Cipriano Heredia S. 04 de febrero de 2020
@CiprianoHeredia
ranscurría
la noche del 3-F de 1992 con absoluta normalidad en casa de mis padres. Pasó la
hora de la cena, la del noticiero y la de la novela de la época y, entre las
10pm y 11:00 pm, uno tras otro fuimos retirándonos a nuestra respectiva
habitación. Al día siguiente seguía la cotidianidad, que en mi caso consistía
en ir a trabajar como asistente del Magistrado José Rafael Mendoza en el
entonces Consejo de la Judicatura, mientras esperaba mi acto de graduación como
Abogado en la UCV.
Pero
de repente el teléfono repica casi a medianoche y ocasiona el alboroto y la
expectativa que ese tipo de llamadas suelen provocar. Era mi tía Velma Soltero
de Ruán, quien para entonces vivía en un edificio de Chuao y desde su ventana
presenciaba atónita cómo un grupo de soldados intentaba tomar la Carlota,
librándose en ese momento un duro enfrentamiento en esa base área.
Inmediatamente
hacemos llamadas, pero casi nadie sabe nada a esa hora. La mayoría de quienes
contactamos se están enterando por nosotros, hasta que logro comunicarme con la
casa del Dr. Pedro París Montesinos -para entonces Presidente del Congreso
Nacional- y hablo con una de sus hijas, quien me informa que está en marcha un
golpe de Estado y el Presidente ha tenido que salir de Miraflores. También hay
fuego cruzado en la Casona y se reportan alzamientos en varios sitios del país.
Le pregunto por su papá y me dice que está en casa recibiendo y haciendo
llamadas. Para esa hora reina la incertidumbre. Nadie sabe a ciencia cierta
dónde está el Presidente, ni se maneja con exactitud la magnitud de la conjura.
Cuelgo
el teléfono y sin pensarlo mucho me dirijo a la casa de París Montesinos y me
pongo a la orden para lo que tenga que hacerse en resguardo de la democracia.
Ya casi a la 1:00 am, el Dr. París decide salir y nos vamos en un solo carro con
un chofer, un escolta y las placas cambiadas, rumbo a la casa del Senador Lewis
Pérez, a la que se dirigen otros líderes adecos.
A
los pocos minutos de estar en su casa, Lewis Pérez recibe la noticia de que el
Presidente está en Venevisión, e inmediatamente partimos a la estación de la
Colina. En plena subida nos interceptan varios soldados. Afortunadamente son
tropas leales que están custodiando el canal. Al entrar, ya CAP ha transmitido
su primer mensaje. Hacen presencia también los dirigentes copeyanos Eduardo
Fernández, Gustavo Tarre y Luis Alberto Machado, así como muchos líderes de AD.
Una señora que está presente –seguramente esposa de algún dirigente-, le
pregunta a CAP angustiada: “Presidente, cuénteme: ¿cómo se escapó de
Miraflores?”. Y CAP le responde con cara de pícardía y en su particular estilo:
“Pues, cómo uno se escapa de esas cosas”. Luego de lo cual ofrece una brevísima
y tranquilizadora sonrisa.
Al
rato CAP transmite otro mensaje, este un poco más formal y sereno. Atrás una
cortina negra y la bandera nacional. El Presidente luce sobrio y ordena en tono
grave a los insurrectos, previa referencia a su carácter de Comandante en Jefe
de las FFAA, rendirse de inmediato y deponer las armas. Sobre las 4:00am uno de
los oficiales que está presente recibe una llamada e inmediatamente le pasa el
enorme celular –tipo ladrillo- al Presidente, anunciándole que se trata del
General Oviedo. CAP toma el teléfono, saluda y escucha al General como por 20
segundos, le hace un par de preguntas, e inmediatamente nos informa a los
presentes que Miraflores ha sido retomado por tropas leales al Gobierno y que
parte inmediatamente hacia el Palacio.
El
carro de la presidencia del Congreso lleva esta vez al Dr. París acompañado de
un par de dirigentes de AD. Nos toca irnos juntos a Luis Emilio Rondón, Liliana
Hernández, el exministro Luis Alberto Machado y a mí, que para entonces era
apenas un muchacho de 23 años, que acababa de culminar sus estudios de Derecho.
La
insólita caravana de más o menos 12 vehículos, en la que no va ni un solo carro
con placas oficiales ni de tipo militar, se desplaza con precaución por la Cota
Mil hasta alcanzar la Av. Baralt, la cual baja parcialmente, se mete a la
derecha en una esquina y cruza a la izquierda hacia abajo en otra, para
desembocar finalmente frente a la Prevención 1: puerta principal del Palacio
sobre la Av. Urdaneta.
Al
llegar a Miraflores el espectáculo no podía ser más lamentable. Se escuchan
tiros aún a lo lejos, pasan frente a nosotros varios soldados insurgentes
detenidos, que llevan las manos sobre la cabeza, hay un charco de sangre
considerable frente al pasillo que conduce al interior del Palacio, y dos
soldados leales a la Constitución ponen en orden sobre la acera el armamento
incautado a los rebeldes.
Dentro
del Palacio las cosas no son diferentes. Al caminar por los pasillos es
inevitable pisar pedacitos de escombros que han quedado regados por todos
lados. Muchos charcos de sangre, huellas de disparos en casi todas las
columnas, paredes y puertas, incluyendo la del Despacho Presidencial. Me asomo
a la Sala de Edecanes y está el Ministro Ochoa en traje de campaña dando
instrucciones por teléfono, y sale por la puerta del Despacho a recibir al
Presidente el Ministro Ávila Vivas, quien ha llegado minutos antes.
A
partir de ese momento Miraflores empieza a llenarse de gente. Todo el mundo
político se da cita en Palacio, y los medios toman por asalto el escenario con
el amanecer. A las 08:00 a.m el Dr. París me informa que nos retiramos. Debe
prepararse para la sesión del Congreso que ratificará la suspensión de
garantías que el Presidente está decretando en ese momento.
Acudo
a su llamado y me subo tras él en el carro en que comenzó nuestro periplo de
esa insólita noche, no sin antes recoger del piso el casquillo detonado de una
bala de FAL, entre las decenas que había regadas por todos lados, que guardo
celosamente como excepcional recuerdo de la tenebrosa experiencia que Venezuela
vivió aquella nefasta madrugada, y cuyos destructivos efectos se han extendido
hasta el sol de hoy para desgracia de todos los ciudadanos.
Cipriano
Heredia S.
@CiprianoHeredia
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