San Josemaría 14 de diciembre de 2019
@sJosemaria
Cuando
hayas de mandar, no humilles: procede con delicadeza; respeta la inteligencia y
la voluntad del que obedece. (Forja, 727)
En
muchas ocasiones, nos habla a través de otros hombres, y puede ocurrir que la
vista de los defectos de esas personas, o el pensamiento de si están bien informados,
de si han entendido todos los datos del problema, se nos presente como una
invitación a no obedecer.
Todo
esto puede tener una significación divina, porque Dios no nos impone una
obediencia ciega, sino una obediencia inteligente, y hemos de sentir la
responsabilidad de ayudar a los demás con las luces de nuestro entendimiento.
Pero seamos sinceros con nosotros mismos: examinemos, en cada caso, si es el
amor a la verdad lo que nos mueve, o el egoísmo y el apego al propio juicio.
Cuando nuestras ideas nos separan de los demás, cuando nos llevan a romper la
comunión, la unidad con nuestros hermanos, es señal clara de que no estamos
obrando según el espíritu de Dios.
No
lo olvidemos: para obedecer, repito, hace falta humildad. Miremos de nuevo el
ejemplo de Cristo. Jesús obedece, y obedece a José y a María. Dios ha venido a
la tierra para obedecer, y para obedecer a las criaturas. Son dos criaturas
perfectísimas: Santa María, nuestra Madre, más que Ella sólo Dios; y aquel
varón castísimo, José. Pero criaturas. Y Jesús, que es Dios, les obedecía.
Hemos de amar a Dios, para así amar su voluntad y tener deseos de responder a
las llamadas que nos dirige a través de las obligaciones de nuestra vida
corriente: en los deberes de estado, en la profesión, en el trabajo, en la
familia, en el trato social, en el propio sufrimiento y en el de los demás
hombres, en la amistad, en el afán de realizar lo que es bueno y justo. (Es Cristo
que pasa, 17)
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