Orlando Ochoa-Terán 09 de enero de 2023
En
ciencia política es un axioma que las autocracias que forman coaliciones
reducidas tengan menos probabilidades de fracturas internas que las amplias
coaliciones de opositores. No solo cuentan con más recursos, sino que los
favores políticos y metálicos se distribuyen entre un menor número de
beneficiarios. El politólogo Randall Holcombe sostiene que los gobiernos
autocráticos que se apoyan en una pequeña coalición prueban que “malas
políticas, es buena política” y “buenas políticas, es mala política”,
para los efectos de la sobrevivencia política. Por eso no es extraño que
algunos opositores encuentren beneficios cooperando con “malas políticas”, en
aras de su propia sobrevivencia.
La gente presume que gobernantes que llevan la paz y la prosperidad a sus naciones sobreviven en el poder más tiempo. La realidad demuestra lo contrario. Los líderes autocráticos en el poder promedian aproximadamente el doble del tiempo que los líderes democráticos. Eso explica el festín de corrupción generalizada que distingue al gobierno bolivariano que incluye a una fracción de la oposición. Esta debilidad moral de opositores durante la ocupación nazi de Francia fue bautizada como colaboracionismo de sobrevivencia.
Henry
Ramos Allup, Julio Borges y Manuel Rosales calzan las medidas que en la Francia
ocupada definía ese colaboracionismo de sobrevivencia. En Venezuela el G3 ha
contribuido, subrepticiamente, a crear una dinámica que ha repotenciado
gradualmente al régimen de Maduro y favorecido su propia sobrevivencia
política. El tiempo transcurrido bajo la égida bolivariana, socorrida con la
prédica de Ramos Allup de doblarnos para no
partirnos, ha afectado a muchos opositores en sus lealtades.
Consecuencias
inesperadas
La ley
de las consecuencias imprevistas o inesperadas es una teoría que fue
popularizada el siglo pasado por el sociólogo Robert K. Merton. La teoría
postula que algunas decisiones políticas provocan resultados o consecuencias
que no son las previstas por una intencionada acción o tienen un efecto
contrario al que se pretendía. En la campaña electoral de 1998, por ejemplo,
lucía lógico que el soporte de AD y Copei a la candidatura de Salas Römer
mejoraría sus oportunidades de triunfo. Se subestimó el alto nivel de
desprestigio de estos dos partidos y el refuerzo para detener a Chávez resultó
en consecuencias inesperadas.
Con la
defenestración de Guaidó el G3 ha subestimado su propio desprestigio, pero abre
una oportunidad para que Guaidó y la genuina oposición se diferencie, de una
vez por todas, de este sector.
El
juego geopolítico
El G3
armó una tramoya con buen timing. La guerra Rusia-Ucrania cambió el
orden geopolítico mundial y con ella la urgencia de Estados Unidos de controlar
por lo menos una de las 3 más grandes reservas petroleras del mundo. Las otras
dos están en Rusia y Arabia Saudí, bajo la influencia de China, el más
formidable adversario estratégico de Estados Unidos. El Departamento de Estado
encontró pues en los colaboracionistas de sobrevivencia la intermediación
necesaria para negociar con Maduro.
Acostumbrados
como están a recibir contraprestaciones por su cooperación, les rogaron a los
gringos que a cambio no se opusieran a la mil veces soñada salida de Guaidó y
el fin del gobierno interino. No se trató pues de una estrategia diplomática de
alto vuelo, mucho menos patriótica. Lo acostumbrado, dando y dando.
Guaidó
fue seleccionado como presidente de la AN y del gobierno interino hace 4 años
por los mismos capitostes que hoy le dan la espalda. Entonces se trataba de un
arriesgado desafío al gobierno de Maduro. ¿Por qué Guaidó? Ninguno de los
cabecillas de entonces tuvo el valor testicular para asumir ese riesgo,
convencidos como estaban, pese a las seguridades que les ofrecía Estados
Unidos, que quien fuera designado, sería llevado a prisión. Aculillados,
prefirieron probar con el humilde y entonces desconocido diputado de Macuto,
Juan Guaidó.
Lo que
ocurrió a continuación aún los tienen perplejos y confusos. No le dan crédito a
sus ojos. La audaz y valiente decisión de Guaidó lo catapultó a niveles
siderales de la política nacional e internacional. Lo vitorean en todas
las aldeas y pueblos de Venezuela. Lo recibieron en la Casa Blanca, en el
Capitolio, el Palacio del Elíseo de París, el Palacio de la Moncloa en Madrid,
en 10 Downing Street de Londres y pare de contar. Desde entonces, los capos
del colaboracionismo de sobrevivenciay su entourage, con las vísceras
desgarradas por la envidia y el resentimiento esperaron ansiosos esta
oportunidad de librarse de él.
Nunca
pudieron superar una realidad tan perturbadora; Guaidó devino, por una
cobardía de ellos mismos, en la propia encarnación de una versión política
tropical magnificada de la Cenicienta. Otro ejemplo de
la ley de consecuencias indeseadas o inesperadas. Sustituir
ahora a Guaidó por 3 mujeres que residen en diferentes continentes redobla la
torpeza y la esencia cobardona que ha invadido el alma atormentada de estos
colaboracionistas de sobrevivencia.
«Name
recognition»
En
esta dinámica geopolítica a Estados Unidos lo mueve el interés, no el amor. Y
por interés, no por amor, los diplomáticos del Departamento de Estado se acaban
de acoger a Henry Ramos Allup, a Julio Borges y a Manuel Rosales.
¿Satisfechos? ¿Sí?… por ahora.
En el
lodazal en que se han metido estos colaboracionistas de
sobrevivencia van a tener muchas dificultades para darle alguna dirección
coherente a ese cuerpo amorfo con cabezas asentadas en diferentes puntos del
planeta. La ventaja de Guaidó es que cuenta con un factor político
crucial que los anglosajones llaman “name recognition” o
“reconocimiento de nombre”, un elemento que solo lo fragua el tiempo.
Estos 4 años de interinato han servido para darle a Juan Guaidó la imagen, el
rostro y la genuina representación de la oposición democrática en Venezuela y
en el mundo. Un capital político inconmensurable que ningún otro político en la
historia moderna de Venezuela ha tenido la suerte de disfrutar.
En
estas circunstancias la dinámica política y los eventos conducirán a que los
que ahora disienten o se oponen a Guaidó encuentren razones pragmáticas para
evitar que estos colaboracionistas de sobrevivencia se salgan
con la suya y sigan cooperando con esta horda de facinerosos bolivarianos que
quieren perpetuarse en el poder.
Una
investigación, con el respaldo de tres experimentos de laboratorio, publicado
en el American Journal of Political Science por las
politólogas americanas Cindy D. Kam y Elizabeth J. Zechmeister, muestra el
impacto que genera en unas elecciones el “reconocimiento de
nombre”. La investigación concluye que el efecto
del reconocimiento de nombre en el apoyo de una candidatura es de una
evidencia tan sólida que, incluso, disipa la proyección del titular del cargo,
bien sea un presidente, un gobernador o un senador, con quien se dispute la
elección.
Desperdiciar
este factor crucial por resentimientos, que igualmente perturban a muchos no
comprometidos con el colaboracionismo de sobrevivencia, es
torpe. A Henry Ramos Allup, Julio Borges y Manuel Rosales se les
presentará otro serio problema. ¿Con quién enfrentar a Juan Guaidó para ayudar
a hurtadillas al gobierno de Maduro?
Cualquiera
que sea el candidato que los represente deberá asumir públicamente y como
propio el repugnante muladar que han acumulado estos años los colaboracionistas
de sobrevivencia.
Orlando
Ochoa-Terán
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