistencia y cualquiera sea el fundamento de esa
probabilidad” así lo definía el pensador alemán Max Weber y es que esta noción
ha acompañado siempre a la naturaleza humana y su disputa ha sido causa de
dolor y muerte durante muchos siglos. Las diferentes civilizaciones han
evolucionado en la forma en que dirimen sus diferencias en la definición de los
ámbitos de influencia y control político para ajustarlos a parámetros de convivencia
democrática y limitar la esencia del poder pero no ha sido nada fácil
este proceso dialéctico.
Limitar el poder de una sola
persona, con un estamento jurídico acompañado de instituciones que se
hicieran contrapeso entre sí, fue la mejor manera en que la humanidad fue
desarrollando el antídoto contra los excesos, la corrupción y el autoritarismo.
No obstante, aun habiéndose popularizado como argumento ideológico en todo el
planeta, la fenomenología del poder ha mutado siempre para hacerse más disimulada
y maquiavélica con el único fin de alcanzar sus propósitos más oscuros. Tanto
así, que hoy en día vemos con asombro la reaparición de fórmulas
neo-autoritarias que pululan por todos los extremos, incluso, algunas de ellas,
con grandes apoyos en la opinión pública.
La victoria de Donald Trump
en los Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil son una muestra del fenómeno.
La narrativa fuerte y concentrada asociada a un estilo de híper liderazgo con
una dosis extrema de comunicación política caracterizan esta nueva era del
ejercicio del poder con el cual los ciudadanos del mundo comienzan a convivir.
Pareciera que entramos en una fase del péndulo en la cual, el poder intenta
recuperarse en su concentración luego que con la aparición de las redes
sociales, se dispersara en muchas manos con la influencia colectiva de
participación política.
La primavera árabe mostró
esa cara nueva de las luchas por el poder aupadas por la utilización de los
avances tecnológicos en las comunicaciones. Sin embargo, poco tiempo transcurrió
para mostrarnos las mutaciones para adaptarse a esos nuevos desafíos de la era
actual. La velocidad de los cambios tecnológicos no logró impactar
significativamente las disputas por el poder sino más bien, ante la facilidad
de una comunicación directa entre el gobernante y los gobernados, los
contrapesos institucionales se han hecho más débiles.
Se abre entonces un enorme desafío
para la humanidad en pleno siglo veintiuno. ¿Cómo procesar las luchas por el
poder en paz garantizando la convivencia democrática y los intereses de las
grandes mayorías nacionales? ¿Cómo hacer para que el autoritarismo sea detenido
y volvamos a un estado de derecho donde la ley esté por encima de cada
individuo y al servicio de todos en iguales condiciones? Esta discusión
suena ilógica en estos tiempos en los cuales habíamos creído que habíamos
superado estas dificultades, pero no es así.
El autoritarismo y los
desmanes del poder han reaparecido por los cuatro costados de la Tierra, con
gobiernos de distinto signo ideológico que difícilmente puedan ser
categorizados con la simpleza de “derecha o izquierda”. Hay que seguir
profundizando sobre el tema porque el impacto sobre nuestras vidas irá en
aumento y mientras más rápido lo definamos, más probabilidades tendremos de confrontarlo
con audacia y determinación.
15-12-19
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico