Alejando Oropeza 09 de mayo de 2022
Para que una voluntad sea general no siempre es
necesario que sea unánime, pero es necesario que todas las voces sean tenidas
en cuenta; toda exclusión formal rompe la generalidad.
Jean
Jacques Rousseau, El contrato social, 1762.
No pocos han visto en la idea de “voluntad general” expuesta por Rousseau en El contrato social, el fundamento de las tropelías de autoritarismos; la justificación/explicación de dictaduras y barbaridades asentadas sobre ese concepto. Hannah Arendt, por ejemplo, es clara en su cuestionamiento al ginebrino; y la emergencia del “Terror” que arrasó Francia en plena Revolución, se ha explicado como resultado de esa “voluntad general” que puede asolarlo todo, en nombre de valores y principios circunstanciales, donde el halago y la arenga a la violencia de las masas están a la orden del día. Una dicotomía sobre la que se ha invertido mucho pensamiento, tinta y debates: voluntad general – mayoría y la legitimidad de sus consecuencias, al lado de la justificación y contenido moral de tales acciones; todo ello en el marco de sus relaciones, correspondencias, posibilidades y resultados.
Los
denominados autoritarismos competitivos echan mano a la idea, la enarbolan como
justificación de las acciones que validan una pretendida universalidad que, y
he ahí una de sus consecuencias operativas más peligrosas, se lleva por delante
con cualesquiera medios a las minorías que no comparten el universo que la
generalidad se atribuye. La mayoría legitima el ejercicio del poder, que
considera como omnímodo, y que tiene la atribución, sustentada por aquella
voluntad, de intervenir en todos los componentes de la vida pública y que, en
regímenes totalitarios, extiende sus tentáculos a la esfera privada de los
individuos, diluyéndolos en el populacho que clama y aplaude al hombre fuerte.
Otros componentes acompañan la estrategia: la propaganda, la creación de un
enemigo interno; de otro u otros externos; el miedo y el terror; el asesinato;
el terrorismo de Estado y el establecimiento de una estructura oficial
paralela; y un largo etcétera que, en muy buena medida, hemos padecido y experimentado
es nuestra Tierra de Gracia.
El
problema surge, para la estrategia política basada en esa voluntad general,
cuando la mayoría que constituye, compone y valida aquella voluntad comienza a
erosionarse; y cuando ya la garantía del apoyo en procesos (electorales, por
ejemplo) que expresa esa mayoría y, legitima el ejercicio del poder sobre la
base de una voluntad general, se pierde. Las minorías previas comienzan a
crecer, a alimentarse de las deserciones de la mayoría y, esa minoría se
convierte en mayoría. Pero, he ahí una paradoja, sigue siendo considerada como
minoría por el poder dominante. Se abandona entonces o, se modifican a favor
arbitrariamente los términos de la competitividad electoral, el árbitro se
parcializa vergonzosamente, los triunfos de la nueva mayoría se desconocen o
bien se diluyen, a través de la creación de órganos paralelos del Estado que
despojan al pueblo de su ejercicio soberado ciudadano. Y para complemento de la
receta, la persecución a los representantes de la minoría – mayoría, son
hostigados, encarcelados, exiliados, etc.
En
esta realidad, se rompe (o termina de romper) el mecanismo de legitimación del
poder y el régimen se avoca a dos labores: la primera, ocupar violentamente la
“esfera pública” que es donde ocurre la acción política y la acción
comunicativa, allí se acuerdan la renovación de los acuerdos sociales que hacen
evolucionar al sistema político. Esfera que es el espacio de “aparición” de los
nuevos liderazgos, y en la que se reconocen los contrarios a través de la
pluralidad. Así, el régimen expulsa de esa esfera/espacio a los ciudadanos y un
gran silencio cae sobre la sociedad.
En
segundo lugar, el régimen, profundiza abismalmente la polarización
política-ideológica con los factores de intermediación de la nueva mayoría (a
la que sigue tratando como minoría), agregando el peligroso componente de la
polarización social, basada en un ejercicio ideológico maniqueísta. A esta
polarización, digamos primaria, se agrega una segunda, que es la
subpolarización política de los factores de la oposición democrática. Se fractura,
entonces, el polo contrario y se debilitan las acciones políticas y
comunicativas de él, y se estimula la desconfianza y la indiferencia hacia
propuestas de acuerdos y consensos para renovar los acuerdos.
Qué
tenemos al momento, un régimen opresor que ha perdido el apoyo de la mayoría de
la ciudadanía y que acciona en función de desconocer tal realidad; que
reacciona profundizando la polarización ideológica y social independientemente
del acompañamiento real de la sociedad; adicionalmente, que estimula la
subpolarización, para torpedear los acuerdos que deben sucederse en la esfera
pública que podría comenzar a reocuparse.
Pero,
¿qué deberían hacer los factores de la nueva mayoría?: organizar el retorno al
espacio público; estimular la potencialidad de ejercicio ciudadano;
reconocer y estimular la emergencia de liderazgos de base y capacitarlos;
confrontar al régimen en el campo político de la calle; retejer eficientemente
el tejido social desarticulado; reconocer los aliados de la sociedad civil
organizada que han batallado y resistido en la arena política; motivar y
extender una narrativa política sustentada en valores y principios con arreglo
al futuro; y, finalmente, diseñar acciones políticas y comunicacionales para
generar confianza en la ciudadanía hacia los mecanismos de representación
social y política y, hacia los procesos de intermediación que necesariamente
deben acompañar la estrategia. Todo ello para hacer viable una transición
política hacia la democracia y la libertad.
¿Cuál
es nuestra realidad? Una polarización del régimen tirano y los factores de
oposición, sustentada en un discurso descalificador, persecución y penalización
del ejercicio político; y, una gran subpolarización (en las líneas de la propia
oposición) estimulada por el régimen y que la propia oposición desatinadamente
asume como estrategia, que implica desunión y descoordinación de estrategias,
atomización de intenciones, ruptura de las relaciones entre los actores
políticos, los liderazgos ciudadanos de base y las organizaciones sociales. Se
mantiene así una concepción de minoría, integrada por la mayoría de
la población.
Esta
incoherente realidad significa que la mayoría que rechaza al régimen, que está
consciente de sus niveles de corrupción, incapacidad e ineficiencia, que adversa
sus políticas y su violencia; no tiene oportunidades ciertas de convertirse en
mayoría electoral para manifestarse y resolver la situación vía voto. Esa
mayoría que el régimen juega a mantener como minoría, no es capitalizada por
los factores opositores, porque ellos mismos están subpolarizados y
confrontados, lo que impide el acuerdo, la coordinación y el concurso para
reocupar en espacio público y “hacer política”.
El
drama: una mayoría, tratada como minoría por el régimen opresor; que no es
capitalizada como mayoría electoral por la oposición democrática para
confrontar al dictador.
Alejando
Oropeza
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