Miraba por la ventanilla, mientras el tren corría hacia Buenos Aires. Pasamos cerca de un rancho; una mujer, debajo del alero, miró el tren. Se me ocurrió un pensamiento estúpido: ‘A esta mujer la veo por primera y última vez. No la volveré a ver en mi vida’. Mi pensamiento flotaba como un corcho en un río desconocido. Siguió por un momento flotando cerca de esa mujer bajo el alero. ¿Qué me importaba esa mujer? Pero no podía dejar de pensar que había existido un instante para mí y que nunca más volvería a existir; desde mi punto de vista era como si ya se hubiera muerto: un pequeño retraso del tren, un llamado desde el interior del rancho, y esa mujer no habría existido nunca en mi vida.
Todo me parecía fugaz, transitorio, inútil, impreciso. Mi cabeza no funcionaba bien y María se me aparecía una y otra vez como algo incierto y melancólico…
Eso que acabamos de leer es un muy breve extracto de la obra de Ernesto Sábato, El Túnel, un pasaje que desde que lo leí siendo muy joven cuando estudiaba bachillerato es recurrente en mi imaginación.
En mi mente, en mi imaginación, tengo presente el paisaje, la velocidad en la que el tren viaja, la distancia al rancho, el alero, la mujer que levanta la mirada al tren, su vestimenta.
La imagino que me ve viéndola por esa fracción de segundo en el que el tren está pasando y ella levanta la vista y ve a ese extraño que está asomado en la ventana de un tren que pasa justo en el momento y que la ve con detenimiento como si hubiese estado horas observándola fijamente, detallándola con detenimiento.
Me imagino también la vista que ella tiene hacia el tren, su forma y velocidad, también en el sentido que marcha la férrea máquina.
Imagino que nuestras miradas se cruzan, que hacemos contacto, que nos identificamos, incluso nos agradamos.
Son tantos años desde que leí ese pasaje por primera vez, podría ser hace casi 40 años, de tanto repasarlo en mi mente, ese episodio que más que imaginación he llegado a percibirlo más como un recuerdo, como algo real que una vez ocurriese.
Y han pasado los años…
Muy recientemente tuve una experiencia que me hizo recordar no solo la referida lectura y las imágenes, sino el vivir y revivir esas sensaciones que bien evocara Sábato y que hiciese míos desde esa primera vez que leí El Túnel.
El lugar: un Café parisino en plena avenida Saint Germain de Prés; la ocasión: desayuno con Luis y Yann para tratar múltiples temas sobre derecho, justicia, economía, computación y hasta matemática aplicada, asuntos que si bien son de gran interés, por su muy ajena relación con el recuerdo de la mujer en el alero salvo por las circunstancias de la reunión que relataré, los dejaremos a un lado.
Simplemente baste decir que nos encontrábamos los tres en el exterior de este parisino café de tan conocida avenida, lo que fuese absolutamente casual ya que habíamos comprado en el local contiguo los que serían unos de los mejores croissants de París y le preguntamos a uno de los meseros del café si podíamos allí sentarnos a disfrutarlos, a los que respondió afirmativamente.
Luis y Yann se sentaron de espaldas al café viendo hacia la avenida, en las sillas cuyo respaldar descansan en la vitrina del local, yo me encontraba frente a ellos, es decir de espalda a la avenida, no obstante la podía ver y apreciar a plenitud por el reflejo de la vitrina que emulaba un gran espejo.
Podía ver y atender a mis contertulios perfectamente e igualmente tenía, aunque con visión inversa, la misma vista que ellos. Podía igualmente en el reflejo de esa vitrina verme a mí mismo… y allí fue cuando ocurrió.
Oyendo a mis contertulios, y con mi vista fijada tanto en ellos, así como en el reflejo de la avenida detrás de mí y a mí mismo, entre las imágenes de la vitrina cual aparición fantasmagórica surgió la imagen de una hermosa mujer directamente frente a mí. Imposible era saber en ese primer momento si era real como la presencia de mis acompañantes, o si era la proyección de una imagen como la que se reflejaban en la vitrina donde yo mismo me veía. No sabía si era tan imaginaria como la mujer del alero o tan real como la recordaba de tanto rondar en mi mente y se convirtió en el recuerdo de algo que jamás ocurrió.
Enfoqué la vista a un punto interior del café, hacia una distancia no más de un metro más allá de la vitrina, a un espacio vacío y allí apareció la mujer del alero, su imagen y su recuerdo, viéndonos como ocurriese en el tren a través de una ventana, creyendo, imaginando o recordando que nuestras miradas se cruzaban, que nos veíamos, que nos agradábamos.
La conversación transcurría mientras yo me entretenía con el juego y el efecto óptico de cambiar el enfoque de mi vista en diferentes planos, los compañeros, la avenida, mi imagen y la de la hermosa mujer del alero vía Buenos Aires venida al café de París y que creía, pensaba, imaginaba, recordaba que nuestras miradas se encontraban y se reconocían, efecto óptico que luego mutando al efecto experiencial de pasar del mundo real al imaginario, entre la niñez a la adolescencia y adultez; de Caracas a Buenos Aires y París, con todas las vivencias tenidas, lecturas efectuadas, amores sentidos, aspirados y extrañados.
Al día siguiente de manera completamente casual pasaba por ese mismo café, pero esta vez caminado en sentido contrario y sentí como si hubieran transcurrido los mismos casi cuarenta años desde que leyera El Túnel, pero esta vez existía un espacio, un lugar real al cual vincular esa imagen que tantos años antes había creado.
Era un día más caluroso, el lugar estaba abierto hacia la avenida, ya no estaban las sillas paralelas, ni las mesas, ni la vitrina, no estaba la mujer del alero en el café de París.
Así como en mi adolescencia, casi niñez ese pasaje me creó una imagen, un recuerdo de algo inexistente pero que sin embargo lo sintiese como real, una vivencia entre el mundo real y el imaginario, este encuentro sé que marcará buena parte de mi vida futura y en el cada vez más frecuente hábito personal de deambular, de “flâner”, entre mundos reales e imaginarios, algo que quiero creer ayuda a comprenderlos a ambos.
Han sido casi tres meses, a los que he dedicado este Grand Tour personal, en el que igual como ocurriese con aquellos del siglo XVII, la avidez de aprendizaje personal procura satisfacerse de modo experiencial y abarcando los más amplios aspectos como el profesional, académico, cultural, lúdico y por supuesto el espiritual, 83 días en los que se conjugaron y coexistieron muchas experiencias y reflexiones, desde algún auditorio de una de las más importantes universidades hasta conversaciones entre adolescentes en un jardín, desde una ópera hasta artistas y baile urbano (street performers), desde los caballeros templarios e iglesias medievales hasta el bitcoin y el Blockchain, desde la nieve al sol abrazador, del despotismo a la libertad.
Hoy el “Grand Tour” llega a su fin, no así sus efectos, enseñanzas y reflexiones, por el contrario, su conclusión marca el inicio de nuevos planes y proyectos más universales, empresas que demandan importantes recursos vitales, cognitivos y espirituales, muchos de los cuales solo se encuentran en los mundos imaginarios, en el mundo de la hermosa dama del alero hacia Buenos Aires y que apareciera en un café de París.
¿Qué me importaba esa mujer? Pero no podía dejar de pensar que había existido un instante para mí y que nunca más volvería a existir; desde mi punto de vista era como si ya se hubiera muerto: un pequeño retraso del tren, un llamado desde el interior del rancho, y esa mujer no habría existido nunca en mi vida…
París, 23 de mayo de 2022
P.D.
Son incontables las magníficas personas quienes me acompañaron en esta maravillosa experiencia en la que reflexioné sobre todas las etapas de la vida, desde la infancia y primera escolaridad, pasando por el bachillerato, actividad deportiva, familia, adultez, universidad, ejercicio profesional. Nuevas y viejas amistades, muchas de las cuales estuvieron y mantuvimos contacto durante estos 83 días de intensa actividad tanto mental como física, pero más importante, espiritual, me gustaría nombrar a cada una de las personas que estuvieron en mi mente y mi corazón en todo momento pero además correr el riesgo de que por algún gazapo olvide alguno, el abusar de estos espacios en aspectos que se corresponden a asuntos eminentemente personales, por tal razón únicamente mencionaré únicamente a dos personas que jamás dejaron de inspirarme y animarme, para lo vivido y lo que viene, a los dos Roberto Hung, a mi papá y a mi hijo: bendición papá, Dios te bendiga hijo.
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