Francisco Fernández-Carvajal 10 de julio de 2021
@hablarcondios
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Identidad y misión del sacerdote.
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Dispensador de los tesoros divinos. Dignidad del sacerdote.
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Ayudas que podemos prestarle. Oración. Veneración por el estado sacerdotal.
I.
Todos los bautizados nos podemos aplicar las palabras de San Pablo a los
cristianos de Éfeso, recogidas en la Segunda lectura de la
Misa1: nos eligió el Señor antes de la constitución del
mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor.
Gracias al Bautismo y a la Confirmación, todos los fieles cristianos
somos linaje escogido, una clase de sacerdotes reyes, gente santa,
pueblo de conquista2,
«destinados a ofrecer víctimas espirituales que sean agradables a Dios por
Jesucristo»3. Por la participación en el sacerdocio de Cristo, los fieles
cristianos toman parte activa en la celebración del Sacrificio del Altar y, a
través de sus tareas seculares, santifican el mundo, participando de esa misión
única de la Iglesia y realizándola por medio de la peculiar vocación recibida
de Dios: la madre de familia, en la plena realización de su maternidad con los
deberes que lleva consigo; el enfermo, ofreciendo su dolor con amor; cada uno
en sus labores y en sus circunstancias, convertidas día a día en una ofrenda
gratísima al Señor.
Por
voluntad divina, de entre los fieles, que poseen el sacerdocio común, algunos
son llamados –mediante el sacramento del Orden– a ejercer el sacerdocio
ministerial; este presupone el anterior, pero se diferencian esencialmente. Por
la consagración recibida en el sacramento del Orden, el sacerdote se convierte
en instrumento de Jesucristo, al que presta todo su ser, para llevar a todos la
gracia de la Redención: es un hombre escogido entre los hombres,
constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios, para ofrecer
dones y sacrificios por los pecados4.
¿Cuál es, pues, la identidad del sacerdote? «La de Cristo. Todos los cristianos
podemos y debemos ser no ya alter Christus, sino ipse
Christus: otros Cristos, ¡el mismo Cristo! Pero en el sacerdote esto se da
inmediatamente, de forma sacramental»5.
El
Señor, presente de muchas maneras entre nosotros, se nos muestra muy cercano en
la figura del sacerdote. Cada sacerdote es un inmenso regalo de Dios al mundo;
es Jesús, que pasa haciendo el bien, curando enfermedades, dando
paz y alegría a las conciencias; es «el instrumento vivo de Cristo» en el mundo6,
presta a Nuestro Señor la voz, las manos, todo su ser7.
En la Santa Misa renueva –in persona Christi– el mismo Sacrificio
redentor del Calvario. Hace presente y eficaz en el tiempo la Redención obrada
por el Señor. «Jesús –recordaba Juan Pablo II a los sacerdotes brasileños– nos
identifica de tal modo consigo en el ejercicio de los poderes que nos confirió,
que nuestra personalidad es como si desapareciese delante de la suya, ya que es
Él quien actúa por medio de nosotros»8.
En la Santa Misa es Jesucristo quien cambia la sustancia del pan y del vino en
su Cuerpo y en su Sangre. Y «es el propio Jesús quien, en el sacramento de la
Penitencia, pronuncia la palabra autorizada y paterna: Tus pecados te
son perdonados. Y es Él quien habla cuando el sacerdote, ejerciendo su
ministerio en nombre y en el espíritu de la Iglesia, anuncia la Palabra de
Dios. Es el propio Cristo quien cuida a los enfermos, a los niños y a los
pecadores, cuando les envuelve el amor y la solicitud pastoral de los ministros
sagrados»9.
Un
sacerdote es para la humanidad más valioso que todos los bienes materiales y
humanos juntos. Hemos de pedir mucho por la santidad de los sacerdotes, hemos
de ayudarles y sostenerlos con la oración y con nuestro aprecio. Debemos ver en
ellos al mismo Cristo.
II.
Jesús elige a los Apóstoles como representantes personales suyos, no solo
mensajeros, profetas y testigos.
Esta
nueva identidad –actuar in persona Christi– se ha de manifestar en
una vida sencilla y austera, santa; debe mostrarse en una entrega sin límites a
los demás. El Evangelio de la Misa10 nos
relata que Jesús los envió dándoles autoridad sobre los espíritus
inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más: ni
pan, ni alforja, ni dinero en la faja...
Dios
toma posesión del que ha llamado al sacerdocio, lo consagra para el servicio de
los demás hombres, sus hermanos, y le confiere una nueva personalidad. Y este
hombre elegido y consagrado al servicio de Dios y de los demás, no lo es solo
en determinadas ocasiones, por ejemplo, cuando está realizando una función
sagrada, sino que «lo es siempre, en todos los momentos, lo mismo al ejercer el
oficio más alto y sublime como en el acto más vulgar y humilde de la vida
cotidiana. Exactamente lo mismo que un cristiano no puede dejar a un lado su
carácter de hombre nuevo, recibido en el Bautismo, para actuar “como si fuese”
un simple hombre, tampoco el sacerdote puede hacer abstracción de su carácter
sacerdotal para comportarse “como si” no fuera sacerdote. Cualquier cosa que
haga, cualquier actitud que tome, quiéralo o no, será siempre la acción y la
actitud de un sacerdote, porque él lo es siempre, a todas horas y hasta la raíz
de su ser, haga lo que haga y piense lo que pensare»11.
El
sacerdote es un enviado de Dios al mundo para que le hable de su salvación, y
es constituido administrador de los tesoros de Dios12:
el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que dispensa en la Misa y en la Comunión; y la
gracia de Dios de los sacramentos, la palabra divina, mediante la predicación,
la catequesis, los consejos de la Confesión. Al sacerdote le es confiada «la
más divina de las obras divinas», como es la salvación de las almas; ha sido
constituido embajador y mediador entre Dios y el hombre.
«Saboreo
la dignidad de la finura humana y sobrenatural de estos hermanos míos,
esparcidos por toda la tierra. Ya ahora es de justicia que se vean rodeados por
la amistad, la ayuda y el cariño de muchos cristianos. Y cuando llegue el
momento de presentarse ante Dios, Jesucristo irá a su encuentro, para
glorificar eternamente a quienes, en el tiempo, actuaron en su nombre y en su
Persona, derramando con generosidad la gracia de la que eran administradores»13.
Meditemos
hoy junto al Señor cómo es nuestra oración por los sacerdotes, con qué finura
los tratamos, cómo les agradecemos que hayan querido corresponder a la llamada
del Señor, cómo les ayudamos para que sean fieles y santos. Pidamos hoy «a Dios
Nuestro Señor que nos dé a todos los sacerdotes la gracia de realizar
santamente las cosas santas, de reflejar, también en nuestra vida, las
maravillas de las grandezas del Señor»14.
III. Ellos
salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a
muchos enfermos y los curaban... También los sacerdotes son como una
prolongación de la Humanidad Santísima de Cristo, pues a través de ellos se
siguen obrando en las almas los mismos milagros que realizó el Señor en su paso
por la tierra: los ciegos ven, quienes apenas podían andar recuperan las fuerzas,
los que habían muerto por el pecado mortal recuperan la vida de la gracia en el
sacramento de la Confesión...
El
sacerdote no busca compensaciones humanas, ni honra personal, ni prestigio
humano, ni mide su labor por las medidas humanas de este mundo... No viene a
ser partidor de herencias15 entre
los hombres, ni a redimirlos de sus deficiencias materiales –esa es tarea de
todos los cristianos y de todos los hombres de buena voluntad–, sino que viene
a traernos la vida eterna. Esto es lo específico suyo; es, también, de lo que
más necesitado anda el mundo; por eso hemos de pedir tanto que haya siempre los
sacerdotes necesarios en la Iglesia, sacerdotes que luchen por ser santos.
Hemos de pedir y fomentar estas vocaciones, si es posible, entre los miembros
de la propia familia, entre los hijos, entre hermanos... ¡Qué inmensa alegría
para una familia si Dios la bendice con este don! Todos los fieles tienen la
gratísima obligación de ayudar a los sacerdotes, especialmente con la oración:
para que celebren con dignidad la Santa Misa y dediquen muchas horas al
confesonario; para que tengan en el corazón la administración de los
sacramentos a enfermos y ancianos y cuiden con esmero la catequesis; para que
se preocupen del decoro de la Casa de Dios y sean alegres, pacientes,
generosos, amables y trabajadores infatigables para extender el Reino de
Cristo... Les ayudaremos en sus necesidades económicas con generosidad, procuraremos
prestarles nuestra colaboración en aquello que podamos... Y jamás hablemos mal
de ellos. «¡De los sacerdotes de Cristo no se ha de hablar más que para
alabarles!»16.
Si
alguna vez vemos en alguno de ellos faltas y defectos, procuremos excusarlos,
disculparles, y hacer como aquellos buenos hijos de Noé: taparlos con la capa
grande de la caridad17.
Será un motivo más para ayudarles con un comportamiento ejemplar y con nuestra
oración y, cuando sea oportuno, con una corrección fraterna y filial a la vez.
Para
crecer en amor y veneración a los sacerdotes nos pueden ayudar estas palabras
que Santa Catalina de Siena pone en boca del Señor: «No quiero que mengüe la
reverencia que se debe profesar a los sacerdotes, porque la reverencia y el
respeto que se les manifiesta no se dirige a ellos, sino a Mí, en virtud de la
Sangre que Yo les he dado para que la administren. Si no fuera por esto,
deberíais dedicarles la misma reverencia que a los seglares, y no más (...). No
se les ha de ofender: ofendiéndolos, se me ofende a Mí, y no a ellos. Por eso
lo he prohibido, y he dicho que no admito que sean tocados mis Cristos»18.
1 Ef 1, 3-14. —
2 1Pdr 2, 9. —
3 Conc. Vat. II, Const. Lumen
gentium, 10. —
4 Cfr. Heb 5,
1. —
5 San
Josemaría Escrivá, Amar a la Iglesia, p. 70. —
6 Cfr. Conc.
Vat. II, Decr. Presbyterorum ordinis, 12. —
7 Cfr. San
Josemaría Escrivá. o. c., p. 71. —
8 Juan
Pablo II, Homilía 2-VII-1980. —
9 Ibídem.
—
10 Mc 6,
7-13. —
11 F.
Suárez, El sacerdote y su ministerio, Rialp, Madrid 1969,
p. 21. —
12 Cfr. 1
Cor 4, 1. —
13 San
Josemaría Escrivá, o. c., p. 82. —
14 Ibídem,
p. 71. —
15 Cfr. Lc 12,
13. —
16 Cfr. San
Josemaría Escrivá. Surco, n. 904. —
17 Cfr. ídem, Camino,
n. 75. —
18 Santa
Catalina de Siena, El Diálogo, en Obras de...,
BAC, cap. 16.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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