Por Luisa Pernalete
Eran 10 alumnos,
varones, de primer grado. Hacíamos una consulta sobre el machismo en la
escuela. Les pregunté si estaban de acuerdo con la afirmación según la cual
“los niños no lloran”. La mayoría dijo que sí lloraban, pero uno se quedó
pensando, y dijo que no era así. Le pedí que se explicara, y dijo muy serio:
“porque son hombres, maestra”.
Seguro que eso lo había
oído en su casa: “los hombres no lloran”, es decir, no pueden expresar sus
sentimientos, llorar es cosa de mujeres, y es una debilidad, no algo normal de
cualquier ser humano… Si añadimos el “insulto” y la descalificación que se
suele decir a los niños que se atreven a llorar en la escuela, tales como:
“¡Ayy, mamita, eres una niña!”, y cosas parecidas, comprenderemos que, desde
las aulas, desde el patio de recreo, se promueven, sin darse cuenta, sin que
sea intencional, la descalificación de las niñas, el estereotipo de su supuesta
debilidad, y la idea de que expresar sentimientos es señal de debilidad. Lo
cual al hombre, posteriormente, le traerá problemas para relacionarse sanamente
con su pareja, puesto que no sabrá comunicarse adecuadamente, y puede haber otras
consecuencias.
Por supuesto que las
raíces del machismo son históricas y profundas. La desigualdad en la que
históricamente ha estado la mujer es muy grande, pero hablo de esos elementos
que tanto en el hogar y en la escuela pasan desapercibidos y van poniendo las
bases para que nos resulte “normal” lo que no es normal, y lo que luego puede
crecer y terminar en casos extremos, como los femicidios. Sólo recuerdo que en
lo que va del año, se ha producido en este país un femicidio cada 38 horas.
Volvamos a la necesidad
de cambiar esas “bases” del machismo en el hogar y en la escuela. Después de
esos primeros “insultos” infantiles y descalificaciones aparentemente
inocentes, vienen desigualdades en la distribución de tareas: suelen recaer más
sobre ellas que sobre ellos, aunque afortunadamente, al menos en nuestras
consultas, algo está cambiando en las parejas jóvenes. La desigualdad en la
actualidad se traduce en que la mujer suele tener doble jornada: trabaja para
ganar el pan –teletrabajo o trabajo presencial– y luego todos los quehaceres
del hogar, incluyendo en esta prolongada cuarentena, acompañar a los hijos en
sus tareas escolares.
En esa consulta, a la que hice referencia en el primer párrafo, en otro colegio, también con alumnos de primer grado, las niñas se quejaron de las molestias frecuentes por parte de los varones: “se burlan de nosotras, nos meten zancadillas…”. Y cuando hablamos con los varones, algunos dijeron que ellas eran muy vivas, pues si eran las que molestaban, ellos no podían hacerles nada porque “como son niñas…”
Cuando en otro grupo,
esta vez de sexto grado, preguntamos si conocían casos en la comunidad de papás
que le pegaran a sus esposas, 7 de 10 dijeron que sí, y cuando íbamos a cambiar
de pregunta, un chico nos dijo que si no íbamos a preguntar si conocíamos casos
de mujeres que golpearan a sus maridos, y yo, que no tenía esa pregunta, la
hice, me sorprendí: 4 dijeron que sí. No sabemos si lo hacían por defensa
propia, o porque la violencia se ha ido contagiando…
La verdad es que de lo
que se trata es que haya respeto mutuo, que se reconozcan como diferentes, para
evitar descalificaciones. En ese sentido, hay unos autores que a mí me han
servido mucho en esto de promover la convivencia pacífica y respetuosa entre
hombres y mujeres. Hablo de los libros de Allan y Barbara Pease, australianos,
que de una manera muy amena, divulgan investigaciones sobre esas diferencias
entre la manera de comportarse los hombres y las mujeres. “Los hombres y las
mujeres son diferentes. Esto no significa que unos sean mejores que otros, sino
que, sencillamente, son diferentes. Hace tiempo que los científicos, los
antropólogos y sociobiólogos lo saben y el propósito de esta obra es
divulgar ese reconocimiento”. Se lee en la contraportada de Por qué los
hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas (Amat,
Editorial Amat, 2002, Barcelona, España). También es de ellos Por qué los
hombres mienten y las mujeres lloran (Amat, Editorial, 2003). En esas
obras, repito, de manera muy amena, vemos cómo las mujeres y los hombres
perciben, “archivan”, se expresan de manera diferente, pero en vez de verlo
como “algo diferente”, se pretende que seamos iguales y descalificamos al otro.
Reconocer al otro como
diferente no significa que acepto que el otro me agreda o maltrate. Nadie tiene
derecho a maltratar a nadie. Todos merecemos respeto, pero reconocernos como
diferentes hace que también valoremos al otro.
Hace falta visibilizar
estereotipos, costumbres, maneras de nombrar hechos que siempre hemos visto,
repito como “normales”, como cuando a una madre le preguntan en qué trabaja, y
si no tiene trabajo fuera del hogar, y que sea remunerado dice que “no
trabaja”, como si cocinar, limpiar, lavar la ropa, no fuera trabajo, por poner
un ejemplo. El trabajo en el hogar debe ser reconocido y valorado. ¿Qué pasaría
si se declaran en huelga las amas de casa?
Las bases de esta
convivencia pacífica, respetuosa, fraterna, se comienzan a construir desde la
casa y la escuela, con los más pequeños. No esperar la adolescencia cuando ya
se habrán formado hábitos. Mucho menos esperar la adultez y ver como “normal”
que las mujeres sean insultadas, amenazadas, maltratadas.
Vale subrayar que los
funcionarios, a esos que les corresponde recibir denuncias de violencia de
género, necesitan sus clases también, pues no pocas veces terminan culpando a
la mujer de esa violencia recibida y nunca justificada.
Los invito pues a
promover el respeto mutuo, la convivencia pacífica y fraterna siempre será más
placentera que la dominación de unos sobre otros. Nadie es feliz con la
violencia.
12-03-21
https://www.correodelcaroni.com/opinion/lo-que-aspiramos-es-el-respeto-mutuo/
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