Luis Ugalde S.J. 12 de diciembre de 2019
El
hombre es un lobo para el hombre. Por eso hay que poner un guardián con todo el
poder para reprimir e impedir que los hombres en sociedad se maten. Así
simplifico lo que decía Hobbes en su análisis de la política. Ese Leviatán o
“gendarme necesario” trae males, pero son preferibles -dicen- los abusos del
poder de un déspota que la guerra de todos contra todos. En un conglomerado de
millones de yos buscando cada uno su interés al grito de “sálvese quien pueda”
hay una guerra en la que se busca destruir al enemigo para que a mí me vaya
bien. Eso ocurre en la supuesta democracia venezolana donde la tiranía ha
corrompido las instituciones públicas. Para rescatarlas no basta la letra legal
sino que es imprescindible recuperar en cada venezolano el espíritu
solidario que da vida a las instituciones.
Los humanos no nacemos completos y somos seres
inconformes en búsqueda de nuestra trascendencia y plenitud… No somos como las abejas y las hormigas que, sin
necesidad de ir a la escuela, saben geometría para hacer sus panales y
organización social de su trabajo y convivencia; nacen con su fórmula que
garantiza las respuestas necesarias. Pero los humanos no, sino que vamos en
búsqueda abierta de nuestra realización definiendo el sentido de nuestras
vidas, estableciendo nuestros fines y metas y usando lo que nos rodea como
medios. En el primer impulso del “yo” los otros son medios para mi realización
y tiendo a utilizarlos e instrumentalizarlos para mi provecho. Con millones de
yos que van a lo suyo hay una guerra de todos contra todos, donde ganan los más
poderosos: Dominar y someter al otro para realizarme yo (personas, naciones…).
De ahí la imposición del más fuerte y las guerras si fin, desde las más
primitivas con mazas, flechas hasta las más sofisticadas con misiles y bombas
capaces de matar millones. Nunca antes el “mundo civilizado” había tenido tanta
capacidad de envenenar su hábitat, borrar del mapa una bella ciudad o mutilar
de golpe gran parte de la especie humana. Ante este panorama escribía Albert
Einstein: “si queremos que nuestra especie sobreviva, si nos proponemos
encontrar un sentido a la vida, si queremos salvar el mundo y cada ser
sintiente que en él habita, el amor es la única y la última respuesta”.
Lobos, hermanos e instituciones. Cuando se acerca la Navidad empezamos a hablar de
amor y esperamos recibir los regalos del Niño Jesús. Pero el amor crece en
nosotros en la medida en que damos y vamos poniendo en el centro de nuestra
vida la pregunta qué puedo hacer para que el otro sea feliz. Con
ello el lobo se convierte en hermano y el yo se transforma en un “nos-otros”
donde juntos, yo y ellos, nos encontramos y vamos realizándonos. Así damos alma
solidaria a las instituciones públicas para que sean de servicio y no de
abuso.
Los venezolanos hoy estamos en la encrucijada entre
matarnos buscando la realización a costa del otro, o reconocer y afirmar al
otro en un camino de solidaridad donde vamos descubriendo que la llave de mi
felicidad está escondida en el otro para juntos llegar al “nos-otros”. Como
decía el gran filósofo Kierkegaard, la puerta de la felicidad se abre hacia
fuera. Este es el misterio humano, el misterio de la Navidad, el misterio del
Niño “Dios con nosotros” que se nos da e invita a darnos.
Los cristianos sabemos que nos encontramos con Dios y
nos bendice cuando damos de comer al hambriento, salud y consuelo al enfermo,
visitamos al preso y acogemos al exiliado. Y somos malditos cuando corrompemos
las instituciones públicas convirtiéndolas en instrumentos de muerte, hambre,
sed, cárcel, tortura, exilio, persecución… Esa negación del más pequeño y
desamparado es negación de Dios, dice Jesús. Naturalmente los que se consideran
ateos o agnósticos se sorprenden pero reciben de parte de Jesús una respuesta
no menos sorprendente: creyentes o no todos los días se encuentran conmigo al
encontrase con el más pequeño. “Quien no ama no ha conocido a Dios, ya que Dios
es amor”. “A Dios nadie lo ha visto nunca, pero si se aman unos a otros ahí
está Dios (1aCarta de Juan 4, 8 y 12). Encuentro con Dios en el encuentro con
nuestro yo transformado y afirmado en el “nos-otros”.
No podemos rescatar la República de 30 millones de
venezolanos sin pacto social ni instituciones públicas, donde nos hacemos
“nos-otros” y nos reforzamos mutuamente; distinto de 30 millones de yos
devorándonos unos a otros. Navidad es nacer de nuevo al nos-otros,
pensando qué puedo regalar yo a los demás venezolanos. Esta Navidad en pobreza
nos invita a reconocemos en las necesidades compartidas. Hay millones en
miseria y sufrimiento, pero también millones en solidaridad compartiendo las
“ollas” en las iglesias, dando vida a las escuelas y hospitales, o venciendo
las forzadas distancias de los familiares exiliados con la oración y abrazo espiritual.
Encontrar la vida cuando damos amor no es exclusivo de
los cristianos, sino es el corazón de todo ser humano. Einstein no se
consideraba religioso, pero al final de su vida escribió lo siguiente a su
hija: “El amor es luz, dado que ilumina a quien lo da y lo recibe. El
amor es gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras.
El amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos, y permite que la
humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El amor revela y desvela. Por amor
se vive y se muere. El amor es Dios y Dios es amor.”
En el reconocimiento obsequioso del Niño que nos nace
nos encontramos con el Dios que nos anima a renacer en una nueva Venezuela de
esperanza, con instituciones rescatadas y vida compartida. Renacer no solo en
el corazón de cada uno, sino en la política renovada, con convivencia y
economía que produce vida. ¡Feliz Navidad y que el próximo sea Año realmente
Nuevo!
Luís
Ugalde S.J.
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