Por Mercedes Malavé González
La paradoja de nuestro
aislamiento es que nunca habíamos estado tan clausurados en términos
diplomáticos y comerciales y, al mismo tiempo, con tanta injerencia extranjera
en los asuntos políticos y económicos del país. Mientras Venezuela no termina
de ingresar en el sistema Covax para adquirir, no solo importantes dosis de
vacunas sino también un plan serio de vacunación, los aliados de Maduro
garantizan vacunas a los círculos y bases políticas de interés.
El gobierno pierde
tiempo en alcanzar acuerdos con Guaidó a propósito de la pandemia, pero no
desperdicia un minuto en acelerar el control social, asegurar y reforzar su
base de apoyo, y ganar puntos de cara a las próximas elecciones.
Por su parte, la
posición de Estados Unidos y la Unión Europea parece haber cambiado en las
formas y tiempos mas no en el fondo. Las últimas sanciones europeas y los
mensajes contradictorios de la administración de Biden reflejan poca o nula
disposición de contribuir a salir del atasco, rehabilitar la política, la vía
electoral, los espacios de acuerdos y negociaciones para resolver la crisis en
aspectos puntuales. Lo único que ha desaparecido es la urgencia por resolver el
problema político de Venezuela: el gobierno de Maduro va a seguir, las
sanciones también; seguirán abogando por las elecciones presidenciales libres,
transparentes, creíbles y democráticas el tiempo que haga falta.
Mientras tanto, los
venezolanos seguimos peregrinando nuestro duro y doloroso éxodo, dentro y fuera
de Venezuela. Como ha ocurrido en tantos pueblos del mundo, las dificultades de
algunos tránsitos históricos exigen capacidad de conducción heroica.
Cuentan que durante la travesía de Hernán Cortés se presentó un motín debido a las inclemencias y penurias de la expedición. El conquistador mandó a quemar la mayor parte de las embarcaciones para que los amotinados no huyeran secuestrando una de sus naves. Una versión similar viene de la antigüedad, cuando Alejandro Magno desembarcó en Fenicia y, viendo tan gran cantidad de enemigos en su contra, mandó quemar todas las naves: “Entonces reunió a sus hombres y les dijo: Observad cómo se queman los barcos… Esa es la única razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos, no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con su familia nuevamente, ni podrá abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Debemos salir victoriosos en esta batalla, ya que solo hay un camino de vuelta y es por el mar. Caballeros, cuando regresemos a casa lo haremos de la única forma posible, en los barcos de nuestros enemigos”.
Quemar las naves no era
solo asegurar la unidad del ejército sino sobre todo ponerse enteramente en
manos de una mayoría descontenta, cansada y frustrada que amenazaba con
amotinarse.
Curioseando por las
novedosas salas de Club House, encuentro un poderoso término, acuñado por Keith
Ferrazzi. Se trata de la coelevación. Hijo de emigrantes italianos, criado en
Estados Unidos, Ferrazzi sostiene que el liderazgo basado en la autoridad
férrea y todopoderosa se está agotando; lideran hoy con más facilidad personas
que muestran claramente sus debilidades e incapacidades de abarcarlo todo,
aquellos que demuestran sus limitaciones y vulnerabilidades. Entonces, las
conexiones entre las personas son más auténticas y se basan no en el principio
de autoridad sino en aspiraciones, metas y fines compartidos. “Los movimientos
y las nuevas empresas hoy en día se crean cuando las personas individuales
comienzan a soñar fuera de los círculos de autoridad”, se atreve a asegurar el
autor.
Vivimos tiempos de
excesivo control externo donde parece que los líderes políticos permanecen a la
espera del “permiso extranjero” para actuar, porque les falta poder, fuerza y
autoridad.
Quizás el principio de
Ferrazzi nos sea provechoso: las faltas de autoridad y fuerza se suplen con la
coelevación que exige, al mismo tiempo, compromiso con la misión y compromiso
entre los aliados porque no queda más remedio que cubrir, entre todos, las
debilidades. Ante las dificultades, quemar las naves.
«No basta con
comprometerse con una misión. Cuando se añade el compromiso con los demás, sí
que se produce una transformación» (Ferrazzi). La falta de opciones sobre y
debajo de la mesa, y ante la realidad de que los “aliados” dicen no tener prisa
ni urgencia en la reconstrucción nacional, la conducción política debería
asumir con decisión y valentía el terreno que toca recorrer, con espíritu de
coelevación.
Seguir cuidando con
celo y apego los llamados “plan b” del ejercicio político en el exilio —aunque
se afirme rotundamente que “nunca nos iremos de Venezuela”— supone seguir
alimentando esa triste imagen de que la crisis política de los venezolanos ni
es tan urgente ni están tan mal ni los políticos están tan apurados en salir de
esto, pues, en el fondo, más que aspirar a coronar la expedición, siguen
haciendo el papel de diletantes.
Mercedes Malavé es
Político. Doctora en Comunicación Institucional (UCAB/PUSC) y profesora en la
UMA.
16-03-21
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