Por Simón García
Sufro una nostalgia que no puedo evocar sin la inelegancia de la referencia personal. La UCV fue mi ingreso a un milagro diferente al país. La residencia 1 era sin duda el mejor lugar para vivir, rodeado por todas partes de cultura y verdor. Afuera de la Ciudad universitaria la vida era un juego de sombras chinas.
El recuerdo es una película de esplendores. Sergiu Celibidache en el Aula Magna, el maestro Estévez en la reposición de su Cantata Criolla, Nicolás Curiel con su Yo Bertold Brech, el recital de Neruda, un debate entre Mayz Valenilla y Eduardo Vásquez sobre dialéctica o la defensa de una Tesis de Ascenso.
La universidad florecía como un campus de la resistencia, error estratégico de mi generación, al poder que gobernaba al país. Pero también Centro de adquisición de pasiones intelectuales. Al menos tres: amor por la verdad, atracción por las aventuras del pensamiento y compromiso social.
La UCV no era reflejo del país. Tampoco en 1928, año de consagración de un movimiento estudiantil rebelde al general Gómez, ni en los meses finales de la dictadura del coronel Pérez Jiménez. La universidad ha sido útil al país porque ha sido su vanguardia, tanque de pensamiento y faro ético bajo referencias que enseñaban a aprender a ser humanos.
Las elecciones de los egresados son un episodio pírrico. Hay que celebrar la tenacidad de una minoría para defender la universidad autónoma y abandonar el mal hábito de fabricar espejismos, magnificar triunfos y extrapolar sus resultados a otros contextos más ásperos, con protagonismos más antagónicos y pendientes de una estrategia mejor pensada y unida más allá de los partidos.
Ignoro muchos aspectos internos para evaluar el proceso. No se han dado cifras sobre la participación, pero todo parece indicar que fue baja. Un tanto a favor es el restablecimiento de un derecho después de diez años confiscado. Otro, el que las fuerzas autonómicas contuvieron el avance de la operación Troya puesta en marcha desde el alto gobierno.
Ojalá el balance arroje que se produjo una confrontación, distinta a la que se propaga en el país. Una batalla entre argumentos en un debate ajeno a la pequeña estrechez mental del fanático, aún en una confrontación cuyo fondo es reivindicar el derecho a pensar diferente al Estado en un conflicto entre sociedad con libertad y poder autocrático.
Para vencer las sombras hay que reflexionar críticamente sobre las causas del fracaso estratégico de la oposición, reformular estrategias para hacer más fuerte a la Universidad como institución creadora de conocimientos y a la sociedad como forma de vida más justa y feliz.
Algunas pistas pueden salir a flote: 1) Por su naturaleza específica la universidad no es un reflejo del país. 2) El enfrentamiento en términos de trasmisión y creación de saberes le imprime una peculiaridad al conflicto entre poder y verdad; 3) Las experiencias universitarias pueden aportar modelos de lucha política desde lo cívico con una auténtica participación de actores que complementen a los partidos. 4) La realización de un acuerdo sobre un gobierno de transición requieren del impulso democrático y modernizador de la Universidad.
Nunca es tarde para despertar de los mitos y librarse de la anestesia de la indiferencia.
https://talcualdigital.com/la-universidad-de-las-luces-por-simon-garcia/
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