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lunes, 15 de marzo de 2021

El atolladero, por @AmericoMartin


Américo Martín 14 de marzo de 2021

@AmericoMartin

Entre la falta de voluntad del oficialismo y la precaria imaginación de la oposición —dos aceras del hacer político venezolano— no terminan de diseñar medidas para inducir un cambio significativo.

Dinamizar la abulia en unos e iluminar la imaginación en los otros. No son, sin embargo dos los factores que pesan a la hora de los cambios, son tres, pues la comunidad internacional es insoslayable. Maduro no parece entender lo que le conviene, pero la mayoría opositora, legal y legítimamente reconocida, no logra avanzar en lo concerniente a la unidad. Más certera luce la comunidad internacional. Por ejemplo, ratificó que no se valdrá de su fuerza militar para doblarle la mano a Maduro. Tómese semejante declaración como implícita adhesión a la vía pacífico-electoral.


El tercero de los factores con cartas fuertes en el asunto es la comunidad internacional. Su opinión acerca de la forma de presionar plena y eficazmente la democratización de Venezuela excluye las armas de fuego e incluye las de la política.

Los más altos voceros del gobierno de la primera potencia del mundo y sus poderosos aliados no se valdrán de su insuperable fuerza militar para someter a Maduro, pero usarán dos armas muy apropiadas para llevarlo a negociar elecciones: las sanciones y el no reconocimiento del gobierno pesuvista. Que el próximo gobierno emane del voto soberano, libre y cuidadosamente protegido por las solidarias comunidades nacional e internacional, todo con el objeto de garantizar su libertad, transparencia y por lo tanto, su viabilidad.

El punto es que esta lógica, incruenta y natural, hasta ahora carece de consenso. De alcanzarlo ahora mismo, el nudo gordiano se desataría por sí solo y todos los escollos determinantes de nuestra tragedia se esfumarían como por arte de magia. ¿Es este acaso un simple buen deseo? Afortunadamente, no. EE. UU., Canadá, la ONU, la OEA, la Unión Europea y la mayor parte de Latinoamérica han prometido levantar la totalidad de las sanciones y los indicados comicios serían inmediatamente reconocidos.

Como conozco bien el carácter, la clarividencia y la imaginación creativa de mis compatriotas puedo asegurar que los venezolanos se pondrían nuevamente de moda y el país se dispondría a entrar en una limpia prosperidad nacional.

Pero quisiera —y debo hacerlo— volver al atolladero cada vez más tortuoso en que se mantiene Venezuela. Aparte de los tres factores que si se avinieran a la fórmula prevista extraerían —fácilmente— a nuestra nación del pantano, se multiplican las instituciones y personalidades dispuestas a sumarse a esa noble empresa. Por suerte, son muchas ya las organizaciones privadas, partidos y corajudas ONG envueltas en constructivos proyectos de superación. Y, aunque la crisis no cesa de profundizarse, la ciudadanía empeñada en superarla tampoco detiene su marcha.

Personalmente no puedo precisar cuán alarmante es la situación de los venezolanos en este momento, dicho sea después de escuchar el explosivo discurso del ministro de la Fuerza Armada Nacional, general Padrino López. Lo que viene después de sus terminantes palabras dependerá seguramente de la respuesta del vocero colombiano que debe sentir el ánimo cargado de esas estériles confrontaciones.

No sé lo que le haya inducido a llamar “neogranadino” al presidente Duque, pero en el contexto de sus muy duras palabras, su discurso pudiera ser —ojalá no— una pedrada rupturista.

El vecino no se ha precipitado. Ha mostrado desdén inmutable, tal vez para no perder altura, pero, obviamente la tensión sigue y se puede tocar. Valga entonces evocar la frase preinsurreccional de Mao Zedong: una sola chispa puede encender la pradera.

En febrero de 1936, Venezuela se echó a la calle y cambió su historia. En esa fecha la gente optó por la democracia. Cuando el 12 de febrero el presidente López Contreras suspendió las garantías y el 13, el gobernador de Caracas, Félix Galavís, agredió desvergonzadamente a directores de medios impresos, no pudo imaginar el alcance de la protesta de los caraqueños el 14 de febrero. La gente entró en trance heroico. El diario La Esfera publicó una carta al presidente López Contreras suscrita por el valiente secretario general de la Federación de Estudiantes, Jóvito Villalba, exigiendo restitución de garantías, cárcel para los gomecistas en cargos públicos y Libertad de los Presos Políticos; sí, en mayúsculas. López Contreras atendió el llamado y el 18 de febrero presentó el plan de democratización del país.

Déjenme recordarles ahora que en Venezuela los universitarios fueron determinantes en tiempos de emergencia.

Sin detenerme en el heroico papel de los tridentinos de Santa Rosa, que se batieron junto a Ribas en la trascendental batalla de La Victoria —cuando las hordas de Boves y Morales convirtieron 1814 en annus horribilis de Venezuela—, mencionaré las generaciones estudiantiles de 1918 y 1928, que prácticamente se inmolaron peleando contra los sicarios de Juan Vicente Gómez, burlando al terrible dictador.

Nicolás Maduro tiene en estos ejemplos un axioma. La situación internacional se le ha complicado con la actualización del Informe de la Misión de Determinación de los Hechos para Venezuela ante el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. En lugar de violentarse por acusaciones universalmente respaldadas, debería retomar la negociación de los tres factores en capacidad de decidir la redención de Venezuela y abrir una era de paz, libertad y prosperidad nacional.

Américo Martín

@AmericoMartin 

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