Gregorio Salazar 14 de mayo de 2023
La
crisis humanitaria desatada por la diáspora se agudiza con el correr de los días en el
continente latinoamericano y ahora mismo parece a punto de estallar con
consecuencias impredecibles en la congestionada frontera entre México y los
Estados Unidos.
Casi no hay día en que no nos sacudan noticias trágicas, verdaderamente estremecedoras sobre la realidad de miles de atribulados seres humanos que van, a todo riesgo, a lo largo de Centroamérica en busca del «sueño americano». Y en el caso de la diáspora venezolana, la más numerosa del continente, la penosa y traumática marcha de hombres, mujeres y niños que huyen de su país en ruinas llegan a Colombia, la atraviesan y se prolonga incesantemente hacia el sur del continente, con graves conflictos en Perú y Chile.
Dos
han sido las tragedias más impactantes en las últimas semanas. El 27 de marzo
fue el incendio en un retén de Ciudad Juárez, donde cuarenta
migrantes murieron en el interior de una celda. Antes habían sido apresados
durante redadas en las calles de la ciudad donde vendían dulces, baratijas u
ofrecían sus servicios. Habían pasado el día sin tomar agua. Protestaron
incendiando unas colchonetas, los mantuvieron encerrados y además de los 40
fallecidos hubo 39 heridos. Entre los muertos doce venezolanos.
La
identificación de las víctimas indicó que en el grupo había colombianos,
ecuatorianos, salvadoreños, guatemaltecos, hondureños y venezolanos. Pero
cubanos, haitianos y hasta asiáticos también forman parte de las nacionalidades
en tránsito hacia los Estados Unidos.
El 7
de mayo la tragedia sobrevino en una calle de Brownsville, Texas, cuando ocho migrantes venezolanos
fueron arrollados por un sujeto supremacista con amplio prontuario delictivo.
Entre los fallecidos, jóvenes que habían partido de Zulia, Falcón, Portuguesa.
Escenas atroces de cadáveres mutilados circularon por las redes.
Ahora
el anunciado cese para el 12 de marzo del denominado Título 42, emitido en 2020 durante el gobierno de Trump y
que tuvo como justificación oficial aminorar la propagación del covid-19 ha
llevado a una masiva concentración de migrantes en la frontera, que se sienten
supuestamente a resguardo de la amenaza de una expulsión automática.
El
gobierno norteamericano sabe lo que se le viene encima. Ha dispuesto un
contingente de 1500 militares en el borde limítrofe y ha enfatizado que la
frontera no está abierta. La represión puede desencadenarse. Además ha vuelto a
poner en vigencia el Título 8, que impone sanciones más severas a quienes
crucen la frontera de manera ilegal, como impedirle reingresar a Estados Unidos
por lo menos durante 5 años o llevarlos a un proceso penal.
Sin
embargo, esa masa depauperada, desnutrida, muchos de ellos enfermos o en
harapos, sólo con una mochila al hombro conserva la esperanza de llegar y
quedarse en territorio de EEUU, donde el congreso no ha sido capaz de aprobar
una reforma migratoria que atienda la captación de mano de obra en sectores
como las cadenas de suministros, los servicios, la agroindustria, médicos y
paramédicos. Esto en un país cuya población está envejeciendo a una tasa
creciente y sostenida. Tiene más peso el manejo electoral del tema.
La familia
venezolana está en el ojo de esta crisis internacional que en siete años se
llevó casi 4.500 vidas y que sigue en aumento: 557 en 2021, 750 en 2022 y en
2023 puede superar los 1.000. Son alrededor de 7 millones los
venezolanos que han abandonado su país.
Muchos
han quedado en los más de cien kilómetros de la selva de Darién a merced de asaltantes en un
territorio inhóspito y bajo el asedio de animales salvajes. La ruta de
emigrantes más peligrosa del mundo, Cuando lo logran tiene que seguir 400
kilómetros más arriba hasta la frontera entre México y EEUU. ¿Cuántos no han
gastado todo lo que tenían y quedaron con las manos vacías?
Aquí
celebran con grandes aspavientos los esporádicos regresos vía aerolíneas
oficiales de puñados de compatriotas, pero en realidad saben que la diáspora
les ha generado dividendos. Un negocio redondo para sus planes. Población
que no demandará servicios ni alimentos ni empleos en un país de baja
producción y que atenuará la crisis que ellos han generado enviando remesas a
sus familias. Eso sin contar que si se mantienen las proporciones, como es
lógico, la mayoría de quienes han abandonado el país son opositores que no
tendrán oportunidad de votar en el exterior.
Lo
peor de la tragedia para buena parte de Latinoamérica es que las perspectivas
para el desarrollo de condiciones socioeconómicas que mantengan a sus nacionales
dentro de su territorio, siguen represadas por gobiernos populistas y altamente
permeados por la corrupción. Venezuela en el penúltimo lugar.
Gregorio
Salazar
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