Ismael Pérez Vigil 05 de abril de 2020
Incluso
quienes no somos expertos en materia internacional, nos podemos dar cuenta que
las medidas adoptadas por el gobierno de los Estados Unidos, que doy por
conocidas, obedecen a un plan del gobierno norteamericano de incrementar o
escalar la presión en contra de la dictadura venezolana que tienen gran impacto
sobre la política interna. Lo que pretendo e intento reflexionar es acerca de
la eficacia política de algunas acciones y decisiones.
Dejando
las –para mí– farragosas aguas internacionales y llevando las cosas al terreno
de la política interna, es necesario resaltar que las sanciones internacionales
–las adoptadas por los Estados Unidos, la Unión Europea y los países del Grupo
de Lima, entre otros–, han sido y son el arma decisiva para contener la
violencia del régimen en contra de la oposición y el pueblo venezolano y un
instrumento fundamental para obligar al régimen gobernante a avenirse a algún
tipo de “negociación”; desde ese punto de vista, no se puede pasar por alto los
efectos positivos de las recientes medidas, que suponen un recrudecimiento de
las sanciones ya adoptadas y que sin duda ponen al régimen contra la pared.
Este
es, ahora, un gobierno oficialmente acusado de narcotraficante y terrorista,
que cada vez estará más aislado internacionalmente, que simultáneamente cada
vez será más reconocido como legítimo Juan Guaidó, la Asamblea Nacional y la
oposición; y menos reconocido Nicolás Maduro y su gobierno como legítimos gobernantes
de Venezuela. Pero, tampoco podemos dejar de reconocer algunos aspectos cuyo
impacto también se dejará sentir sobre la política interna.
La
primera consecuencia inmediata de las medidas adoptadas por el Departamento de
Justicia de los Estados Unidos y el Departamento de Estado es que hacen mucho
más difícil la posibilidad de algún acuerdo que hubiera podido celebrarse entre
Juan Guaidó y la Asamblea Nacional, por un lado, y el régimen o gobierno de
Maduro por el otro, con el fin de tratar de paliar las graves consecuencias y
aliviar el sufrimiento que la epidemia del coronavirus puede ocasionar al
pueblo venezolano. Si ese acuerdo era ya difícil, ahora le han puesto una
piedra de molino en el cuello y lo hacen prácticamente irrealizable; ¿Quién va
a querer hoy, si ya ayer era difícil, hacer un pacto con un gobierno acusado
internacionalmente como narcotraficante?
Lo
dicho en el párrafo anterior es la primera consecuencia inmediata y creo que es
lamentable por las precarias condiciones sanitarias, entre otras condiciones,
que padecemos en el país y lo que pueden significar en sufrimiento y
fallecimiento de miles de venezolanos, que se podría evitar. Si la epidemia es
de por si grave y peligrosa, dadas las precarias condiciones de nuestro sistema
de salud, la cuarentena –que ya nadie duda a nivel mundial que sea necesaria–
somete a una porción importante del pueblo venezolano a no poder trabajar y en
consecuencia a verse privada de ingresos con que sostenerse. Esa es la inmensa
porción, casi el 50%, que vive del día a día, que no tiene capacidad de ahorro
ni de acumulación de alimentos y medicinas y que no es mucho lo que puede
aguantar en cuarentena sin verse atenazada por el hambre y la necesidad.
La
anterior es una situación, no solo explosiva, sino muy grave para la integridad
y salud del pueblo venezolano, para los más empobrecidos y castigados por el
desastre de estos 21 años de desgobierno. Intentar encontrar una salida para
esta inmensa cantidad de venezolanos debería ser la primera prioridad, incluso
política, del país.
La
segunda consecuencia de las medidas tiene que ver con lo que todos sabemos de
las dos grandes tendencias en las que se mueven quienes respaldan y usufructúan
el régimen venezolano. Para algunos las medidas son un argumento más en favor
de los que internamente buscan una oportunidad para encontrar una salida que,
una vez finalizado este régimen de oprobio, les permita mantenerse en la
actividad política, social y económica del país. Pero al mismo tiempo –piensan
otros– es también probable que las medidas puedan reforzar la otra tendencia,
la de los jerarcas o capitostes del régimen que buscan atornillarse más en el
poder, porque ven cada vez menos salidas y menos a dónde ir y cada vez están
más temerosos de que algún “aliado” los entregue o pueda estar pensando en
cobrar las jugosas recompensas que se ofrecen por ellos.
Por
lo dicho, será muy tentadora la opción de atrincherarse en el país, hacerse
aquí mucho más fuertes, utilizando para ello la fuerza armada –como la han
venido utilizando– para atornillarse más en el poder, porque además muchos de
los jerarcas de la Fuerza Armada están también acusados de estar comprometidos
en el tema del narcotráfico. No es de extrañar tampoco que los testaferros y
boliburgueses que acompañan a la élite en el poder y han surgido y crecido a la
sombra de este estado, busquen en que invertir y dar salida a su dinero,
internamente, al ver que cada vez se les cierran más las oportunidades en otros
países, pues no es, para ellos, Cuba, Irán, Rusia, Turquía, etc., una opción
“aceptable”.
Que
estas medidas refuercen más a una u otra de las opciones internas, en pugna
frente a buscar o no una negociación con la oposición, para encontrar una
salida a la crisis que vive el país, dependerá de la implementación práctica y
concreta de esas medidas y la fuerza interna que la oposición sea capaz de
ejercer para que el régimen se avenga a una negociación para dejar el poder.
La
situación nos lleva también, inevitablemente, a una poco deseable tercera
consecuencia y es que muchos sectores radicales de la oposición persistirán en
su posición de que las medidas refuerzan su idea de que la salida política que
va a quedando en el país sea una salida de fuerza o una intervención
extranjera, bien sea militar o de esas que llaman una “operación quirúrgica”,
porque el régimen –dirán– cada vez va a utilizar más a la fuerza armada para
reforzarse y defenderse y cada vez se va a enseñorear más en el país, porque es
el único que le va a quedando para vivir. Si bien la fuerza armada es un actor
inevitable en este juego, no es deseable que sea, como ahora, el que siga
teniendo la preminencia en las decisiones del destino del país.
Pero
lo más lamentable es la cuarta consecuencia, que ya estamos viendo en acción, y
es que, mientras algo ocurra, veremos incrementarse la represión, la
persecución de líderes políticos opositores, la persecución de periodistas, el
ensañamiento con los medios y en general con la población, porque el régimen se
defiende sembrando cada vez más el arma que mejor conocen, el terror.
Por
último, y para no dejar cabos sueltos a libres interpretaciones, quiero dejar
bien en claro que no hago un juicio de valor negativo con respecto a las
medidas adoptadas, pues considero, y así lo he dicho siempre, que la presión
interna, junto con la presión internacional, representada y reforzada por las
sanciones en contra del régimen y sus funcionarios, es por el momento el factor
fundamental para obligar a la dictadura a sentarse a buscar una salida que sea
aceptable para la oposición democrática.
Ismael
Pérez Vigil
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