Julio Castillo Sagarzazu 05 de mayo de 2023
Quizás, por primera vez, en estos últimos
20 años estemos en presencia de una oportunidad de que la vanguardia política
entienda su rol y pueda entroncar con la movilización de trabajadores
A
todos los interesados en un cambio político y social ha importado siempre la
correlación entre lo político y lo reivindicativo, dos elementos claves a los
que hace referencia el título de esta nota.
En efecto, está pacíficamente aceptado que los cambios sociales suelen estar diseñados y liderados por vanguardias con mayor acceso a la información; que tienen el nivel de abstracción necesario para diferenciar entre táctica y estrategia y que tiene el carisma suficiente para ser seguidos por densos sectores de la población.
Sin
embargo, raramente los movimientos que estas vanguardias emprenden logran su
culminación en un cambio político y social si no están seguidos por capas
mayoritarias de la población. Aquellas que hagan masa crítica en un momento
determinado y logren el punto de quiebre que logre sustituir a las viejas
elites políticas.
De
manera que todos los agentes de cambio deben plantearse con seriedad el tema de
cómo llegar a ambos sectores, para que se pueda lograr esta sinergia que, al
final del día, es la que produce los cambios.
Decían
los socialdemócratas originales que “si las masas (expresión sin duda fea) son
dejadas a su libre albedrío, solo produce tradeunionismo”, es decir, que se
agotan en sus reivindicaciones materiales. Cuando estos sectores entran en
lucha, suelen regresar a sus casas después de cada movilización. Bien
derrotados, bien ganadores, pero sin plantearse el tema del poder en la
sociedad.
Si,
por el contrario, las vanguardias se dedican a plantear sus luchas con
argumentos “meramente políticos”, despreciando las reivindicaciones sociales,
pues lo más probable es que se enquisten en la sociedad y se condenen a una
prédica infinita, teniendo como únicos interlocutores a las minorías que
piensan como ellos.
De
allí que la gracia de las vanguardias que pretendan un cambio, sea encontrar
ese punto virtuoso, esa “proporción áurea”, que les permita hacer entender a
las grandes mayorías sociales sus razones del cambio.
Dicho
esto, quizás convendría pasearse por las “especificidades” venezolanas al
respecto. En nuestro país ha tenido lugar un fenómeno sui generis de
este proceso de la formación de la conciencia de cambio.
¿Por
qué? Pues porque ya aquí más del 80 % de nuestros compatriotas identifican a
Maduro como el responsable de su situación económica y social, así como del
fracaso del Estado en la prestación de los servicios básicos.
La
pregunta clave es: ¿entonces por qué no se movilizan para lograr ese cambio
político? La respuesta parecería estar en la historia reciente de nuestras
movilizaciones: en Venezuela, desde el año 2000, hemos presenciado “picos”
impresionantes de grandes manifestaciones y protestas. Una de ellas llegó a
sacar momentáneamente a Chávez de Miraflores.
Sin
embargo, la principal característica de la mayoría de todas estas
movilizaciones la constituyó su composición social: se trató básicamente de
eventos en los que, preponderantemente, participaba la poderosa clase media de
nuestro país.
Obviamente
que no se trata de descalificar aquellas enormes manifestaciones que produjeron
también saltos cualitativos en la conciencia nacional y que incorporaron a
sectores indiferentes a la política a la lucha democrática, sino de poner de
relieve la poca eficacia de estas movilizaciones en el cambio político que se
proponían.
Quizás
valga la pena, en este sentido, traer a colación el ejemplo de las llamadas
“guarimbas” en las que decenas de miles de nuestros compatriotas resolvieron
trancar las entradas y salidas de sus urbanizaciones, mientras la vida en los
sectores populares y neurálgicos del país continuaba su rumbo normal. Nuestros
muchachos pensaban que con ellos construían “zonas liberadas” en las que el
gobierno no pasaría más. Una iniciativa con tanta eficacia como la que tuvo la
línea Maginot en la segunda guerra mundial y tan trágica como la consigna de
los republicanos en la Guerra Civil española cuando pensaron que con la solo
consigna NO PASARÁN, Franco se quedaría en las puertas de la ciudad.
Sin
embargo, regresemos a nuestra realidad actual y partamos del hecho de que
Maduro tiene un 80 % de rechazo entre nuestros compatriotas.
Tomemos
nota igualmente de que, desde hace alrededor de un año, los gremios
sobrevivientes, básicamente los docentes, se han dado a la tarea paciente y
perseverante de volver a convocar a los venezolanos a las calles a protestar
CONTRA EL GOBIERNO (mayúsculas ex profeso) en defensa de sus condiciones de
vida. Se trata de un hecho que no puede pasar desapercibido. Después de tantas
decepciones, de tanta impotencia, de tanta desilusión acerca de nuestro
liderazgo político, de nuevo hay venezolanos en la calle protestando de manera
consecuente sin que hayan podido derrotarlos o hacerlos regresar a sus casas,
por ahora.
El
asunto no puede despacharse con la misma argumentación con la que la izquierda
insurreccional venezolana despachaba a estas luchas “reinvidicacionistas” y
“reformistas”, mientras Acción Democrática crecía en la influencia popular.
Quizás,
por primera vez, en estos últimos 20 años estemos en presencia de una
oportunidad de que la vanguardia política entienda su rol y pueda entroncar con
esta movilización de trabajadores que no es solamente por sus reivindicaciones,
sino que apunta a la responsabilidad del gobierno en su no satisfacción.
A este
hecho se une uno de suprema importancia. La opinión nacional vuelve a
interesarse en la política y las fuerzas democráticas se han planteado unas
primarias para definir su liderazgo. “Pegar” el descontento con esta lucecita
al final del túnel puede ser nuestra postrera oportunidad de salir de esta
pesadilla.
El
primero de mayo, es una buena fecha para pensar en ello.
Julio
Castillo Sagarzazu
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