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sábado, 14 de diciembre de 2019

¡Oíd, venezolanos! Por @Gvillasmil99



Por Gustavo J. Villasmil-Prieto



“¡Alemanes, salvaos! ¡Salvad vuestras almas negando fe y obediencia a vuestros dominadores que solo en ellos piensan, no en vosotros!”.
Thomas Mann, Oíd, alemanes…Emisión de Nochebuena de 1940

La inusitada frecuencia con la que hemos tenido que asistir a pacientes tuberculosos en mi hospital durante el año que está por concluir me ha hecho tener especialmente presente la obra del gran Thomas Mann, uno de los autores más cercanos a mi espíritu. Mi particular lectura de ese monumento a las letras que es La montaña mágica (1924) me regaló en su día una reflexión sobre el drama humano tras la enfermedad que jamás encontré en los tratados médicos entre los que crecí.

En estos tiempos también he recordado de manera sentida la traducción de los españoles Tobío y Moreno que recoge la transcripción de las famosas manchetas antihitlerianas de Mann transmitidas en su programa radial Oíd, alemanes…, que entre 1940 y 1945 produjo regularmente la BBC de Londres, en alemán, desde el exilio del autor en Estados Unidos.

El Oíd, alemanes… era algo así como el Aló, ciudadano del recordado Don Leopoldo Castillo en la Venezuela de tiempos recientes. En aquellas reflexiones hertzianas, Mann no se guardaba, al tiempo de descargar la más feroz denuncia contra el horror nazi, de expresar sus críticas a una sociedad alemana que dócilmente y sin chistar se sometió a la bota nacionalsocialista.

Notable es el texto de la transmisión correspondiente a la Nochebuena de 1940, en el que el también autor de Muerte en Venecia (1912) y de Los Buddenbrook. Decadencia de una familia (1901) se pasea por el significado profundo que para el pueblo alemán tuvo siempre la Navidad, “la más alemana de todas las fiestas”. La celebración navideña en todo el mundo cristiano está llena de evocaciones germanas, que abarcan desde el arbolito de nuestras casas hasta las más diversas traducciones del Stille nacht, heilige nacht que con fervor entonamos en nuestras Misas de Gallo. Con sentida crítica, Thomas Mann emplaza moralmente a los alemanes que a la medianoche del 25 de diciembre de aquel annus horribilis – el de la blitzkrieg extendiéndose hasta Francia y las bombas de la Luftwaffe atormentando cada noche a Londres durante la batalla de Inglaterra- se disponían a sentarse a la mesa para celebrar la cena de Navidad.

A expensas de la destrucción de la economía alemana, de su inmensa y rica cultura y del luto de millones de familias de bien, la locura hitleriana apretaba su marcha mientras los sufridos alemanes ponían pobres regalos para sus hijos bajo el iluminado árbol de Navidad llorando la absurda muerte en algún frente del padre, esposo o hijo. Con notoria angustia se dirige Thomas Mann desde su exilio a sus resignados compatriotas en tan señalada fecha: “¡Alemanes, salvaos! ¡Salvad vuestras almas negando fe y obediencia a vuestros dominadores que solo en ellos piensan, no en vosotros!”. Pero incluso al culto pueblo alemán terminó aceptando el “bozal de arepa” – su arepaschnautze, si se me permite una muy liberal traducción a partir de mi escasísimo alemán de aeropuerto- ofrecido por el nacionalsocialismo. Ni más ni menos que como ocurre en Venezuela.


Dinero a raudales circula hoy por las calles del este de Caracas. En Las Mercedes, pinos canadienses se expenden por 200 dólares o más; increíblemente, en la Venezuela del 20 por ciento de sus ciudadanos en franca desnutrición, ¡hay quien los compre! Los restaurantes situados al norte de la plaza Altamira están permanentemente congestionados, en tanto que unos metros más abajo, en la esquina sur de la misma, familias enteras hurgan entre la basura en procura de algunas sobras que comer.

En el este de Caracas, las riveras del Guaire se llenan de lucecitas bajo las que una miríada de seres subterráneos buscan entre los detritus que acarrean sus aguas fecales alguna cosa de valor canjeable por unos pocos bolívares. Los colegios privados disponen de costosos stages, instrumentos y equipos de sonido profesional para que niñatos sin formación musical alguna mancillen el noble género de la gaita de mi Zulia natal en costosos “festivales” y ante la mirada perpleja de maestros y bedeles que no saben cómo llegar a fin de mes.

En la Venezuela de la “burbuja”, sus contados habitantes viven la Navidad recorriendo “bodegones” en los que pueden proveerse del más fino género importado pagando en dólares cash aceptados con independencia de su origen y sin la angustia de terminar siendo perseguidos por un régimen con cuya anuencia expresa ya cuentan. Y así por el estilo. Estos bubble citizens – llamémosles así- pueden optar por interesantes paquetes hoteleros en Caracas o el exterior, ofertas de cruceros de Año Nuevo por el Caribe o los fiordos de Noruega y, dado el caso, por la más sofisticada atención médica, como la ofrecida en cierto hospital de San Diego en el que, según la cuña de radio que lo anuncia, una especie de efecto mágico comienza a obrar tan pronto el paciente ponga un pie en la sunny California.

Todo ello previo pago de fees solo al alcance de quien posea una póliza de seguro internacional, claro está. Porque cosas como esa no son para “limpios” de solemnidad.

Y no se crea que a los menos favorecidos dejará de tocarles lo suyo. En absoluto. En mi hospital, a los obreros los llamaron por lista para entregarles personalmente su cajita CLAP, mientras que algunos con mejor disponibilidad de fondos se dispusieron a repartir y recibir pescozones entre la multitud volcada en centros comerciales en ocasión del Black Friday. ¡Y feliz Navidad! ¡Hasta los peloteros de la MBL serán autorizados para hacer swing en los campos de Venezuela pese al apretado paquete de sanciones de la Casa Blanca! Panem et circenses, como escribió el poeta Juvenal.

Habrá, pues, fiesta para todos: para unos con güisqui “mayor de edad”; para otros –de lejos, los más- con algún “lavagallo” de bastante menor categoría. Cada quien tendrá su propia “burbuja” dentro de la cual ponerse a vivir mientras la tragedia nacional venezolana se profundiza fuera de ella. Medio millón de venezolanos vieron pasar un año más figurando en listas de espera quirúrgica en hospitales públicos que nadie se ocupa de mover; seis millones más sobreviven como mejor pueden lejos de casa, muchos padeciendo maltratos indecibles, mientras se las ingenian para mandar unos pocos dólares para que coman los que quedaron atrás.

Vacías de sentido aquellas aguerridas consignas de los años 2002, 2007, 2012, 2013, 2014 y 2017, el venezolano parece haber optado por una vida reducida a su particular “burbuja”. La república nos ha sido sustituida por una confederación de espacios particulares que confluyen solo para lo estrictamente necesario.

Nada resulta más funcional al régimen chavista que el confinamiento de la vida ciudadana a un conjunto de acciones destinadas a la inmediata supervivencia. Un país “excesivamente normal”, como alguna vez lo calificó aquel cínico rasputín de tan ingrata recordación para muchos de nosotros. Los expertos chavistas en operaciones psicológicas lo tienen perfectamente claro: con hambre y con apremios, no habrá voluntad de resistencia que prevalezca. Y con dinero en la calle, incluso tan devaluado, aún menos.

2020 será el año de la definitiva instalación entre nosotros de realidades aún más salvajes que las que hemos visto. En mi Maracaibo natal, el 80 por ciento de las operaciones comerciales se saldan ya en moneda norteamericana, de manera que quien no ingrese dólares no tendrá acceso a lo que necesite, por básico que sea. La definitiva muerte de la sanidad pública venezolana dejará como única opción para quien enferme al hospital privado, siempre y cuando se lo pueda pagar. Alimentos, medicinas, ropa y hasta el desodorante de bolita estarán disponibles, pero para quien los pague en divisas o al cambio del día, sin marco que regule tales transacciones, sin “defensa al consumidor” ni derecho al venezolano “pataleo”.

Sofisticadas instituciones jurídicas como la contratación colectiva en materia laboral dejarán de tener sentido en un país en el que el trabajo, o es informal o está “überizado”. Y todo mientras en los colegios privados entonan las grotescas estrofas de “María la Boyera” y las nuevas clases medio-altas decoran sus casas y apartamentos con santacloses inflables y tarjetas en verde y rojo de las que ponen Christmas Greetings. En Puerto Cabello, un antiguo funcionario chavista pone una tienda de víveres importados y la nombra como las de la famosa cadena norteamericana fundada por el magnate Sam Walton. Y todos contentos. Aquí no pasa nada: porque hasta para los más pobres habrá, aunque sea para que celebren con cerveza y ron barato las doce campanadas de Nochevieja.

¡Oíd, pues, venezolanos! ¡Salvémonos de esta tragedia, compatriotas míos! ¡Saquemos casta para dejar atrás el drama de un país que ha visto marchar ya a una quinta parte de sus hijos mientras clama al cielo por medicinas y alimentos! La anemia espiritual nos mata.

La estolidez de quienes tienen responsabilidades de liderazgo profundiza aún más la terrible sensación de desesperanza que se respira en las calles llenas de venezolanos derrotados buscando cualquier baratija – corriente o cara, según los dictámenes del bolsillo- con que aplacar en algo el dolor cotidiano que les agobia. Que en la Venezuela del dolor se encienda hoy una Navidad cargada de la más profunda espiritualidad en la que no importe la calidad de la vianda que sobre la mesa familiar pueda ponerse esta Nochebuena.

Una Navidad en la que los cristianos conmemoremos una vez más la venida al mundo de Dios humanado acaecida en medio de la mayor de las modestias, allá en Belén de Judá, en la periferia profunda de la antigua Roma. Para que –citando de nuevo a Mann en La montaña mágica- en medio de esta “fiesta mundial de la muerte, de este temible ardor febril que incendia el cielo lluvioso” se manifieste una vez más el más grande amor: el del Altísimo por todos los hombres de buena voluntad.

Reciban, apreciados lectores, mis más sentidos votos por una Navidad santa y feliz para todos ustedes y sus familias.

Referencias:
Mann, T (2004) Oíd, alemanes... (traducción de Luis Tobío y Bernardo Moreno). Ediciones Península, Barcelona, p.21-26.
Mann, T (ed.2002) La montaña mágica. Editorial Anagrama, Barcelona, p.974.

14-12-19







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