Eddie A. Ramírez 11 de mayo de 2022
Las
palabras de este título han estado en la palestra política en los últimos
veinte años. Algunos utilizan equivocadamente las dos primeras casi como
sinónimos. Las dos últimas son claras. Quien es colaboracionista indudablemente
cohabita con un régimen dictatorial, con un ejército invasor o con el
narcotráfico. Quien, por diferentes razones, decide cohabitar no necesariamente
es un colaboracionista.
Francisco de Miranda decidió cohabitar con el realista Monteverde al evaluar que no disponía de fuerzas para enfrentarlo. Simón Bolívar cometió un acto de colaboracionismo al hacer preso a Miranda y entregarlo al enemigo.
El
mariscal Pétain pactó un armisticio con Hitler para supuestamente evitar que el
nazi se apoderara de toda Francia. Inicialmente, fue un intento de cohabitación
aplaudido por muchos franceses de la zona de influencia del gobierno de Vichy.
Desafortunadamente, poco después se convirtió en colaboracionistas de los
invasores. En aquel entonces, el general De Gaulle fue considerado por muchos como
un fanático iluso por predicar que había que ofrecer resistencia a los
invasores.
Refiriéndonos
a nuestro presente, muchos tildan de colaboracionistas a quienes son
partidarios de intentar continuar las negociaciones entre el régimen y la
oposición. También a quienes predican que la opción es acudir a votar, y a
quienes solicitan el levantamiento de las sanciones que aplica Estados Unidos.
Calificar de colaboracionistas a quienes sostienen, equivocadamente o no, los
mencionados puntos de vista es un signo de intolerancia e incluso una calumnia.
Colaboracionistas son quienes se plegaron al régimen por una curul o por alguna
canonjía.
Cuando
los trabajadores petroleros nos sumamos al paro cívico convocado por todos los
partidos de oposición, por la Confederación de Trabajadores de Venezuela y por
Fedecámaras, fue para intentar evitar la politización de Pdvsa. Los resultados
están a la vista. Corrupción, ineficiencia operativa, accidentes, aumento
innecesario de la nómina, además de donación de nuestro petróleo y productos
derivados a otros gobiernos. De haber cohabitado con los rojos nos hubiese
convertido en cómplices. Optamos por defender principios y valores.
El
caso de los empresarios es complejo. En Venezuela, pocas empresas pueden
subsistir si tienen una relación crítica al régimen ¿Deberían inmolarse en una
situación en la que perciben que los políticos de oposición no se ponen de
acuerdo para enfrentar al régimen con una estrategia común y en la que abundan
las descalificaciones entre los mismos dirigentes? Es lógico que conversen con
los jerarcas del régimen, pero deben cuidarse de no pasar de la convivencia a
la complicidad. Como dijo Julián Marías en su conocido artículo Convivencia
y complicidad: «Se puede convivir con los muy distintos, incluso adversarios,
pero no «colaborar» con ellos, aceptar sus supuestos, dar por bueno lo que
parece pésimo».
Otro
punto que divide al sector opositor es si debemos abstenernos o votar en las
próximas elecciones que, nos guste o no, se realizarán en el 2024. Es evidente
que el Consejo Nacional Electoral hace lo que el régimen le ordena; decidió que
el conteo de las papeletas no tiene valor; el Registro Electoral está
desactualizado y no es confiable; los empleados subalternos del CNE son en su
casi totalidad del partido oficialista. Si la oposición no tiene testigos
confiables, los rojos votan por los ausentes y permiten el voto acompañado como
medio de coacción.
A
pesar de estos contratiempos, por decir lo menos, hemos ganado gobernaciones,
alcaldías, diputaciones y un referendo, cuando hemos estado organizados y
unidos.
Algo
que nos cuesta aceptar es que Chávez tuvo inicialmente mayoría; gradualmente la
perdió, pero la recuperó por las Misiones y recursos por los altos precios del
petróleo. Maduro nunca ha tenido mayoría y gracias a la alcahuetería del
Tribunal Supremo de Justicia ha inhabilitado a candidatos y desconocido
elecciones. En el 2005 los partidos decidieron la abstención porque estaban
conscientes de que no obtendrían más de una docena de curules. Seguir
predicando la abstención es un suicidio político. La mayoría lo hacen de buena
fe. Otros no tanto.
Es
constitucional que la Fuerza Armada intervenga para restaurar la Carta Magna.
Eso no depende de los civiles, aunque podríamos crear un clima propicio si
ofrecemos una alternativa confiable de gobernabilidad, mediante pacto a mediano
plazo y un candidato que no tenga rechazo. Además, que cesen las
descalificaciones dentro de la oposición.
Hoy es
imposible que los militares intervengan y después se queden con el poder.
Tendrían que proceder como el 18 de octubre de 1945 y el 23 de enero de 1958,
es decir, entregar el poder a los civiles. Mientras sucede algo que es posible,
pero quizá poco probable, no queda otra vía que dar la pelea en el terreno
electoral. Por otra parte, las sanciones deben permanecer e incluso
intensificarse, para intentar que el régimen acepte realizar una elección
limpia. Quizá esto no se logre, pero hay que intentarlo.
En la
oposición hay quienes consideran que no se debe negociar y que no se debe
votar. ¡Qué bueno que haya venezolanos que defiendan estos puntos de vista!
Debemos respetarlos y ellos deben respetar a quienes pensamos lo contrario.
Insultos y descalificaciones mutuas solo benefician el régimen.
Como
(había) en botica: El pasado 28 de abril habría cumplido cien
años Pompeyo Márquez, político que luchó para defender sus ideas y reconocer
sus errores. En un medio en el que abunda la corrupción fue un venezolano
honesto. Disfruté y aprendí de sus prédicas semanales cuando nos reuníamos en
la Mesa de Reflexión que convocaba Alberto Quirós Corradi. No olvido la
bochornosa escena protagonizada por un mequetrefe estudiante del Pedagógico,
que tuvo la osadía de llamarlo fascista. Lamentamos el fallecimiento de Daumiro
Romero, compañero de Gente del Petróleo y de Unapetrol. ¡No más prisioneros
políticos, ni exiliados!
Eddie
A. Ramírez
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