Julio Castillo Sagarzazu 03 de mayo de 2022
Los
vericuetos de la historia son caprichosos e inescrutables. ¿Quién podría
imaginar a Robespierre y Luis XVI descansando en paz en un mismo recinto? ¿O a
Stalin y Trotsky? ¿A los Montesco y a los Capuletto? Pues bien, en esta tierra
de gracia ha ocurrido que Manuel Piar y Simón Bolívar, son vecinos de
sarcófagos en nuestro Panteón Nacional.
Las
explicaciones de la “historia oficial” (u oficialista) son verdaderamente
cándidas. Nos cuentan que Piar fue un hombre engañado por los enemigos de
Bolívar y que el Congreso de Cariaco fue un aquelarre de conjurados que
metieron en su cabeza de pardo libertario, la idea de la sedición y la
traición. Hay que estirar la historia como un chicle para comprar semejante
argumento.
Han pasado más de 200 años de aquel fusilamiento y hoy podemos decir que Bolívar tomo aquella decisión (a través de un Consejo de Guerra y un fiscal que le eran absolutamente leales) condenando a Piar a la pena capital, porque no podía permitirse un torneo de rivalidades en plena guerra. ¿Ha podido resolverlo de otra manera? ¿Cuánto hubo de celo personal ante el carisma indubitable de un general que era también un líder social y que reiteradamente se manifestó en contra de la manera como Bolívar y los mantuanos, dirigían la revolución emancipadora?
Valdría
también hacernos las mismas preguntas, cambiando a Piar por Miranda. ¿Cuánto
pesó el pedigrí revolucionario y el pasado glorioso de Miranda, para que le
entregara a los españoles? ¿Se justificó su capitulación de San Mateo ante
Monteverde? ¿Cuánto temía Bolívar del liderazgo del generalísimo, quien también
era, “blanco de orilla”, hijo de canarios y soldado de todas las revoluciones
del mundo?
Las
respuestas son muy difíciles de encontrar y sabemos que su solo planteamiento
es polémico y delicado. No obstante, lo que nos interesa en esta nota es poner
de manifiesto como el tema de la unidad, las lealtades, las traiciones, los
distintos puntos de vista, son moneda corriente en la política y en la guerra
en todos los tiempos y todas las latitudes.
Los desencuentros entre el liderazgo venezolano, ni son nuevos, ni van a
desaparecer nunca. Son propios de la naturaleza humana. No hay institución,
política, civil, militar o religiosa que no lo conozca y que haya saboreado las
hieles del cisma y las rupturas.
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García
No es
inteligente entonces andar llorando por los rincones porque no conseguimos la
unidad. Tampoco ayuda mucha enzarzarnos en cruzadas salvíficas predicando en el
desierto y pidiendo a nuestros líderes que se porten bien en esa materia.
No es
porque emprendamos una cruzada por la desaparición de los egos, los intereses,
las divergencias que éstos desaparecerán. La conducta de los líderes suele ser
impermeable a los buenos consejos, a las exhortaciones y a los rezos
suplicantes. Cuando se sienten depositarios de la verdad, difícilmente se les
mueve de ese punto. ¿Entonces, es una guerra perdida la guerra por la unión del
liderazgo opositor venezolano?
Por
supuesto que no, pero es una lucha que tiene que desechar las ilusiones y que
tiene que proponerse la creación de condiciones externas a esos liderazgos y a
sus organizaciones. Sera “desde afuera”, con iniciativas políticas o con
acontecimientos sociales de gran monta, que lograremos alcanzar los niveles de
acuerdo que hoy necesitamos.
Ejemplos
sobre lo que hablamos sobran. ¿Quién puede negar que el 27F, provocó una
reacción de la clase política que, luego de salir del estado catatónico que
provoco la sorpresa de los acontecimientos, se propuso a impulsar cambios
importantes que llevaron, por ejemplo, a las elecciones directas de
gobernadores y alcaldes. O que el 4F que significó la superación del
bipartidismo y la victoria electoral de Rafael Caldera?
¿Es
que no acabamos de asistir a un proceso en el que la presión de las regiones
obligó a las direcciones nacionales de los partidos, no solo a participar en el
21N, sino a lograr niveles importantes de acuerdo electoral? ¿Qué significó la
experiencia posterior de Barinas, si no fue también la victoria de una
iniciativa que nació de los propios dirigentes regionales?
Como
notara el lector. No se trata de tareas fáciles. Los acontecimientos sociales
no los gobernamos y tienen vida propia y también los dirigentes regionales y
los de la sociedad civil tienen sus propios intereses y sus bemoles. Pero algo
hay que intentar.
Es
necesario poner iniciativas en la calle y en el debate. La legitimación de la
dirección política de la oposición; la Consulta Nacional; las mismas primarias,
son todas propuestas para estudiar y que van en la vía de salir de la lloradera
por la falta de la unidad o de la plegaria para que ésta prenda en la cabeza de
los dirigentes.
No
podemos darnos el lujo de esperar 200 años para que la historia nos entierre
juntos. La cosa es urgente.
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