Julio Castillo Sagarzazu 13 de julio de 2022
Los
partidos políticos, tal como los conocemos, son hijos de la revolución
industrial y particularmente de la necesidad para las formaciones marxistas que
nacían de tener «una correa de trasmisión de la ideología revolucionaria»,
entre los trabajadores que comenzaban a agruparse en los grandes centros
industriales.
Posteriormente, incluso después de la división entre socialistas y comunistas, con la fundación de la segunda internacional (llamada también socialdemócrata) casi todos los partidos copiaron las tesis organizativas leninistas del centralismo democrático. De acuerdo con estas, la minoría se somete a la mayoría, los organismos inferiores a los organismos superiores y hay derecho al debate, pero una vez tomadas las decisiones, se ejecutan por toda la organización.
Todas
estas reglas son aparentemente neutras e incluso de sentido común. Tanto es
así, que han perdurado en el tiempo en casi todas las organizaciones políticas
e incluso en organizaciones de toda naturaleza.
Lo
cierto del caso es que lo que ha variado sustancialmente, desde entonces hasta
ahora, es la manera como se cumple el papel de «correa de trasmisión» de las
posiciones política entre las grandes masas sociales.
En
efecto, no cabe duda que desde la aparición de los medios de comunicación
social, los organismos de base de los partidos han ido perdiendo progresivamente
peso y pertinencia. La reunión de la célula, del comité de base o cualquier
núcleo social primario, es cada vez menos necesario y prescindible. No se diga
ahora, con la aparición de Internet y de las redes sociales.
Un
chat de WhatsApp, es más útil y expedito que cualquier comité de base; un tweet
tiene más difusión que un panfleto a puerta de fábrica o facultad y un correo
electrónico puede contener un debate sobre los temas más importantes y,
asimismo, un evento de Zoom, puede perfectamente, sustituir al Congreso del
partido.
No
obstante, como ocurre con las armas y las herramientas, depende de en qué manos
están y como se usen. En el caso de las redes sociales y el internet, pareciera
que su uso, por parte de los partidos ha contribuido mucho (paradójicamente) en
la separación entre estas organizaciones y las grandes mayorías.
En
efecto, mientras más se gana en cantidad, más se pierde en la calidad de la
relación con la militancia y las bases sociales. En algún momento hemos llegado
a decir que «la política es analógica y no digital». Y es que hay, ciertamente
en la actividad política, una dimensión del trabajo que solo puede hacerse con
el calor de la cercanía personal.
Asuntos
como la solidaridad, la empatía, el cariño y el afecto hacia el liderazgo
difícilmente se pueden lograr, o al menos mantener desde la lejanía de un medio
o en el espacio cibernético.
Pues
bien, los partidos venezolanos se enfrentarán a estos temas, como muchos
partidos en el mundo que hoy padecen de esta misma lejanía con la gente y
deberán, como aquellos, resolverlo para continuar con la pertenencia y su
ineludible necesidad en las sociedades democráticas.
Es
sobre este último aspecto, donde pensamos que debemos detenernos. Habría que
preguntarse, en ese sentido: ¿Es que ha llegado entonces el momento de
prescindir de los partidos? ¿Puede la Sociedad Civil, no partidista, reemplazar
a las organizaciones políticas?
En
primer lugar, deberíamos recordar que la organización de una causa es
imprescindible tanto para asegurar su triunfo o su pervivencia en el tiempo.
Las ideas se las lleva el viento. Ya Jesús nos lo demostró cuando nos dejo
solos, ni a la Providencia, ni al Espíritu Santo conducir a su legado. Le
encargo a Pedro encabezar una organización, diciéndole. «Tú eres Pedro y sobre
esta piedra edificaré mi iglesia»
Lo que
es válido para una empresa espiritual, lo es también para una causa política.
Su fin último es llegar al poder y para ello, hace falta una organización y
además una dirección política. Debe tener un ideario político y su forma de
organizarse y de comunicar ese ideario y sus propuestas, aunque cambie en el
tiempo y se enfrente de numerosos desafíos, deben igualmente ser políticos.
Pero
es que además de ello, la política, como muchas otras actividades tiene un
“know how”. Hay una experiencia acumulada, un mecanismo, casi rutinario, de
cómo desenvolverse en el terreno electoral, que es el natural campo de acción
en las democracias y en países, como Venezuela donde es cada vez más difícil y
riesgoso estar presente en las mesas y centros y desarrollar campañas.
Estas
cosas no vienen «dadas por añadidura». De hecho, aunque sea duro decirlo, hemos
presenciado experimentos de suplir a los partidos en estas tareas, que no han
resultado bien. De manera que, si el asunto no está en sustituir el papel de
los partidos, será entonces el de tratar de transformarlos y adaptarlos para
que cumplan sus verdaderos fines.
En
estos días, por cierto, hemos visto una interesante reacción en la convocatoria
interna para la renovación de las principales organizaciones opositoras. PJ,
UNT y VP han cumplido jornadas importantes. Familiarizados con lo ocurrido en
VP, podemos afirmar que una ola de entusiasmo real, recorrió la organización en
todo el país y se logró hacer estructura organizada en prácticamente todas las
parroquias. UNT hizo también un esfuerzo importante en remozar su visión
doctrinaria y PJ unas elecciones abiertas que les permitió desplegarse a lo
largo y ancho del país. Son signos, repetimos, en la buena dirección.
Toca a
todos los factores democráticos, de frente a los compromisos y retos que
tenemos, ayudar a que este proceso se profundice y se recuperen los partidos y
las organizaciones sociales. No hay duda de que serán necesarios para
reconstruir la democracia y recuperar la libertad.
Julio
Castillo Sagarzazu
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