Alonso Moleiro 07 de abril de 2020
@amoleiro
El
acuerdo hay que promoverlo, pero la pelota la tienen quienes lo confiscaron.
Son ellos los que tienen que consultar a la Academia de Medicina, a la
Organización Panamericana de la Salud, informarnos sobre el número de camas,
las gestiones pendientes, el dinero del fisco, la ayuda internacional. Son
ellos los que deben asumir su responsabilidad en la quiebra sanitaria. Son
ellos los que deben trazarle a la nación el diagrama de un acuerdo. Un acuerdo
para regresar el mapa político venezolano a la zona de la honradez.
Desembarca el coronavirus en el país
y en el debate venezolano comienza a abrirse paso una demanda para que cese la
pugna política desmelenada e irracional, en la cual estarían enzarzados el
chavismo con la oposición democrática mientras el tejido
nacional se sigue deshilachando.
Con el paso de los días aumenta de volumen un clamor
para que ambas partes aplacen de momento sus objetivos inmediatos y sean
capaces de identificar un camino sensato de coincidencias, con el objeto de
atender la emergencia sanitaria que tiene planteada el país
con la propagación de la pandemia.
Comienzan a hacerse frecuente, particularmente en
las redes sociales, los llamados a “los políticos” para que “se
pongan de acuerdo”. Para que olviden momentáneamente sus apetencias menudas, y
sepan, responsablemente, priorizar la existencia de lo que, sin dudas, es toda
una emergencia nacional.
El planteamiento ha sido adelantado, sobre todo, por
dirigentes políticos de la denominada Mesa de Diálogo Nacional y algunos de sus
simpatizantes, y ha terminado de tomar cuerpo una vez que fuera defendido de
manera inequívoca por el propio Henrique Capriles Radonski.
Aquellas proposiciones parecen recoger una inquietud
legítima, compartida y que han surtido algún efecto: El propio Nicolás Maduro
ha salido a su encuentro ofreciendo sus gestiones.
¿Con quién nos acordamos?
El alegato que exige prestarle atención responsable y
sin fisuras a la pandemia y sus efectos luce inobjetable.
Habrá que ponerle reparos, sin embargo, al empeño en retratar la crisis como
un antojo intrascendente de políticos, a malquerencias “de uno y otro bando”, o
a los embates silvestres de la polarización.
Cada vez que la crisis venezolana nos pide un esfuerzo
adicional, cierto sector de las graderías locales se recuesta de la zona más
cómoda del activismo: Trazar, a control remoto, un salomónico panorama neutral,
en el cual dos sectores con atributos, poder, objetivos e intenciones
similares, e igualmente válidas, deben deponer sus actitudes al
mismo tiempo para concretar un acuerdo de la mano de la mágica terapia de
la negociación política.
“Pónganse de acuerdo”, -¿no estamos en eso?-. Se trata
de un hábil artificio, un sofisma que personajes como el Papa Francisco desarrollan
con exquisita habilidad cuando tiene que aproximarse al drama nacional sin
hacer definiciones de fondo y sin que nada le salpique. Un extravío intelectual
que parte de la desencaminada certeza de que lo justo consiste en picarlo todo
por la mitad.
Y aunque parezca increíble, en el punto más
desequilibrado y agónico de esta crisis, los mentores del “pónganse de acuerdo
por Venezuela” recuestan todos sus emplazamientos sobre el bando equivocado de
la discusión: El que no tiene poder, ni instrumentos para poner en vigor
acuerdos, y está siendo judicializado, precisamente, por tratar de reimponer en
el país la zona institucional del pacto democrático republicano que
venían disfrutando los venezolanos desde el 23 de enero de 1958.
Un “acuerdo” no es una solución que se invoca como
remedio casero. En Noruega y Barbados se
llevaron adelante las tentativas de negociación y
acuerdos políticos más fundamentadas y depuradas de estos 20 años. De valorar
el chavismo, aunque sea por ratos, el valor moral del acuerdo
institucional, Juan Guaidó se habría podido sentar sin
problemas para quedar reelecto Presidente de la Asamblea Nacional y estaría en
desarrollo la amnistía política propuesta por la sociedad democrática.
El acuerdo hay que promoverlo, pero la pelota la
tienen quienes lo confiscaron. Lo demás no es sino una tentativa de vivir de la
renta del mercadeo nostálgico del acuerdo. El reclamo hay que formulárselo a
quienes usurpan el poder y quieren convertir las marramucias electorales y
legales es parte del folclor cultural del país. Son ellos los que tienen que
consultar a la Academia de Medicina, a la Organización
Panamericana de la Salud, informarnos sobre el número de camas, las
gestiones pendientes, el dinero del fisco, la ayuda internacional.
Son ellos los que deben asumir su responsabilidad en la quiebra sanitaria. Los
que se han negado a reconocer la violenta diáspora de
médicos de estos años.
Son ellos los que deben trazarle a la nación el
diagrama de un acuerdo. Un acuerdo para regresar el mapa político
venezolano a la zona de la honradez. Un acuerdo al
que, finalmente, ellos jamás se van a avenir, porque llegaron al poder para
romper y confiscar cualquier zona de acuerdos.
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