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domingo, 2 de octubre de 2022

Timochenko, el último comandante de las FARC, @Gatopardocom


Daniel Rivera Marin

Rodrigo Londoño se ufana de varias cosas: de entrar a la selva y poder salir con una sola brújula, de saber prender fuego sin que el humo llegue al cielo y de hacerlo con madera verde y mojada. Pasó a la historia como el hombre que firmó la paz colombiana, el acuerdo con el que la guerrilla más vieja de América Latina entregó las armas. Entrevistado en su casa, el último líder de una guerrilla, pide perdón pero no lo espera.

Entre los rebeldes que van a las armas, se pueden distinguir dos tipos: el que intenta parecerse al personaje que inspiró su insurrección y el que anhela más grandeza para sobrepasar a su comandante, lograr una versión superior. Rodrigo Londoño eligió emular a quienes lo inspiraron, vivir bajo ese designio, bajo esa sombra y, por eso, cuando habla repite frases que escuchó de sus jefes, los comandantes históricos de las FARC, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Dice cosas como: “En la selva del Guayabero, Jacobo Arenas dijo con mucha sabiduría, porque él sí sabía de política…” o “Manuel Marulanda se estaba bañando en una quebrada de aguas frías cuando se vio rodeado de militares…”. Londoño pierde el protagonismo de su propia vida y se la entrega a otros, como el huérfano que habla de su padre muerto.

Fue el tercer comandante en jefe de la ahora extinta guerrilla colombiana FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo) que, según el informe ¡Basta ya! del Centro Nacional de Memoria Histórica, cometió 24 482 secuestros (entre 1970 y 2010); 3 899 asesinatos selectivos (1981-2012); 717 acciones bélicas (1988-2012), entre las que se cuentan tomas armadas de pueblos, ataques a bases militares en las que murieron civiles y voladuras de puentes; 77 atentados terroristas (1988-2012); 343 masacres (1985-2012); y estrategias de guerra abominables como la siembra de minas antipersonales —que dejaron 10 189 víctimas entre muertos, mutilados, sordos y ciegos—, el reclutamiento de menores y los secuestros azarosos en carreteras llamados “pescas milagrosas”.

Las FARC nacieron en 1964 en Marquetalia, un caserío del centro del país, cuando miles de campesinos liberales eran perseguidos por el Partido Conservador, la policía, el ejército, la iglesia y grupos paramilitares. A muchos los aniquilaron cortándoles la garganta para sacarles la lengua en una práctica macabra que llamaban la “corbata”. Sus fundadores fueron Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda Vélez, que murió en 2008 a los 78 años, y Luis Alberto Morantes, alias Jacobo Arenas, quien murió de un infarto mientras daba un discurso entre sus pares de la guerrilla en 1990. Del primero, Londoño tomó las enseñanzas tácticas de guerra; del segundo, la teoría, el marxismo profundo.

Rodrigo Londoño es más conocido como Timochenko y su nombre cobró relevancia mundial el 24 de noviembre de 2016, cuando firmó la paz con el presidente colombiano Juan Manuel Santos al cabo de cuatro años de negociaciones en La Habana, Cuba, y después de un plebiscito en el que 50.2% de los votantes rechazó lo pactado en dichos diálogos. Hubo dos firmas, una antes del plebiscito y una posterior, después de que se sumaran al diálogo partidos de oposiciones, la Iglesia católica y algunos pastores evangélicos; organizaciones sociales y colectivos de Derechos Humanos. Así, tras 50 años de conflicto, 13 202 guerrilleros entregaron las armas. Muchos llegaron a unos campamentos de recepción en medio de las montañas; allí dejaron su armamento y cobraron identidad. Cientos ni siquiera existían en registros públicos. Llevaban hijos pequeños y heridas de guerra. Algunos llegaron sin brazos, tuertos, rengos. Algunos llegaron viejos. Entre ellos, Timochenko, que ingresó en 1976, con 17 años y dejando atrás a su familia —padre, madre, un hermano menor, cuatro hermanos medios—, de la que no se despidió.

—Y usted, ¿no pensaba en ellos?

—Sí, pero no era algo que contemplara, yo tenía clara mi decisión.

El relato de iniciación carece de épica, de sentimientos; parece el relato de un hombre que sólo conoce la resignación.

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