Francisco Fernández-Carvajal 16 de marzo de 2021
@hablarcondios
— Los cristianos, luz del mundo y sal de la tierra.
— Consecuencias en el mundo del pecado original. La
Redención. Reconducir a Cristo todas las realidades terrenas.
— La vida de piedad y el trabajo. La santidad en medio
del mundo.
I. Dios no
mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se
salve por Él1. Vino al mundo para que los hombres tuvieran luz y dejaran de
debatirse en las tinieblas2, y, al tener luz, pudieran hacer del mundo un lugar donde
todas las cosas sirvieran para dar gloria a Dios y ayudaran al hombre a
conseguir su último fin. Y la luz brilla en las tinieblas, y las
tinieblas no la recibieron3. Son palabras actuales para una buena parte del mundo, que
sigue en la oscuridad más completa, pues fuera de Cristo los hombres no
alcanzarán jamás la paz, ni la felicidad, ni la salvación. Fuera de Cristo solo
existen las tinieblas y el pecado. Quien rechaza a Cristo se queda sin luz y ya
no sabe por dónde va el camino. Queda desorientado en lo más íntimo de su ser.
Durante siglos, muchos hombres separaron su vida
(trabajo, estudio, negocios, investigaciones, aficiones...) de la fe; y, como
consecuencia de esa separación, las realidades temporales quedaron desvirtuadas,
como al margen de la luz de la Revelación. Al faltar esta luz, muchos han
llegado a considerar el mundo como fin de sí mismo, sin ninguna referencia a
Dios, para lo cual han tergiversado incluso las verdades más elementales y
básicas. De modo particular, en los países occidentales es preciso corregir esa
separación, «porque son muchas las generaciones que se están perdiendo para
Cristo y para la Iglesia en estos años, y porque desgraciadamente desde estos
lugares se envía al mundo entero la cizaña de un nuevo paganismo. Este
paganismo contemporáneo se caracteriza por la búsqueda del bienestar material a
cualquier coste, y por el correspondiente olvido –mejor sería decir miedo,
auténtico pavor– de todo lo que pueda causar sufrimiento. Con esta perspectiva,
palabras como Dios, pecado, cruz, mortificación, vida eterna..., resultan
incomprensibles para gran cantidad de personas, que desconocen su significado y
su contenido. Habéis contemplado esa pasmosa realidad de que muchos quizá
comenzaron por poner a Dios entre paréntesis, en algunos detalles de su vida
personal, familiar y profesional; pero, como Dios exige, ama, pide, terminan
por arrojarle –como a un intruso– de las leyes civiles y de la vida de los
pueblos. Con una soberbia ridícula y presuntuosa, quieren alzar en su puesto a
la pobre criatura, perdida su dignidad sobrenatural y su dignidad humana, y
reducida –no es exageración: está a la vista en todas partes– al vientre, al
sexo, al dinero»4.
El mundo se queda en tinieblas si los cristianos, por
falta de unidad de vida, no iluminan y dan sentido a las realidades
concretas de la vida. Sabemos que la actitud ante el mundo de los verdaderos
discípulos de Cristo, y de modo específico de los seglares, no es de
separación, sino la de estar metidos en sus entrañas, como la levadura dentro
de la masa, para transformarlo. El cristiano coherente con su fe es
sal que da sabor y preserva de corrupción. Y para esto cuenta, sobre todo, con
su testimonio en medio de las tareas ordinarias, realizadas ejemplarmente. «Si
los cristianos viviéramos de veras conforme a nuestra fe, se produciría la más
grande revolución de todos los tiempos... ¡La eficacia de la corredención depende
también de cada uno de nosotros! —Medítalo»5. ¿Vivo la unidad de vida en cada momento de
mi existencia: trabajo, descanso...?
II. Todas las
criaturas fueron puestas al servicio del hombre, dentro del orden establecido
por el Creador. Adán, con su soberbia, introdujo el pecado en el mundo,
rompiendo la armonía de todo lo creado y del mismo hombre. En adelante, la
inteligencia quedó oscurecida y con posibilidad de caer en el error; la
voluntad, debilitada; enferma –no corrompida– la libertad para amar el bien con
prontitud. El hombre quedó profundamente herido, con dificultad para saber y
conseguir su bien verdadero. «Rompió la Alianza con Dios, sacando como consecuencia
de ello por una parte la desintegración interior y, por otra, la incapacidad de
construir la comunión con los otros»6. El desorden introducido por el pecado llegó más allá del
hombre, afectando también a la naturaleza. El mundo es bueno, pues fue hecho
por Dios para contribuir a que el hombre alcanzara su último fin. Pero después
del pecado original, las cosas materiales, el talento, la técnica, las
leyes..., pueden ser desviadas de su ordenación recta y convertirse en males
para el hombre, oscureciéndose su fin último, separándole de Dios en vez de
acercarle a Él. Nacen así muchos desequilibrios, injusticias, opresiones, que
tienen su origen en el pecado. «El pecado del hombre, es decir, su ruptura con
Dios, es la causa radical de las tragedias que marcan la historia de la
libertad. Para comprender esto, muchos de nuestros contemporáneos deben
descubrir nuevamente el sentido del pecado»7.
Dios, en su misericordia infinita, se compadeció de
este estado en el que había caído la criatura y nos redimió en Jesucristo: nos
ha vuelto a su amistad, y lo que es más, nos ha reconciliado con Él hasta el
extremo de podernos llamar hijos de Dios y que lo seamos8; nos ha destinado a la vida eterna, a morar con Él para
siempre en el Cielo.
Nos toca a los cristianos, principalmente a través de
nuestro trabajo convertido en oración, hacer que todas las realidades
terrestres se vuelvan medio de salvación, porque solo así servirán
verdaderamente al hombre. «Hemos de impregnar de espíritu cristiano todos los
ambientes de la sociedad. No os quedéis solamente en el deseo: cada una, cada
uno, allá donde trabaje, ha de dar contenido de Dios a su tarea, y ha de
preocuparse –con su oración, con su mortificación, con su trabajo profesional
bien acabado– de formarse y de formar a otras almas en la Verdad de Cristo,
para que sea proclamado Señor de todos los quehaceres terrenos»9. ¿Estoy haciendo todo lo que puedo para llevar esto a la
práctica? ¿Me doy cuenta de que para esto necesito tener cada vez más una
honda unidad de vida?
III. La
misión que el Señor nos ha encomendado es la de infundir un sentido cristiano a
la sociedad, porque solo entonces las estructuras, las instituciones, las
leyes, el descanso, tendrán un espíritu cristiano y estarán verdaderamente al
servicio del hombre. «Los discípulos de Jesucristo hemos de ser sembradores de
fraternidad en todo momento y en todas las circunstancias de la vida. Cuando un
hombre o una mujer viven intensamente el espíritu cristiano, todas sus
actividades y relaciones reflejan y comunican la caridad de Dios y los bienes
del Reino. Es preciso que los cristianos sepamos poner en nuestras relaciones
cotidianas de familia, amistad, vecindad, trabajo y esparcimiento, el sello del
amor cristiano, que es sencillez, veracidad, fidelidad, mansedumbre,
generosidad, solidaridad y alegría»10.
Las prácticas personales de piedad no han de estar
aisladas del resto de nuestros quehaceres, sino que deben ser momentos en los
que la referencia continua a Dios se hace más intensa y profunda, de modo que
después sea más alto el tono de las actividades diarias. Es claro que buscar la
santidad en medio del mundo no consiste simplemente en hacer o en
multiplicar las devociones o las prácticas de piedad, sino en
la unidad efectiva con el Señor que esos actos promueven y a que están
ordenados. Y cuando hay una unión efectiva con el Señor eso influye en toda
la actuación de una persona. «Esas prácticas te llevarán, casi sin darte
cuenta, a la oración contemplativa. Brotarán de tu alma más actos de amor, jaculatorias,
acciones de gracias, actos de desagravio, comuniones espirituales. Y esto,
mientras atiendes tus obligaciones: al descolgar el teléfono, al subir a un
medio de transporte, al cerrar o abrir una puerta, al pasar ante una iglesia,
al comenzar una nueva tarea, al realizarla y al concluirla (...)»11.
Procuremos vivir así, con Cristo y en Cristo, todos y
cada uno de los instantes de nuestra existencia: en el trabajo, en la familia,
en la calle, con los amigos... Eso es la unidad de vida. Entonces,
la piedad personal se orienta a la acción, dándole impulso y contenido, hasta
convertir al quehacer en un acto más de amor a Dios. Y, a su vez, el trabajo y
las tareas de cada día facilitan el trato con Dios y son el campo donde se
ejercitan todas las virtudes. Si procuramos trabajar bien y poner en nuestros
quehaceres la dimensión trascendente que da el amor de Dios, nuestras tareas
servirán para la salvación de los hombres, y haremos un mundo más humano, pues
no es posible que se respete al hombre –y mucho menos que se le ame– si se
niega a Dios o se le combate, pues el hombre solo es hombre cuando es
verdaderamente imagen de Dios. Por el contrario, «la presencia de Satanás en la
historia de la humanidad aumenta en la misma medida en que el hombre y la
sociedad se alejan de Dios»12.
En esta tarea de santificar las realidades terrenas,
los cristianos no estamos solos. Restablecer el orden querido por Dios y
conducir a su plenitud el mundo entero es principalmente fruto de la acción del
Espíritu Santo, verdadero Señor de la historia: «Non est abbreviata
manus Domini, no se ha hecho más corta la mano de Dios (Is 59,
1): no es menos poderoso Dios hoy que en otras épocas, ni menos verdadero su
amor por los hombres. Nuestra fe nos enseña que la creación entera, el
movimiento de la tierra y el de los astros, las acciones rectas de las
criaturas y cuanto hay de positivo en el sucederse de la historia, todo, en una
palabra, ha venido de Dios y a Dios se ordena»13.
Le pedimos al Espíritu Santo que remueva las almas de
muchas personas –hombres y mujeres, mayores y jóvenes, sanos y enfermos...–
para que sean sal y luz en las realidades terrenas.
1 Antífona
de comunión. Jn 3, 17. —
2 Cfr. Jn 8,
12. —
3 Jn 1,
5. —
4 A.
del Portillo, Carta Pastoral, 25-XII-1985, n. 4. —
5 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 945. —
6 Juan
Pablo II, Audiencia general, 6-VIII-1983. —
7 S.
C. para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis contientiae,
22-III-1986, 37. —
8 Cfr. 1
Jn 3, 1. —
9 A.
del Portillo, loc. cit., n. 10. —
10 Conferencia
Episcopal Española, Instr. pastoral Los católicos en la vida
pública, 22-lV-1986, III. —
11 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 149. —
12 Juan
Pablo II, Audiencia general, 20-VIII-1986. —
13 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 130.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiariasiguiente.aspx
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