Benigno Alarcón Deza 04 de mayo de 2022
@benalarcon
A
partir del momento en que Maduro descubrió que podía perder una elección si la
oposición se unía, como sucedió en 2013 y luego en 2015, ha venido imponiendo
una estrategia de división y fragmentación, para la cual, si bien las
contribuciones de la misma oposición no han sido menores, tampoco pueden
subestimarse las condiciones de un juego que el gobierno manipula y que, en
mayor o menor medida, determina el comportamiento de los actores
Cuando
Chávez se presenta a la elección presidencial de 1998 compite con una
diversidad de partidos venidos a menos desde finales de los años 80, cuando en
el país se instala una tendencia antipolítica que encuentra una de sus mejores
expresiones sociológicas en el éxito de la novela “Por Estas Calles”,
trasmitida por Radio Caracas Televisión, y en el triunfo de Caldera tras su
discurso de defensa a los golpistas desde el Congreso en 1992 y su renuncia a
COPEI, partido que fundó y lideró hasta que comprendió que sería un lastre para
su reelección en 1993.
La diversidad de tesis, partidos y liderazgos es condición natural de la vida democrática, aunque la experiencia internacional comparada nos demuestra que la fortaleza de una democracia es proporcional a la de sus partidos, y la fortaleza de los partidos, y por lo tanto de la democracia, es inversamente proporcional a la fragmentación del electorado cuya proliferación se facilita, en muchas ocasiones de manera interesada, para mantener a un gobierno en el poder.
Es así
como Chávez, un outsider que encarnaba el antipartidismo mucho
mejor que Caldera, por haber irrumpido por la fuerza contra las cúpulas
partidistas y gubernamentales en 1992, gana sin mayor dificultad la elección de
1998 al enfrentarse, nuevamente, a los partidos que representaban un
“establishment” político desgastado y dividido tras la victoria pírrica que
desplazó del poder a quien Chávez no pudo derrocar por las armas: el presidente
Carlos Andrés Pérez.
A
partir de allí, las condiciones que resultaron favorables a la democracia, como
la tendencia a participar masivamente en procesos electorales, se tornó a favor
de Chávez, quien irrumpiría después de su elección contra la institucionalidad
democrática, que no encontró defensores en un país, que por admiración, miedo o
falsas expectativas del cálculo individual conveniente, se acomodó a la nueva
realidad postrándose a los pies del comandante, quien llamó primero a la
aprobación de una Asamblea Constituyente y finalmente a la aprobación de la
Constitución de 1999, para luego convocar nuevas elecciones, con partidos
tradicionales divididos, para eliminar los balances y contrapesos
institucionales, y reemplazar a los adversarios por sus aliados en el control
del poder legislativo, así como en los gobiernos regionales y municipales.
A partir
de allí, cada intento fallido de la oposición por derrotar a un adversario como
Chávez, en principio subestimado, profundizó la división entre líderes y
partidos, sobre todo cuando algún proceso electoral les guiñaba el ojo con la
fantasía de que quien ganará más curules, gobernaciones o alcaldías, tendría lo
que necesitaría para volver a ser grande y fuerte para competir con el gobierno
naciona, de tú a tú. Esta ilusión, alimentada desde el mismo gobierno como
parte de una estrategia de clientelismo competitivo sirvió bien a Chávez
durante años, y hoy vuelve a servir a los intereses de Maduro.
Es así
como a partir de la elección parlamentaria de 2020, y las regionales y
municipales de 2021, la estrategia de intervenciones judiciales e
inhabilitaciones de partidos y potenciales candidatos pasa a segundo plano, lo
que no implica su erradicación, para centrarse en la destrucción de la unidad
opositora a través de la fabricación de nuevas oposiciones. Algunas de esas
oposiciones son producto de la cooptación de actores entre los partidos que
conformaron la unidad, y otras, del financiamiento directo o mecenas
dependientes o vinculadas al gobierno, y la generación de condiciones
electorales que contribuyen a exacerbar la competencia entre liderazgos nacionales,
regionales y locales, impulsados por la ambiciones individuales y los fracasos
colectivos de la unidad opositora.
Esta
estrategia de división y fragmentación, que pretende mantenerse de cara a la
elección presidencial de 2024, difícilmente logre tener tan largo aliento,
considerando que buena parte de la oposición y sus electores comprende hoy
mejor que nunca sus consecuencias, por lo que reclaman unidad, y tienen
conciencia sobre la necesidad de confrontar a Maduro con una candidatura única.
Aunque
existe un importante nivel de consenso en torno a la conveniencia de que una
candidatura única sea electa en una primaria, es importante comprender que la
unidad perfecta a la que aspiramos nunca se logrará porque no todas “las
oposiciones” son oposiciones. La realidad es que entre las oposiciones hay
actores que juegan fuera de la unidad porque no creen en ella, lo cual puede
ser legítimo, pero hay otros que juegan contra la oposición y a favor del
gobierno, porque se han constituido en “Los Caballos de Troya” del régimen para
dividir, dispersar el voto y convertirse en minorías electorales irrelevantes.
Mientras
que las oposiciones que se han separado de la Unidad porque no creen en ella o
por las adversidades entre liderazgos, que aunque es un fenómeno común nunca
debería estar sobre el objetivo de lograr el cambio político, no deberían ser
motivo de preocupación porque son verdaderas oposiciones democráticas, que
necesitan de la unidad tanto como los partidos de la MUD, por lo que no tengo
dudas de que serán los primeros interesados en demostrar su liderazgo en una
primaria, como ya lo manifestase María Corina Machado, a quien podemos
considerar una fiel representante de la oposición que no forman parte de la
MUD.
Si es
cierto que la primaria pareciera el mejor camino hoy para alcanzar la unidad en
torno a un líder, lo que no pude cometerse es la estupidez de convertir la
primaria de la oposición en una elección análoga a la del gobierno, o sea, una
en la que la oposición excluye candidatos para medirse entre compañeros,
inhabilitando a los adversarios, lo que solo abonaría al fracaso de construir
una unidad democrática, y daría la excusa a los otros opositores, reales o no,
para presentarse como alternativa a una candidatura unitaria.
Pero
aunque la primaria se haga de manera abierta e inclusiva, tampoco habrá una
unidad perfecta porque no faltarán quienes se lancen por su cuenta, con
diversas excusas o como los candidatos electos en “otra primaria”. Lo que
tampoco debería preocupar a la oposición democrática, ya que tal actitud hace
fácil diferenciar a la oposición democrática de “otras falsas oposiciones» o
“Los Caballos de Troya” que cooperan con la estrategia divisionista del
gobierno, porque han sido cooptados y desean participar en el reparto de
recursos y poder.
La
gran diferencia entre las oposiciones radica en el simple hecho de que las
oposiciones democráticas, incluidas aquellas que no participan en la unidad,
nunca jugarán a reconocer o fortalecer al gobierno liderado por Maduro, ni
atentarán contra el éxito de un cambio político. Mientras que las “Los Caballos
de Troya” u “oposiciones oficialistas” preferirán siempre el éxito del
gobierno, nunca serán inhabilitados ni sus partidos intervenidos, serán
recibidos y posicionados por los medios de comunicación controlados por el
oficialismo o sus aliados, y con frecuencia serán recibidos y mencionados como
opositores en los discursos de los principales voceros del régimen, y su
recompensa se traducirá, por lo general, en mayores cuotas de participación en
lo político y económico, para ellos y sus mecenas.
Cuando
presentamos nuestros escenarios para el 2022, nos equivocamos al subir nuestra
apuesta al revocatorio como punto de inflexión entras las oposiciones
verdaderas y falsas, porque suponíamos que durante los doscientos días que
aproximadamente duraría el proceso se exacerbarían las diferencias, y
subestimamos la posibilidad de una muerte súbita del referéndum revocatorio
ante la amenaza que implicaban sus niveles de apoyo, sin que nadie asumiera su
defensa. Hoy pareciera que es la primaria la que se constituirá en el punto de
inflexión en la lucha por el liderazgo y la sinceración sobre quién es quién
entre “las oposiciones”.
Benigno
Alarcón Deza
@benalarcon
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