CEV 11 de abril de 2020
«Dios participa en nuestro dolor para vencerlo», y en
medio de tanto sufrimiento causado por esta pandemia, «es aliado nuestro, no
del virus». Son las palabras del Padre Raniero Cantalamessa, Predicador de la
Casa Pontificia, en la homilía de la celebración de la Pasión del Señor,
presidida por el Papa Francisco en la Basílica de San Pedro. El fraile
capuchino lanzó un mensaje contundente: «No hagamos que tanto dolor, tantos
muertos, tanto compromiso heroico por parte de los agentes sanitarios haya sido
en vano. Construyamos una vida más fraterna, más humana y más cristiana».
La tarde del 10 de abril, Viernes Santo, día en el que
la Iglesia recuerda la crucifixión y la muerte de Jesús, el Papa Francisco
presidió la celebración de la Pasión del Señor en una solemne Basílica de San
Pedro vacía, sin la presencia física de los fieles a causa de la pandemia
del coronavirus que ha forzado el aislamiento de millones de personas en todo
el mundo.
El encargado de pronunciar la homilía fue el padre
Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia, quien citando las
palabras de San Gregorio Magno, «la Escritura crece con quienes la leen» (cum
legentibus crescit), recordó que hoy todos los cristianos leemos el
relato de la Pasión con una pregunta en el corazón, «más aún, con un grito»,
que se eleva por toda la tierra y que por lo tanto, «debemos tratar de captar
la respuesta que la Palabra de Dios le da».
Dos perspectivas para mirar el relato «del mal más
grande»
«Lo que acabamos de escuchar es el relato del mal objetivamente
más grande jamás cometido en la tierra», dijo el padre Raniero sugiriendo que
podemos mirarlo desde dos perspectivas diferentes: de frente o por detrás, es
decir, por sus causas o por sus efectos:
“Si nos detenemos en las causas históricas de la muerte
de Cristo nos confundimos y cada uno estará tentado de decir como Pilato: «Yo
soy inocente de la sangre de este hombre» (Mt 27,24). Por lo tanto, la cruz se
comprende mejor por sus efectos que por sus causas”
En este sentido, el fraile capuchino subrayó que uno
de esos efectos que emanan del sacrificio de Jesús, es que su cruz «ha
cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano… de todo
sufrimiento, físico y moral. Ya no es un castigo, ni una maldición. Ha
sido redimida en raíz desde que el Hijo de Dios la ha tomado sobre sí».
Asimismo, el padre Raniero hizo hincapié en que Jesús
murió por todos y no solo por los que tienen fe, con lo cual el plan de
Salvación de Dios fue pensado para toda la humanidad, sin excluir a nadie.
La pandemia nos ha despertado del delirio de
omnipotencia
En alusión al actual contexto de sufrimiento e
incertidumbre que viven millones de personas en todo el mundo, recluidas en sus
hogares cumpliendo con la cuarentena para evitar que se siga extendiendo el
coronavirus, el Predicador de la Casa Pontificia lanza una pregunta: ¿Cuál es
la luz que todo esto arroja sobre la situación dramática que está viviendo la
humanidad?
“También aquí, más que a las causas, debemos mirar a
los efectos. No solo los negativos, cuyo triste parte escuchamos cada día, sino
también los positivos que solo una observación más atenta nos ayuda a captar.
La pandemia del Coronavirus nos ha despertado bruscamente del peligro mayor que
siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del delirio de omnipotencia”
Ha bastado el más pequeño e informe elemento de la
naturaleza, un virus –continuó diciendo
Cantalamessa– para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y
la tecnología no bastan para salvarnos. «El hombre en la prosperidad no comprende
—dice un salmo de la Biblia—, es como los animales que perecen (Sal 49,21).
¡Qué gran verdad!».
Dios participa de nuestro dolor para vencerlo
Igualmente, en su homilía, el padre Raniero puntualizó
que en medio de esta pandemia, «¡Dios es aliado nuestro, no del virus!»… «Tengo
proyectos de paz, no de aflicción», nos dice Él mismo en la Biblia (Jer
29,11).
El que lloró un día por la muerte de Lázaro llora hoy
por el flagelo que ha caído sobre la humanidad. Sí, Dios «sufre», como cada
padre y cada madre. Un día, nos avergonzaremos de todas las acusaciones que
hicimos contra Él en la vida. Dios participa en nuestro dolor para vencerlo.
«Dios —escribe san Agustín—, siendo supremamente bueno, no permitiría jamás que
cualquier mal existiera en sus obras, si no fuera lo suficientemente poderoso y
bueno, para sacar del mal mismo el bien».
Solidaridad: un fruto positivo de la crisis sanitaria
Otro fruto positivo de la presente crisis sanitaria
que destacó el Predicador es el sentimiento de solidaridad.
“¿Cuándo, en la memoria humana, los pueblos de todas
las naciones se sintieron tan unidos, tan iguales, tan poco litigiosos, como en
este momento de dolor? Nunca como ahora hemos percibido la verdad del grito de
un nuestro poeta: «¡Hombres, paz! Sobre la tierra postrada demasiado es el
misterio» . Nos hemos olvidado de los muros a construir. El virus no conoce
fronteras. En un instante ha derribado todas las barreras y las distinciones:
de raza, de religión, de censo, de poder. No debemos volver atrás cuando este momento
haya pasado”
Un mundo más pobre de cosas pero más rico en humanidad
Al concluir, el Padre Raniero, recurriendo a la
exhortación del Santo Padre Francisco, recordó que no debemos desaprovechar
esta ocasión. No hagamos que tanto dolor, tantos muertos, tanto compromiso
heroico por parte de los agentes sanitarios haya sido en vano. «Esta es la
«recesión» que más debemos temer».
«Es el momento de realizar algo de esta
profecía de Isaías cuyo cumplimiento espera desde siempre la humanidad.
Digamos basta a la trágica carrera de armamentos. Gritadlo con todas vuestras
fuerzas, jóvenes, porque es sobre todo vuestro destino lo que está en juego.
Destinemos los ilimitados recursos empleados para las armas para los fines
cuya necesidad y urgencia vemos en estas situaciones: la salud, la
higiene, la alimentación, la lucha contra la pobreza, el cuidado de lo creado.
Dejemos a la generación que venga, un mundo más pobre de cosas y de
dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad», concluyó.
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